Alguna vez creímos que éramos inmortales. Que todos seríamos legendarios como Sant Jordi. Sin embargo, este año el dragón escupe-fuego se ha vuelto invisible y mata en silencio, menguando el pelotón de un pueblo contagiado. Nuestro caballero viste una precaria armadura antitodo. Y, en lugar de casco, se ponen una mascarilla y una pantalla protectora para la cara. Por toda arma unos guantes de látex y su perenne sonrisa. Alguna vez creímos que las leyendas nunca cambiaban. Alguna vez creímos que el caballero siempre ganaba.

 

CADA SANT JORDI UNA EXPERIENCIA

La primera vez que viví un Sant Jordi lo escogí como mi celebración catalana por excelencia. Tenía dieciséis años y había venido a Barcelona un par de días a ver el torneo Conde de Godó con mi madre, otra fanática del tenis. Asombrosamente para mí, nos regalaron un par de rosas a la entrada al recinto. Me habían llamado la atención, en el autobús de camino a Pedralbes, todos los puestecitos de libros y rosas rojas adornados con la senyera catalana y algunos también con algún detalle del dragón y el caballero. Mi pasión por la lectura y la escritura me llevaron a descubrir todo lo que había delante y detrás de tan lindísima celebración. Pregunté a mi madre y a mi padre, que desde joven ha vivido en Barcelona, y leí todo tipo de reseñas en los diarios del día. Aún no tenía internet en casa y las entradas al torneo las comprábamos con antelación a través del banco o en la taquilla el mismo día del evento. No tenía ni ordenador de mesa en casa, y sólo sabía lo que era internet porque me había metido en algún chat loco desde casa de alguna amiga, pero nada de Google ni de Wikipedia donde buscar información sobre Sant Jordi, como haríamos ahora. Aún así, lo poco que conocía de la celebración y el ambiente festivo, amable y romántico que se respiraba en las calles me cautivaron de fuera hacia dentro. Aquel día también supe que el día veintitrés de abril se celebra el Día Internacional del Libro, coincidiendo cada año con el aniversario de la muerte de Cervantes y Shakespeare (aunque lo cierto es que Cervantes murió el 22 y lo enterraron el 23 y Shakespeare murió el día 23 de abril del calendario juliano, que corresponde al 3 de mayo), además del nacimiento y muerte de otros tantos célebres escritores. Me encantan los libros. Me gusta todo de ellos. El olor, la textura de las páginas, el diseño de portada y, por supuesto, leer todas sus líneas. Novelas, ensayos, poesía, teatro, epístolas…Y descubrir los diferentes estilos en los que están escritos. Conocer, imaginar a los narradores a través de sus palabras. Adoro que existan tantos libros en el mundo. Y ver que en Sant Jordi todos los catalanes parecen adorarlos tanto como yo es algo que no estaba acostumbrada a ver en mi Alicante natal. A esto se sumaba que abril es mi mes favorito. Con su lluvia, sus flores, su sol, su suave temperatura y sus cumpleaños primaverales. Con todo junto, declaré Sant Jordi mi festividad favorita.

Todavía tardé diez años más en venirme a vivir a Barcelona y como Sant Jordi es día laborable, mis responsabilidades universitarias sólo me permitirían volver para celebrarlo un par de años en todo ese tiempo. Justo los dos años que pasé estudiando en el extranjero. Un año me pilló en Irlanda y al siguiente en Suecia. No recuerdo haber celebrado muchos Sant Jordi  fuera de Barcelona. Sólo el año que estaba en Sundsvall, Suecia, le regalé un libro en inglés a una de mis mejores amigas de aquella época. El siguiente Sant Jordi ya lo pasé en Barcelona. En mi trabajo de prácticas me obsequiaron con un libro y una rosa, que nos habían dejado a cada uno en nuestra mesa. Era un día soleado. Y la tarde me la pasé en el centro de la ciudad con mi padre, fotografiando cada puesto curioso y original que me iba encontrando en el tumulto de gente que abarrotaba la Rambla de Cataluña y el Passeig de Gràcia. Cada San Jordi, por un motivo u otro, ha sido una experiencia diferente para mí. Al año siguiente recolecté media docena de rosas. Una de mi novio, dos en el trabajo, otra de mi padre y, por último, la del padre de mi novio y la del hermano, que aquella noche cenamos todos juntos. Sin embargo, recuerdo que el libro me lo acabé comprando yo. Así que me planté y le dije: “Si, las rosas son bonitas, pero no me dicen nada y pasado mañana ya no estarán entre nosotros. El año que viene si me regalas una rosa que venga con libro, si no te puedes ahorrar la rosa”.  Ya no he vuelto a pasar un Sant Jordi sin libro. Al contrario, me han regalado libro y, cuando la economía me lo ha permitido, me he comprado yo algún otro libro para mí, además del que siempre regalo. También he vivido Sant Jordi con lluvia, con muy pocos puestos y apenas nadie por la calle. En este caso había sido previsora y había comprado el libro en la librería el día anterior. Otro Sant Jordi lo pasé en el Hospital Clínic. Ese año creo que acumulé lectura hasta el siguiente Sant Jordi. Todo el mundo que pasó por allí a celebrar Sant Jordi conmigo jodida, pero contenta, me trajo un libro. Guardo con especial cariño el que me regaló el propio Hospital Clínic. Hacía un par de días que me habían salvado la vida. Justo al año siguiente de esto cumplí mi ilusión de celebrar Sant Jordi desde mi propio puesto y me organicé una paraeta muy chula donde traté de vender y promocionar mi primer mini volumen de relatos de mi proyecto literario #StreetStories. Como imaginaréis, no es que me quedase sin ejemplares para vender, pero considero un éxito toda la gente que pasó a saludar, comprar o simplemente dar su apoyo. Fue, sin duda, un día para el recuerdo. El año pasado para Sant Jordi ya contaba con tres mini volúmenes de #StreetStories, así que los llevé a la oficina, los regalé y algunos compañeros incluso me pidieron que se los firmase. Este año de pandemia mundial, sin embargo, Sant Jordi se celebrará el próximo 23 de julio. No sabemos cómo será. Diferente seguro. Pero lo que está claro es que el 23 de abril estemos donde estemos y estemos como estemos, siempre lo pasaremos leyendo unos y escribiendo otros, disfrutando de la huella imborrable de las palabras escritas.