Una víbora es una víbora, sin importar donde se abra el huevo. De la misma manera, un japonés-estadounidense, nacido de padres japoneses, se convierte en un japonés, no en un estadounidense.
Esta terrible (y muy gráfica) metáfora no fue una proclama de grupos como la Legión Estadounidense o los Hijos Nativos del Dorado Oeste, ni incluso una pancarta del Klu Klux Klan. Fue parte de una editorial del teóricamente muy respetable rotativo “Los Ángeles Time” de principios de 1942, tras el ataque a Pearl Harbour. “Remember Pearl Harbour”, fue el grito de aliento (y de guerra) de millones de norteamericanos. Y vaya si lo recordaron, sobre a todo en lo que respecta a los japoneses radicados en Norteamérica. Y es que más de 120.000 personas de origen japonés fueron internadas en campos de concentración a lo largo de Estados Unidos tras la declaración de guerra entre USA y Japón. Porque cuando se habla de campos de concentración, nuestra mente occidental tiende a focalizar en los campos de exterminio nazis, en los terribles Gulags en Siberia o la extrema crueldad de los japoneses en sus campos de prisioneros. Nunca se piensa en los campos creados por los ingleses en Sudáfrica en la Guerra de los Boers (gran mérito el de los británicos al ser los creadores de los campos de concentración tal y como los entendemos en la actualidad) ni, por supuesto, en los campos de internamiento en la próspera y refinada Costa Oeste americana.
Se calcula que al comienzo de las hostilidades entre Japón y USA residían en Estados Unidos casi 300.000 japoneses, de los cuales algo más de la mitad de ellos vivían en Hawai. Las condiciones de los japoneses en USA no es que fueran muy académicas; por ejemplo los japoneses que habían llegado a Estados Unidos antes de 1925 no tenían derecho a obtener la nacionalización estadounidense y en muchos estados del país no se les permitía poseer tierras de cultivo, incluso estaban prohibidos los matrimonios mixtos con americanos. Pero pese a todo, la cultura estadounidense impregnó a muchos de los hijos de aquellos japoneses inmigrantes que habían nacido en América, los cuales se sentían profundamente patriotas, existiendo organizaciones como la Liga de Ciudadanos Japoneses-Americanos, donde mostraban su devoción a los Estados Unidos. Pero todo cambio el 8 de Diciembre de 1941, un día después del ataque a la base americana de Pearl Harbour en el Pacífico; junto a la declaración formal de guerra a Japón, Roosevelt firmó las primeras medidas contra los ciudadanos japoneses (o de origen japonés) al segregar a los habitantes con ascendencia de alguno de los países del Eje del resto de la población norteamericana.
Todos los ciudadanos, moradores o sujetos de Japón, Alemania e Italia mayores de 14 años que estén en Estados Unidos y no posean la nacionalidad, podrán ser apresados, retenidos, encerrados o expulsados como extranjeros enemigos.
Este decreto encerraba una carga de profundidad brutal. Para empezar, chocaba frontalmente con la decimocuarta enmienda de la Constitución la cual prohibía un trato desigual por motivos raciales, pero ese pequeño detalle no amilanó a los gerifaltes americanos, ni tuvo demasiada repercusión en la opinión pública; además la Corte Suprema de los Estados Unidos avaló la resolución. Se estaba en guerra y punto, y con el traicionero ataque a Pearl Harbour los japoneses habían demostrado su calaña moral. No había más que discutir. Pero por otro lado si se aplicaba en toda su extensión el mandamiento presidencial, podía suceder que miembros de la numerosísima colonia de italoamericanos fueran internados por razones políticas. Obviamente eso nunca sucedió, ni tampoco con descendientes de alemanes o austriacos. El tema de los nipones era “distinto” y más concretamente en los estados limítrofes con el Océano Pacífico donde operaba la Marina Imperial Japonesa. Una verdadera obsesión anti japonesa se adueñó de la población, azuzada por los medios de comunicación. Así en esos Estados se decretó su inscripción obligatoria, y solo en los tres primeros días se recogieron más de 90.000 nombres, ampliándose posteriormente hasta los 110.000. También es cierto que surgieron figuras públicas que protestaron por el trato hacia los ciudadanos japoneses como por ejemplo el sindicalista Louis Goldbatt o Abraham Wirin, abogado y líder de la Unión Americana por las Libertades, pero sin demasiado éxito. Como primera medida, el FBI comenzó a detener a los más destacados líderes japoneses «sospechosos», como sacerdotes, sindicalistas o profesores. Fueron deportados a campos de internamiento sin previo aviso y muchas de sus familias sólo supieron con posterioridad lo que había sucedido. La operación incluyó también la congelación de cuentas bancarias y la incautación de sus bienes. Por cierto, ninguno estuvo jamás acusado por crimen alguno. Pero esto, al mejor estilo nazi, solo fue el principio del tsunami, ya que una vez listados los japoneses o descendientes se decidió que serían internados en campos de concentración. Curiosamente en Hawai, el estado donde los japoneses tenían más peso (se calcula que cerca del 50% de la población provenía de ese país) y más posible era su invasión por parte de Japón, no se aplicaron estas medidas por ser inviables, ya que logísticamente suponía un problema terrible y además el archipiélago hubiera sufrido un colapso total.
A primeros de Marzo de 1942 se preparó el internamiento de casi 80.000 norteamericanos de origen japonés (conocidos como los Nisei) y de 40.000 japoneses (Isei) de los Estados de la costa oeste. Los evacuados solo podrían llevar el equipaje que pudieran trasladar en una mano y un colchón, obligándoles a deshacerse de la mayoría de sus pertenencias, teniendo poco más de una semana (incluso en ocasiones menos) para malvender sus hogares o bienes personales (más tarde se conocería que el 80% de los bienes pertenecientes a japoneses internados fueron saqueados, robados o vendidos durante su ausencia). Al olor de la sangre, los especuladores fueron a por los negocios y sobre todo a por las tierras de los japoneses, las cuales eran en general de muy alta calidad y muy bien gestionadas. Como curiosidad hay que resaltar que el único caso de sabotaje registrado en la II Guerra Mundial llevado a cabo por un japonés en USA, fue debido a este hecho, ya que cuando vio que las autoridades no le daban un plazo extra para recoger su cosecha, opto por destruirla, calificándose de “sabotaje a instalaciones civiles”. Algunos propietarios japoneses arrendaron sus viviendas y sus tierras, siendo habitual que los arrendatarios se negaron a pagar más tarde ninguna renta dándose incluso el caso de arrendatarios que vendieron los inmuebles a terceros. Y los propietarios que decidieron no vender descubrieron después de la guerra que sus casas habían sido invadidas o que el Estado las había expropiado por no haber pagado los impuestos correspondientes. Así durante la guerra muchos estadounidenses de origen japonés perdieron todas sus ahorros al ser confiscados por el gobierno al ser considerados «propiedad enemiga». Se estima en un monto de unos 400 millones de dólares la suma intervenida, pero después de la guerra los Estados Unidos solo devolvieron un 10% de esa cantidad, y muchos años más tarde. Así, por ejemplo los clientes del Yokohama Bank, banco estadounidense de origen nipón, los depositantes no recibieron sus ahorros hasta 1969, cuando la Corte Suprema falló a su favor, especificando que la devolución debía realizarse sin intereses y al cambio pre-guerra. Pero la persecución a los japoneses expatriados por parte de los Estados Unidos no se circunscribió a su territorio; USA forzó a los gobiernos de diferentes países americanos a expulsar a algunos de sus respectivos ciudadanos de origen japonés enviándoles detenidos a los campos de Estados Unidos y Panamá o que aplicasen su propio programa de internamiento.
Las condiciones en los campos de “reubicación” (como oficialmente fueron denominados americanos), fueron terribles. Por ejemplo en el Campo de Manzanar, uno de los más representativos, las condiciones climáticas eran extremas, con un invierno con temperaturas por debajo de 0 grados y más de 50º en Verano y donde constantemente se levantaban vientos huracanados, por lo que muchas veces los presos al despertarse se encontraban cubiertos de polvo. Los víveres eran escasos y de mala calidad y cualquier conato de protesta se reprimía duramente, incluso con fuego real. Así, en ese reciento murieron más de cien personas tras ser acribilladas por los centinelas en una manifestación realizada dentro del campo. El fotógrafo Ansel Adams publicó en 1944 un libro titulado “Nacidos libres e iguales” denunciando las condiciones infrahumanas de esos campos; la mayor parte de los medios de comunicación lo atacaron con saña, incluso alentando la boicot de su libro, llegando a celebrarse piras públicas con la quema de su obra. Sí, como en Berlín 1933.
Con esto y con todo, un hecho en cierta manera sorprendente fue la creación del 442 Regimiento de Infantería, formado exclusivamente por japoneses residentes en USA y descendientes de japoneses. El germen de este batallón surge en Hawai, inmediatamente después del ataque a Pearl Harbour, cuando miles de descendientes de japoneses se presentaron voluntariamente en las oficinas de reclutamiento para alistarse en la lucha contra Japón, y junto a los hawainos-japoneses que formaban parte de la Guardia Nacional, se creó el Batallón Provisional Hawaiano. Trasladado al continente para su formación, los oficiales al mando quedaron sumamente sorprendidos con el discurrir de su entrenamiento, por lo que se decidió dar un paso más allá, al permitir alistarse a los jóvenes japoneses internados en los campos. Así, más de 2.000 japoneses recluidos se apuntaron, creando el 442 Regimiento de Infantería. La idea que se transmitió al público era que iban a actuar como policía militar o tropas de retaguardia, pero que nunca entrarían en combate directo, cosa que no se cumpliría, ya que dicho regimiento pelearía en algunas de las sangrientas batallas de la guerra en el escenario europeo (eso sí, nunca en el marco de operaciones del Pacífico), como en Montecassino (donde de 1300 efectivos solo hubo 500 supervivientes, ganándose el sobrenombre de “Batallón de Corazón Púrpura”, debido a la cantidad de esas medallas logradas por sus integrantes), Anzio o Monte Folgorito. Pese a su desempeño decisivo en la batallas para la toma de Roma, no se le permitió entrar en la capital italiana el día de su liberación ya que el Alto Estado Mayor no quería soldados japoneses entrando como libertadores en una ciudad tan simbólica como Roma. Tras terminar la guerra se consideró al 442 Regimiento de Infantería como el regimiento más condecorado de la historia del Ejército de los Estados Unidos. Pese a todo, los familiares prisioneros de los soldados de este ejemplar regimiento no recibieron ningún tipo de privilegio durante la contienda.
Los prisioneros japoneses comenzaron a ser liberados de los campos a finales de 1945, siendo desmantelado el último campo a finales de 1946. Se les entrego 25 dólares a cada interno, y en su gran mayoría que alojarse en refugios públicos y muchos de ellos, al ver que habían perdido todos sus bienes y dado el orgulloso espíritu japonés, acabaron suicidándose. La Orden 9066 que les recluía no fue revocada oficialmente hasta 1976 por el Presidente Ford. “Sabemos ahora lo que debíamos haber sabido antes: que la evacuación no sólo fue errónea, sino que los estadounidenses japoneses eran y son estadounidenses leales” fueron las palabras de Gerald Ford. Y es que al final del todo, se demostró que la víbora nacida en USA solo fue una pobre cobaya, destinada a terribles experimentos sociales.