Nada más llegar a La Castillería, templo de la carne deliciosamente escondido en la pedanía de Santa Lucía en Vejer de la Frontera, nos quedamos sorprendidas: su entrada de piedra da acceso al comedor, sin paredes y con techo y columnas que resultan hechas de árboles.
Pasamos delante de la parrilla y una vitrina de carnes ya nos da una idea de lo que se maneja allí. Hay piezas de todas las variedades, vacuno, porcino y ovino, tonalidades del rojo vivo al rosa, declinaciones de diferentes maduraciones e infiltraciones de grasa jaspeadas.
Frente a las brasas, nos recibe el maestro asador Juan Valdés, propietario, junto a su adorable mujer, Ana Lucía, de este restaurante tan peculiar.
Un comedor hecho de árboles y hojas
Nos acomodamos en una de las mesas, todas circundadas por vegetación, circunstancia que aporta una frescura muy agradable cuando las temperaturas suben. Casi inmediatamente, empezamos a sentir otro calor, el de la gran familia Valdés, formada por los propietarios y el servicio, que todo juntos se deshacen para hacer sentir a los comensales como en casa.
¡Aquí se viene a comer carne! la mejor que Juan Valdés en persona haya podido encontrar, seleccionar y afinar. Y Juan sabe hacer su trabajo como nadie, porque es un amante experto y respetuoso del ganado, busca sus reses en pequeñas ganaderías, controla su vida y su alimentación para terminar con su pasaje por las brasas, que maneja como un verdadero dios Vulcano.
Hay vida antes de la carne
Ahora bien, antes de las carnes, en La Castillería hay un mundo por explorar. Las verduras, por ejemplo, provienen de huertas seleccionadas como la de la propia Castillería. Triunfan con un toque delicado de brasa, jugosas, tersas y con unos colores tan brillantes… ¡ al paraíso súbito! Y con ese AOVE de escándalo que hace imposible no mojar el pan, y unos aliños de creación propia absolutamente acertados.
Nos entretuvimos con unas sabrosas alcachofas con falsa de cordero, puerros tan jóvenes y tiernos que se comen enteros o el tomate que sabe a auténtico tomate glorioso.
El carrusel de las reinas
Y, de repente, allí aparecieron en escena las reinas de la casa: las piezas de carne. Comimos un castrato tierno e infiltrado de grasilla con matices lácteos y la sensación parecía no desaparecer nunca del paladar.
Lo alcanzó una pieza de retinta, raza autóctona y mimada de Andalucía, de color rojo púrpura, mas tersa, sólida y de sabor decidido.
Terminamos la secuencia de las carnes con una rubia gallega tan infiltrada de deliciosa grasa, que su sabor explotaba y se expandía en la boca, llevándonos a cerrar los ojos y a estremecernos de placer.
Como acompañantes fieles, unas patatas fritas de las que… no quedó ni rastro. ¡Y qué buena selección de vinos!
¿Que os ha llegado al oído que hay un restaurante de carnes muy especial en una lejana pedanía de Vejer de la Frontera? Pues especial se queda corto, corred a probarlo porque vale la pena, toda.
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