El sondeo de Metroscopia del 12 de noviembre para El País corrobora lo que era inevitable: que el multiclímax de la crisis secesionista, desplegado ante nuestros ojos en una dilatación exasperante de acontecimientos al ralentí –secuencia que durante dos meses ha sido a la política convencional lo que el spaghetti western al western clásico-, iba a otorgar la temperatura y el tiempo de cocción suficientes al eje de decisión territorial para hacerlo determinante en la intención de voto. Y no en Cataluña –donde ese eje domina sobre el social desde antes de la exacerbación identitaria del procés-, sino en el conjunto del electorado español. Las tendencias sustanciales y estrictamente opuestas que el sondeo registra para Ciudadanos y Podemos desde finales de julio hasta hoy revelan el nuevo marco: la oferta socioliberal de C’s, con dificultades durante la crisis para añadir apoyos fuera de su rango natural, limitado a una identificable distancia a ambos lados del centro político, se beneficia hoy de la eclosión del patriotismo reactivo y rentabiliza la gestión inteligente de sus mensajes y propuestas. Al contrario, el partido de Iglesias, fuerte en la fase virulenta de la crisis económica, es castigado por una parte de su electorado que, si bien mantenía posiciones más españolistas que sus dirigentes, seguía votando en clave social. Pues bien, ya ha empezado a dejar de hacerlo.

Apenas dos meses entre las aciagas jornadas del Parlament y la convocatoria de elecciones por parte de Rajoy habrían bastado para desatar una serie de consecuencias en distintos niveles. Consecuencias insospechadas a primera vista, si las relacionamos con su causa inicial, es decir, con el desafío independentista, pero menos si lo hacemos con sus derivadas: modificación de la cultura política y voto. Estas consecuencias podrían concretarse como sigue en clave casi paradójica.

En primer lugar, el procés facilitará la gobernación de España durante los próximos años. Siempre que no se recaiga en la crisis económica, el refuerzo del eje nacional-identitario en detrimento del social y su primer efecto claro, el ascenso de C´s al nivel de conservadores y socialistas, augura (de cristalizar la fotografía de Metroscopia: tres fuerzas constitucionalistas repartiéndose cada una de ellas el 25% aproximado de la tarta electoral) un futuro próximo de más facilidad de alianzas para la formación de gobiernos. Son obvias las múltiples posibilidades que se ofrecen para el futuro con el ascenso de C’s al rango de PP y PSOE y la caída en la irrelevancia de Podemos, una irrelevancia que se inicia con el descenso de cinco puntos en su intención de voto: si Iglesias erró en el eje social al desdeñar la estrategia de transversalismo errejonista para situar a su partido en un extremo, donde hay relativamente poca gente, se equivoca de nuevo ahora en el eje identitario, al apostar en contra del signo de los tiempos. La centrifugación de su electorado más refractario al independentismo liquida sus opciones, y ahora quizá para siempre.

En segundo lugar, el procés acabará con un rasgo persistente de nuestra cultura política desde la transición: la aprehensión hacia los símbolos nacionales, sobre todo hacia la bandera. De este modo, buena parte de las nuevas generaciones de millenials –y no solo ellos, también un porcentaje de la izquierda sociológica senior-, libre por fin de la vergüenza residual a causa del último nacionalismo español verdaderamente operativo, el franquismo, no aceptará el tramposo discurso deslegitimador del procesismo ni de la izquierda populista, sino que reaccionará a la contra. La anormalidad en la relación de los españoles con sus símbolos comunes habrá sido, así, una fase coyuntural, un rescoldo de la dictadura de más de cuarenta años de duración, pero –al igual que lo fue el terrorismo- no un acompañante estructural del sistema democrático. Demos gracias al nacionalismo catalán por enseñarnos la puerta de salida.

En tercer lugar, y por último, el procés alumbrará un condicionante insoslayable para las estrategias partidistas en los años venideros, el problema territorial, con la izquierda socialdemócrata de entrada en desventaja de acomodo en relación a los partidos del espectro liberal y conservador. El contraste entre una cultura política más intensamente identitaria para el conjunto de España y la de un nacionalismo catalán que seguirá siendo independentista y, no menos importante, el estrenado activismo constitucionalista de muchos catalanes antes silenciosos, complicarán el éxito de las fórmulas habituales del catalanismo más conciliador. Conceptos como encaje o blindaje de competencias, la defensa de la inmersión lingüística como un patrimonio de convivencia cívica o el mayor autogobierno como reclamación generalizada de los catalanes, sin especificación alguna, tenderán a provocar disonancias, a sonar peor a los oídos de cada vez más catalanes y más españoles. Por tanto, no a crear la síntesis que actualice las potencialidades electorales del PSC y del PSOE sino, más bien, a su encapsulamiento. A falta de propuestas alternativas de mayor audacia e imaginación, que fundan virtuosamente catalanidad y españolidad, y que se desplieguen con finezza política, la socialdemocracia puede perder competitividad en el nuevo tiempo electoral, y acabar permitiendo la capitalización del nuevo patriotismo cívico por parte del centro y la derecha. Tras el desenlace abrupto del procés, el eje de decisión identitario pasará a ser clave: tanto en Cataluña como en el resto de España, los electores que pueden propiciar la hegemonía, los ubicados en el centro-izquierda del eje social, de voto más volátil y reflexivo, decantarán de modo tendencial su decisión tras sumar a la consideración habitual sobre el desempeño y las capacidades de gestión económica de cada partido, la consistencia de sus respectivas propuestas ante la problemática territorial de España.

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Politólogo y periodista. Escribo y dirijo documentales desde la disidencia. Los cien mejores planos ya se han filmado, las cien mejores canciones ya se han compuesto. A veces releo Viaje al fin de la noche para no olvidar lo que somos.