No esperen objetividad.

Andrea Camilleri es mi abuelito en esto de la literatura. Mi abuelito querido. A ver, entiéndanme bien, en la vida hablé con este señor, ni tuve relación alguna distinta a la de beberme (como un dipsómano enamoriscado) sus novelas. Él era solo el tipo (más viejo que dolor, la cara llena de manchas, gesto de mal humor que yo sabía fingido, irónico) que me saludaba siempre desde las solapas. Con una colilla, además, la única que yo soportaba cerca mientras leía. La misma durante décadas, porque ya de fumar hagámoslo con fidelidad, ¿no?

Así que eso… cada pocos meses yo me reencontraba con viejos amigos. Con el inspector Montalbano, a quien le reconozco buen gusto en la mesa y los paisajes. Con Catarella, torpe imbécil de gran tamaño y poco seso que a veces me asustaba, por lo de la mímesis. También con Augello, o con Fazio (adicto al registro civil, como muchos) y el resto de la panda. Gracias a Camilleri descubrí que Sicilia tiene un color especiaaaal, y que los cannoli eran una puta desgracia para los escritores de talla escritor. Esas cosas. Una relación de años, mucha confianza, discusiones a veces pero siempre volviendo al redil.

«Hace un año Camilleri se fue. Los cursis dirán que al cielo, pero yo me lo imagino en la terraza de un bar, bajo la sombra fresca de, no sé, un olivo o una parra»

Hace un año Camilleri se fue. Los cursis dirán que al cielo, pero yo me lo imagino en la terraza de un bar, bajo la sombra fresca de, no sé, un olivo o una parra. Tiene delante vino fresco de Marsala, y un plato de pulpitos a medio comer. Qué día más cojonudo hace, amigos, qué día.

No solo hizo Montalbanos, claro, aunque es lo más conocido de él. De Andrea Camilleri, digo. Quizá resulte algo injusto, porque… en fin, esas novelas policiacas son simpáticas, trepidantes a ratos, entrañables siempre, divertidas por encima de todas las cosas… Pero tiene otras. Libros históricos, casi periodísticos. Algunos esconden denuncias, a otros se les cae el sarcasmo por entre los lomos. Todos son recomendables. Mucho. Ah, y también hizo guiones de televisión. Y teatro. Mucho teatro. No se sorprendan, se le ve el trazo justo, en los diálogos precisos de cada escena…

Una de esas obras “No Montalbanas” de Camilleri la acaba de recuperar ahora la (muy interesante) editorial Altamarea. Se titula “Conversación Sobre Tiresias”, y es un monólogo que habla de este adivino mitológico cuyo rastro podemos seguir hasta Grecia (y aun más allá, porque los tipos son eso… creaciones del propio espíritu humano). Que Tiresias sea ciego y Camilleri acabase con un espeso telón de leche sobre sus pupilas no hace sino aumentar el interés de la pieza, porque el lector (que es curioso, osado, un pelín entrometido) buscará códigos personales en lo que, quizá, es solo cliché cultural.

De cultura va la cosa. De las distintas manifestaciones del ciego Tiresias a lo largo y ancho de toda la producción occidental. De casi tres mil años en los que esa figura ha pasado de lo trágico a lo cómico, de lo impulsivo a lo cerebral, del bosquejo a trazo grueso al estudio más minucioso.

Un festín, ya les digo. De referencias, de reflexiones. Un momento perfecto, además, para el recuerdo. Para esa figura que sea fue y queda. Para el abuelo cascarrabias de todos los escritores de novela negra.

Qué cabrón, el Andrea…

 

  • Título: «Conversación sobre Tiresias»
  • Autor: Andrea Camilleri
  • Nº de páginas: 64
  • Editorial: ALTAMAREA
  • Idioma: CASTELLANO
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • ISBN: 9788412204247
  • Año de edición: 2020
Compartir
Artículo anteriorJasón y los pérfidos amores marineros
Artículo siguiente¿Votarán los catalanes el 27 de enero?
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981) es escritor profesor. O al revés. Ha publicado "Arriva Italia" (Popum Books, 2015) y "Periquismo. Crónica de una pasión" (Punto de vista, 2017). También asoma la cabeza por medios de comunicación, de los mainstream y de los raros. A veces le han dado algún premio, pero tiene mala memoria para esas cosas. Le gustan el café y las tildes diacríticas.