Porque Fernando cuenta con el beneplácito de los atléticos, lo hace ahora y lo ha hecho siempre. Y para ello no le hacen falta más gestos, ni palabras, ni miradas para convencernos. Se crió con nosotros y se fue antes de lo que muchos queríamos. Pero en ese momento, fuimos como aquella madre que, aún triste, ve partir a su hijo con orgullo y esperanza.

Todos los insultos y malas palabras de aquellos que, con mala fe, hablaban de ti, fueron amortiguados por unos locos colchoneros que te defendían no importa cómo, ni cuándo, ni delante de quien. Nos hemos enfadado con amigos y familiares, en el trabajo y en bares por hacerlo, pero no nos importa, porque formas parte de nuestra familia y con la familia, se está en las duras y en las maduras.

Y ahora te vas, Fernando, y nos vuelves a dejar aquí, tristes y orgullosos. Porque no eres el ídolo al que se venera por minutos y goles, sino aquel al que en ninguna entrevista se le olvida mencionar al equipo, a su equipo.

Porque siempre, has sabido mantener la clase y el estilo. Aún me acuerdo de ti, Fernando, cuando apenas sabías hablar delante de las cámaras. Un chaval que no alcanzaba los 17 años al que la camiseta aún le quedaba grande y que ya había conquistado el Manzanares.

Y ahora nos quedamos sin ti, sin escudo y sin Calderón. Y vendrán otros, pero no serás tú. Muchas veces me han preguntado, Fernando, que por qué significas tanto para nosotros. Yo no sé explicarlo, y tampoco se si quiero hacerlo, y menos a aquellos que no nos pueden entender.

No nos hacen falta miradas desafiantes al rival, ni que recuerdes que no quisiste irte con ellos, nos basta con lo que nos dejas. Porque como en toda relación de amor, no nos debemos nada y nos lo debemos todo, algo que no entienden los que no saben de esto, los que ven el fútbol como un intercambio de intereses.

Te esperamos, Fernando, sentado entre nosotros. Y esperamos que vuelvas de algún modo, aunque en el fondo, nunca te fuiste.