El problema de la despoblación en nuestro país viene siendo un asunto más o menos recurrente en diferentes publicaciones, reportajes, estudios y conversaciones de los últimos tiempos. A pesar de que aún cuesta etiquetar esta situación como ‘problema de Estado’, los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) dibujan un escenario a corto-medio plazo bastante desalentador. A continuación, algunos datos al respecto en forma de titulares:
4.983 de los 8.124 municipios totales en España podrían desaparecer en los próximos años
14 provincias se encuentran en riesgo extremo de extinción porque el 80% de sus pueblos tiene menos de 1.000 habitantes
– El territorio rural ocupa el 90% de todo el país, donde sólo se concentra el 20’7% de la población
– La media de edad en los 1.321 municipios con menos de 100 habitantes es de 57’7 años

Entre las provincias más afectadas, encontramos por orden de gravedad a Soria, Zamora, Burgos, Ávila, Salamanca, Teruel, Palencia, Guadalajara, Segovia, Cuenca y Huesca. La ciudad numantina fue precisamente hace tan solo unos días, el escenario de la I Feria Nacional para la Repoblación de la España Vacía (PRESURA) que promueve la repoblación de estas zonas a golpe de proyectos y emprendimientos sostenibles.
En torno a la despoblación, resulta curioso ver cómo han ido apareciendo publicaciones en forma de libro que se zambullen al fondo de esta España que se seca. Así, el escritor Sergio del Molino elaboró un recorrido por diferencias referencias culturales a través del cine, la literatura, la música y los ensayos de los pequeños pueblos en ‘La España vacía. Viaje por un país que nunca fue’ (Turner, 2016). Por su parte, el periodista Paco Cerdá descubrió, 2.500 kilómetros de recorrido después, que existe una 3ª España aparte de la urbana y la rural: la despoblada. Y lo plasmó de forma magistral en ‘Los últimos. Voces de la Laponia española’ (Pepitas de Calabaza, 2017), donde recoge las resignadas palabras y los escalofriantes silencios de los habitantes que se resisten a abandonar su pueblo de toda la vida a pesar de la extrema soledad. Sin olvidar al veterano autor extremeño Alejandro López Andrada, que gracias a ‘El viento derruido. La España rural que se desvanece’ (Almuzara, 2017) consiguió rendir un tributo emocionante a la cultura rural que se va quedando por el camino, y lo hizo situándose en la comarca de Los Pedroches, encrucijada donde confluyen las provincias de Córdoba, Ciudad Real y Badajoz. Y antes que todos ellos, ya habían literaturizado a la España interior escritores como Felipe Llamazares, Luis Mateo Díez, Emilio Gancedo y, por supuesto, Miguel Delibes.
En estos tiempos de conexión permanente a la Red, de la búsqueda del plano más certero y el filtro más favorecedor para la última foto de Instagram, de la constante actualización de la imagen de perfil en Facebook, del ‘retuit’ sobre el ‘trending topic’ del día y del WhatsApp como forma de vida, cabe recordar que aún existe una España que se apaña sin luz ni agua corriente. Una España desocupada y desatendida, donde las esquelas ganan por goleada a los bautizos, y donde las puertas de las casas no echan el pestillo porque no se espera visita.
La España que recibe la llegada del tendero como acontecimiento del día. La que tiene que esperar a la época estival para sentir ruido en sus calles. La de la pila, el botijo, la “rebequita”, las sopas de ajo y el pasodoble en Agosto con la orquesta subida a un remolque a modo de escenario. La España del partido ‘Solteros vs. Casados’, el torneo de tute, el baile-vermú, la vendimia, el aguinaldo y el pan de hogaza. Esa España para la que «tomar el fresco» es religión (y la expresión no se negocia por mucho que ahí afuera el termómetro marque 41º). La España del «¿y tú de quién eres?» de la anciana al joven forastero.
Llegará el día en que las tardes del pueblo se queden sin siesta de pijama y orinal, sin etapa del Tour en verano, sin brisca, sin dominó y sin brasero. A pesar de que muchos somos gran parte de todo esto, llegará de forma irremediable esa tarde en que el silencio invada la profundidad de una España fría y resignada, pero siempre sabia.