Tan sólo quedan dos semanas para seguir disfrutando de «Sonia Delaunay, Arte y Moda», la exposición del Museo Thyssen-Bornesmisza, que acoge la primera muestra individual de Sonia Delaunay-Terk en nuestro país.
2017 ha sido la fecha elegida para que el Museo (recién estrenado Nacional) Thyssen-Bornemisza acoja una muestra dedicada a la artista Sonia Delaunay, artista multidisciplinar y una de las grandes figuras de inicios de la vanguardia del siglo XX. Concluye el próximo 15 de octubre una propuesta expositiva que se define en un espacio teñido de blanco, una pared desnuda que exige, al espacio y al visitante, rendirse y permanecer a total merced de una explosión de colores y ritmos. Es el lirismo colorido que define la obra de la “eternamente joven Sonia”, como la llamaban sus más allegados, y que aquí se presenta en su trayectoria a través de hasta 200 piezas de otros museos y colecciones privadas, distribuidas y organizadas en torno a cuatro espacios cronológicos.
Sonia simultánea
Corría el año 1914 cuando Sonia Delaunay aterrizaba por primera vez en Madrid. Como para tantos otros artistas, la capital española fue la escogida como vía de escape de una guerra que se vaticinaba desastrosa y que amenazaba con destruir los pilares de todo aquello en lo que creían. Antes de eso, Sofia Stern (1885-1879) era una joven judía de origen ucraniano que ya había viajado por Europa, terminado sus estudios, casado dos veces, frecuentado los círculos intelectuales de París y cultivado su verdadera obsesión: el mundo del color. Posimpresionismo y fauvismo habían sido sus mentores; los estudios científicos iniciados por Chevreul, su inspiración; “orfismo, dadaísmo y simultaneismo”; las vanguardias que la perfilaron como genio creativo. Pero, ¿qué era el simultaeismo, esa palabra a la que siempre se apela cuando se menciona al matrimonio de Robert y Sonia Delaunay? Derivado del cubismo, este movimiento artístico buscaba la reintroducción del color en la vanguardia. El contraste, el juego y la disonancia de los colores entre sí eran el medio de expresión que creían como necesario para el desarrollo de un auténtico arte moderno. Un arte moderno que, sin embargo, debía beber en las fuentes antiguas. El cómo: rescatando la geometría, la perspectiva, definiendo ese “espacio simultáneo” a través de triángulos, rectángulos y círculos concéntricos definidos por el color. Como les ocurriría a tantos otros artistas, posteriormente, la preocupación por el color derivó en una preocupación por la incidencia de la luz sobre este y el movimiento.
Los años portugueses y estancia en Madrid
Una especie de gran taller luminoso. Así era precisamente como la Península se erigía para todos estos artistas como un lugar idóneo donde observar y aprender. La experiencia artística en esos primeros años de estancia en Portugal y España llevó a la pareja hasta el punto de definirlos como países “divisionistas o puntillistas”, en referencia, claramente, a la similitud del paisaje con ese movimiento artístico cuya razón de ser es, entre otras cosas, la incidencia de la luz en las cosas. El movimiento, por su parte, era estudiado a través de las bailaoras y otros personajes del mundo del espectáculo, al que siempre estaría tan vinculado Sonia, quedándonos constancia a través de figurines y acuarelas.
Para mayor complicación en esta historia, al color le había salido un compañero de juego, un noble competidor por el espacio en blanco, una pareja de baile perfecta: la palabra. “La prose du transiberien et de la petite Jehanne de France” fue la primera asociación de Sonia Delaunay con la literatura. Se trata de un poema desplegable vertical del poeta Blaise Cendrars, su gran amigo, de dos metros de largo e ilustrado por la artista. Es, de hecho, una de las piezas que lucen protagonista en una de las salas del recorrido expositivo. No tardarían en aparecer las colaboraciones con otros, desde Ramón Gómez de la Serna (que decoró la casa parisina del matrimonio) hasta el príncipe dadaísta Tristán Tzara. Poesía y pintura aparecían hermanadas en paredes, encuadernaciones, bajo todo tipo de soporte: papel, madera, tapiz o porcelana.
De esta manera, había llegado el momento: Sonia Delaunay había aceptado prestar su arte y su experiencia a un campo más práctico y funcional, las artes aplicadas, importándole más bien poco la posición marginal e incluso hasta cierto punto considerada deshonrosa para el artista que esta ocupaba en el mundo de las Artes. Porque, aunque este proceso se había producido de manera natural y fruto de la propia inclinación de la artista a experimentar y conquistar nuevos espacios, fue la pérdida de las rentas percibidas desde Rusia tras el triunfo de la Revolución, la que acabaron por convertir a Sonia en decoradora de interiores y diseñadora, siendo tal su medio de subsistencia.
Es el periodo madrileño, iniciado en 1917 y del que se cumplen ahora 100 años, el que adopta mayor importancia en el hilo discursivo, reivindicándose la relevancia y la huella que dejaron este dicha etapa en la vida y obra de la artista. Trasladar el arte a los objetos cotidianos, o al revés, rescatar los elementos de la cultura popular e incluirlos en el objeto artístico; formaba parte del ideario de la artista. Durante este periodo, Sonia se encargará de reproducir sus “tejidos y vestidos simultáneos” para las mujeres (incluidas adultas y niñas) de la alta aristocracia de Madrid, Bilbao o San Sebastián. Burlando el conservador contexto al que pertenecían las clientas de la boutique, “Casa Sonia” (situada en la calle Columela) ofrecía propuestas que gozaban de un aire inesperadamente moderno, a través modelos frescos y divertidos. Pero la multidisciplinariedad de Sonia desbordaba y le impedía limitar su creatividad a esta actividad. Igual que vestía a las féminas de estas élites, se encargaba de renovar sus añejas mansiones. La “decoración soniana” se reproducían en papeles pintados, en todo tipo de mobiliario, porcelanas etc. Su decoración para el Petit Casino fue muy admirada, y pronto pudo trazar amistad con otro de los grandes nombres del mundo del espectáculo, Diaghilev, el barón del ballet ruso. El matrimonio colaboró con el ballet de Cleopatre, corriendo el vestuario a cargo de Sonia y cuyos figurines (que bien pasarían actualmente por diseños del mismísimo Jean Paul Gaultier) pueden ser admirados en una de las salas. París en ese momento no era una fiesta, y Madrid, se convertía en refugio y centro de operaciones de vanguardistas llegados de todos los lugares. “Tendrán que tomarnos en cuenta como han tenido que hacerlo con Cézanne”, repetía Robert a su llegada. De hecho, no sólo queda constancia de la buena acogida del arte del matrimonio Delaunay, sino también de una estrecha relación con intelectuales de la talla de Ramón Gómez de la Serna, Guillermo de la Torre, Vicente Huidobro o el Marqués de Valdeiglesias.
Retorno a París
En 1921, Sonia y su marido Robert, con la experiencia española a cuestas, regresan a París. Cautivando el dadaísmo a los vanguardistas de la ciudad en ese instante, el caso de Sonia no sería diferente. Como era de esperar, caería rendida al movimiento y pronto pasaría a incorporarlo también en sus creaciones. Si bien su dedicación y trayectoria la habían llevado hasta los salones de la clase alta de Madrid, a los bastidores de ballets y teatros del momento; Sonia, ahora, estaba a punto de conquistar a las grandes damas de París. Porque “Casa Sonia”, daba paso una segunda etapa, la de la “Boutique Simultané”. La muestra, que también pone el acento en su aportación a la moda como podemos apreciar en su título, expone una buena serie de fotografías de modelos luciendo los originales diseños de la artista. Si bien ella no obtuvo en su momento el reconocimiento del que sí gozaban otras figuras de la moda como Chanel o Poiret, algunas de sus ideas llegaron a vestir a grandes estrellas de Hollywood. Una de estas piezas exhibidas, un abrigo simultáneo en tonos ocres y confeccionado en lana, perteneció a la primera superestrella y musa del cine mudo, Gloria Swanson. Su consagración como diseñadora comercial vino tras la Exposición de Artes Decorativas de París y su contrato, hasta la década de los 50, con los grandes almacenes de lujo Mezt and Co. Los patrones de los estampados simultáneos acaban por inundarlo todo: prendas de baño, echarpes de seda, vestidos, abrigos y hasta un automóvil, el primer “Art Car” de la historia. El genio de Sonia acababa por desbordarlo todo.
En cualquier caso, que la carrera de Sonia acabase en el cultivo de las Artes Decorativas o la moda, nunca fue una frustración para ella. Y no lo fue a pesar de que a ojos de la crítica suponía rebajarse como artista, provocándole esto que-oh, qué sorpresa- todo el prestigio y mérito recayese en la figura de su marido, ensombreciéndola. Si bien en los últimos años de su vida se volcó de nuevo en la pintura y la abstracción; crear y diseñar en soportes que no fueran el lienzo, trascender el deleite artístico en pos de la funcionalidad, era para ella no un castigo, no, sino una liberación. Una liberación y una oportunidad para conquistar nuevos campos en los que poder seguir trabajando el lenguaje propio del color.
Hoy en día, nadie discute la persistencia, actualidad y valor de los diseños de Walter Gropious o Mies Van der Rohe para la Bauhaus. Sí existe aún, sin embargo, la necesidad de reclamar la importancia del Arts and Crafts; de defender el diseño de moda como algo más serio que un acto frívolo; o de equiparar, justamente, la figura de Sonia Delaunay a la de su marido. Porque Sonia Delaunay está los desfiles de París, Milán o Nueva York. También persiste en la última colcha de patchwork de tu abuela o en el papel de pintado del último garito de moda. Perdura y se empeña el motivo soniano en quedarse, siempre dispuesto a poner “los colores a bailar”, como bien ella misma decía, y otorgar un soplo de aire fresco a todo el espacio cotidiano que conquista e inunda.