En el cine alemán de los años veinte predominó la representación de víctimas y de verdugos. Era muy común, en el denominado cine expresionista alemán, la muestra de criminales que aterrorizaban a una sociedad, sumiéndola en el caos y en la destrucción. Personajes como el Dr. Caligari, Nosferatu el vampiro o el omnipresente Dr. Mabuse, son el reflejo de una sociedad inestable, amenazada por la crisis, la decadencia y la desesperación. El protagonismo que tuvieron estos asesinos y ladrones, contrastaba con la representación de esa sociedad, que se convertía, automáticamente, en víctima de sus perversos actos. Se trata de criminales que encarnan, metafóricamente, un mal social, amenazando la seguridad de la población.

Bajo estas premisas, se estrena M, el vampiro de Düsseldolf (1931), una de las películas más representativas de aquel cine expresionista. Fritz Lang fue el director de la cinta, y el responsable, junto a su esposa y guionista Thea von Harbou, de representar a un peligroso asesino de niños, al que un grupo de detectives persigue incesantemente. Este personaje forma parte de esa representación de criminales que acechan y amenazan la seguridad. De hecho, en principio, el film se iba a titular Los asesinos están entre nosotros (Mörder unter uns), haciendo referencia a una población en peligro constante. Sin embargo, debido a varios problemas y diversos malentendidos con personalidades nazis, que en 1931 comenzaban a ascender políticamente, su nombre se cambió por una supuesta identificación entre este ascenso y los asesinos del título, cosa que Lang siempre negó. De este modo, el nombre de la cinta se cambió, haciendo referencia directa al criminal y no a una frase que fomentaba la sospecha general.

Aunque este asesino de niños vaya en la línea de los criminales mencionados al principio, y sea, también, una amenaza para la sociedad, existe una diferencia sustancial respecto a aquellos personajes malévolos, característicos del cine expresionista alemán. El contraste se basa en que, mientras que personajes como el Dr. Mabuse o Nosferatu suponen una amenaza social, contribuyendo al terror general, siendo ellos los verdugos y, la sociedad, la gran víctima, el protagonista de la película de Lang, además de representar el papel de verdugo en esta línea, desempeña el de víctima de sí mismo, logrando una identificación con el espectador, que no poseían los otros criminales. En este sentido, el protagonista tiene dos facetas totalmente diferentes, que influyen en el desarrollo de la película.

Por un lado, la parte en la que la policía busca al asesino y este aparece como un criminal, cuya identidad no está clara, por lo que despierta la sospecha generalizada que se ha mencionado. Desde esta perspectiva, el criminal aparecerá representado en sombras, desconocido, reflejando oscuridad y misterio e inspirando peligro e inseguridad en el espectador. De hecho, la primera vez que aparece, se ve su sombra reflejada en un cartel que ofrece diez mil marcos de recompensa por su captura. Así, el espectador desea la detención del asesino y se pone en el lugar de la policía.

Por otro lado, está la representación del criminal como una persona miserable e infeliz; una persona desdichada que no responde ante sus propios actos y que, en la parte final de la película, se muestra como víctima de sí mismo. Aunque, al principio, había aparecido en sombras, durante la película se descubre su rostro y se le contempla realizando actividades cotidianas: comer una manzana, mirar un escaparate… Este modo de representar al asesino, interpretado, ahora sí, por Petter Lorre, inspira naturalidad y, en algunas escenas, aparece como víctima de la sociedad, además de como víctima de sí mismo. Es el caso de la última escena, en la que el protagonista se somete a una especie de juicio popular. En esta parte, dos hombres le conducen a un sótano, donde se le retiene forzosamente, y en el que se vislumbra a todos los vecinos observándole con miradas acusadoras.

Es en esta escena donde el protagonista pasa de ser verdugo a ser víctima principal. En primer lugar, al asesino lo rapta la sociedad civil y no las autoridades y, aunque él exige que le lleven ante la policía, los vecinos se niegan, pues sería declarado enfermo y llevado, después, a un centro psiquiátrico. El pueblo, entonces, quiere venganza, y el protagonista es su objetivo. En segundo lugar, el asesino, aterrado, declara que no puede evitar cometer los crímenes, ya que tiene dos personalidades: la suya y la que le acompaña, que, debido a la presión, le obliga a matar. El protagonista está enfermo, y sus actos criminales son causa de ese “alguien” que le persigue. En este sentido, Fritz Lang, hizo una representación del criminal con la que el espectador empatiza, ya que se muestra como una víctima más, presa de sus propios actos. Así, el director, se une a la representación de la figura de “El doble” (Doppelgänger), de tradición romántica europea; que tuvo importancia en el cine alemán del primer tercio del siglo XX. Se trata de la muestra del lado oscuro del individuo, de su parte negativa que, en el caso de M, se manifiesta a través de los asesinatos perpetrados por el protagonista. Este recurso había sido utilizado en la literatura decimonónica, en obras como El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde (Strange case of Dr Jekyll and Mr Hyde, 1887), de  Robert Louis Stevenson o El doble (Двойник, 1864), de Fiódor Dostoyevski. También en el cine se hizo popular de la mano de El estudiante de Praga (Der Student von Prague, 1913), de Paul Wegener y Stellan Rye. Todos estos casos abordan el problema individual que supone poseer una segunda personalidad malvada y perversa; todos sufren y, como en el caso de M, son víctimas de ellos mismos.

Por eso, el vampiro de Düsseldorf, no es un criminal típico del cine expresionista alemán. No solo aterra a la gente, como lo hace Nosferatu, Caligari o Mabuse, sino que, además, al ser capturado, él mismo se convierte en el personaje aterrado, siendo verdugo y víctima al mismo tiempo, criminal y condenado, perseguido tanto por la sociedad, como por él mismo y, en definitiva, esclavo de los fantasmas y de las voces que le persiguen, atándole y empujándole, obligatoriamente, a la senda del crimen.