De un tiempo a esta parte, nuestros políticos siempre están en precampaña de algo o de alguien. Por eso puede decirse que hemos pasado de una democracia a una comiciocracia, que es aquello que nos sucede (poco, la verdad) entre votación y votación. Por inventar, hemos inventado hasta el gobierno sin elecciones, así que a ver quién niega que en política vamos adelantando que es una barbaridad. Pero de lo que yo quiero hablarles ahora es de la manía de nuestros políticos de meter la mano en la educación de nuestros hijos como quien roba pan tierno, y de cómo cada gobierno que pasa por Moncloa entra en el laboratorio para alumbrar otra de esas asignaturas éticas, morales y cívicas con nombre de mucho relumbrón pero que al final se imparten sin saber muy bien cuál es el programa y con muchos vídeos.
«ºDe un tiempo a esta parte, nuestros políticos siempre están en precampaña de algo o de alguien, puede decirse que hemos pasado de una democracia a una comiciocracia, que es aquello que nos sucede (poco, la verdad) entre votación y votación»
Ya se sabe que España cambia de moral como quien cambia de legislatura, y por eso cada partido que roza el poder (no digamos ya si llega a tenerlo de verdad) nos planta en la puerta de los colegios una nueva asignatura ético-cívica, que como la novia de aquella copla flamenca es igualita sin ser la misma. Tanto interés del político por la moralidad de la ciudadanía es sospechoso, y a mí me lleva a pensar que lo que de verdad ocurre es que los españoles, con nuestra guasa y nuestra política de baja-que-me-subo-yo somos profundamente inmorales, al menos políticamente hablando. Tanto empeño en cambiar cuanto antes las asignaturas éticas y morales de nuestros escolares me recuerda a esos voceadores de la castidad y la virtud que el día que menos se espera se les sorprende saliendo de un prostíbulo.
En el futuro, nuestros políticos tendrán que aguzar mucho el ingenio para nombrar la asignatura que, según sople el viento político de cada momento, llegue a las orillas de nuestro sistema educativo. Las combinaciones que ofrecen las palabras educación, ciudadano y ética son limitadas, y a la velocidad que se extinguen las propuestas de los distintos gobiernos, consumidas como pasto en verano, pronto habrá que acudir a la extravagancia (nada extraño para un político, dicho sea de paso) para designar a esas nuevas ocurrencias escolares. Si uno lleva bien la cuenta, los nombres que la cosa pública para la moral de nuestros hijos ha parido ya para distintos ciclos y grados de moral son: Educación para la ciudadanía, Valores sociales y cívicos, Valores éticos, Valores cívicos y éticos. Pues eso, que se acaban las combinaciones y nuestros alumnos, nuestro futuro, avanzan en lo ético sin saber mucho de lo de más. Entre otras cosas, van camino de prepararse el C2 de inglés sin acercarse al B2 de español. Al final conseguiremos ser los más éticos del mundo, al menos en los papeles del ministerio, pero solamente hay que sacar la nariz de casa para percibir que las nuevas generaciones hablan un miniespañol, un castellano raquítico en fondo y forma, que quizá no llegue a las dos mil palabras, de las cuales saben escribir bien la mitad de ellas. A mí la cuestión me preocupa mucho, pero ya digo que serán manías de escritor.
«Las combinaciones que ofrecen las palabras educación, ciudadano y ética son limitadas, y a la velocidad que se extinguen las propuestas de los distintos gobiernos pronto habrá que acudir a la extravagancia para designar a esas nuevas ocurrencias escolares»
Cuando nuestros políticos entran en la charca de la educación, se pierden siempre en jardines de creencias y de éticas, que son zarzales de mucho espino. Discuten mucho –discrepar, que lo llaman ellos- y al final paren una asignatura/vocablo con la que designar una materia que siempre sale a medio cocer. La última es estos Valores cívicos y éticos que ya suena a la parte contratante de la primera parte de los hermanos Marx.
La ética puede enseñarse pero no burocratizarse o politizarse, entre otras cosas porque es cosa de cada individuo y su conciencia. Pero es que para nuestros políticos el alma de nuestros estudiantes –no digamos ya su lengua o la historia que aprenden– es un territorio a conquistar. Lo que verdaderamente le choca a uno cuando habla de la educación y sus asignaturas es que tanto civismo como se ha derramado sobre los niños desde 1970 (año en que comienza a girar esta veleta de las alternativas a la religión) no tenga efecto en la calle, y en tantos momentos seamos un pueblo insolidario, poco ecologista, maleducado, egoísta e inmoral. Antes un español se definía como alegre y educado. Ahora estaremos más cerca de otras dos palabras, que podrían ser muchas, pero que yo por ahora me quedo con las de individualista y jodido.
«La ética puede enseñarse pero no burocratizarse o politizarse, entre otras cosas porque es cosa de cada individuo y su conciencia»
Que nuestros políticos asalten cielos o ministerios si quieren, pero que dejen en paz la mente y el alma de nuestros hijos.