La primera parte de este breve recorrido por la trayectoria de Serio Larraín Echenique, el Queco, nos dejó en un momento dulce para el fotógrafo: Había establecido contactos importantes, se dedicaba plenamente a la profesión en una revista de importancia en la época y parecía haber encontrado tanto su estilo como el método para alcanzarlo. Su fotografía es producto de como entiende que hay que vivir, libre y ligero, al tiempo que le permite vivir la vida como la entiende. Mientras este círculo vicioso mantenga su delicado equilibrio, podrá seguir siendo fotógrafo y no se aprecian signos de que se vea amenazado. Más bien al contrario.
Gracias a la revista O Cruzeiro recorre buena parte de Sudamérica, desarrollando nuevos trabajos y afinando su forma de mirar.
En 1958 estableció contacto con Magnum gracias a René Burri, que se lleva los carretes del reportaje que Larraín había hecho de Río de Janeiro para revelarlos en París, además de una carta de presentación para Henri Cartier Bresson.
El contacto ya se había establecido, pero para cristalizarse, debían ocurrir antes una serie de trabajos en Europa, el primero de ellos en Londres.
Londres
Sergio Larraín obtiene una beca del British Council para viajar a Londres y retratar la ciudad durante los meses invernales. Este trabajo queda inédito hasta 1998. Es gracias a Agnès Sire, directora de la Fundación de Henri Cartier Bresson (París) y en su momento jefa de archivo de Magnum, que podemos disfrutar de este y otros trabajos. En el futuro, levantará el velo en torno al mito de Larraín, encontrará al hombre y rescatará su obra para el público.
Su serie en Londres muestra la influencia de fotógrafos como Robert Doisneau, o Henri Cartier Bresson, pero sin duda el hilo más fuerte es el que lo une a Robert Frank, en particular con el trabajo “The Americans” que había realizado a mediados de la década de los 50, publicado en la primavera de 1958, mismo año en que Larraín viaja, durante el invierno, a Londres. Ambos trabajos hablan entre sí, captando la esencia de sus respectivos objetos fotográficos, mostrándonos de cerca las luces y las sombras de la
sociedad americana o londinense. El propio Robert Frank realiza también un trabajo fotográfico en Londres en 1951 que resuena también con la visión de Larraín.
Fiel a su estilo y con la libertad que le daba la beca, Larraín puede vagar por todo Londres, a todas horas. Sus imágenes captan el día y la noche, el paseo de los banqueros y de la gente en Hyde Park, la claridad y la niebla. Es un retrato de una ciudad por la mirada
atenta de quién es atrapado, sorprendido, por la distancia que lo separa de lo que tiene justo delante. Imaginemos al Queco, sumergiéndose, haciéndose invisible en Londres, pudiéndose acercar todo lo necesario al instante que fotografía, pero sin embargo sintiendo la distancia con un mundo que definitivamente, no es el suyo. Esta mirada que todavía no ha sido aburrida por lo que al final se convierte en rutinario, atrapa detalles característicos que normalmente pasaríamos por alto, pero que constituyen el fino tejido que hace algo auténtico. Esta curiosa unión entre la cercanía con la que trabajaba Larraín y la distancia que le separa con Londres, generan una de las mejores descripciones visuales que podemos encontrar de esta ciudad.
Las fotografías deambulan siempre entre lo directo y lo simbólico. Es especialmente evocadora la imagen de las parejas, juntas bailando a contraluz como un solo cuerpo, mientras sobre ellas flotan libres en un movimiento tranquilo, figuras de alambre que parecen hablarnos de las emociones de quiénes bailan. Los banqueros con sombrero cruzando la calle o los personajes paseando por callejones llenos de pubs, la niebla que oculta la figura de estatuas que parecen vigilar a los viandantes. Larraín consigue transportarnos esta vez a las calles de Londres, que encienden nuestra imaginación dando vida a unas imágenes que ahora tienen 60 años.
Este trabajo conseguirá que ese primer contacto a través de Burri con Cartier Bresson, se torne en una oportunidad real. Tras ver esta serie y las fotos que había tomado en Santiago de los niños del río Mapocho, Larraín pasa a formar parte como asociado de Magnum. La agencia le abrirá las puertas a conflictos y eventos de calado global.
Larraín en Magnum
Uno puede trabajar con Magnum como asociado o miembro de pleno derecho. Alcanzar ese estado final de membresía requería pasar por una serie de trabajos que demostrasen la valía del aspirante. Movido por la inercia del momento en que se encuentra, con todo a favor y apenas estrenada su carrera fotográfica, Larraín realiza distintos encargos por todo el mundo. Entre ellos encontramos su paso por Argel en 1959 para cubrir el asedio
de Casbah, dónde podemos visitar el trabajo de otros célebres fotógrafos como Steve McCurry, famoso por su retrato de la niña afgana de mirada impactante que acabó en la portada de National Geographic y más recientemente por una serie de polémicas fotomanipulaciones, contrarias a los preceptos básicos del fotoperiodismo (sobre lo cuál podemos dejar correr ríos de tinta).
Larraín también viaja a Irán para cubrir el matrimonio del Sha y se ocupa de registrar el festival de cine de Venecia.
Venecia es una de las ciudades más complicadas de retratar, porque debido a su peculiar belleza, ha sido mirada tantas veces que encontrar un ángulo personal y distinto es una
tarea enorme. Todos conocemos Venecia sin haber estado allí y al tiempo Venecia ha acabado por mutar en lo que la gente espera encontrar. La imagen de arriba sin embargo vuelve a mostrar la capacidad de el Queco para acercarse y apropiarse de un instante fotográfico, dotando de una profunda intimidad a una visión fugaz que nos regala ese algo que tan fácilmente pasaríamos por alto.
Esta época también le permite visitar París. De entre todas las imágenes que toma, se dice que una de ellas inspiró a Cortázar para escribir Las babas del diablo, que más adelante sería la inspiración de Antonioni (sí, el legendario cineasta) para escribir y dirigir Blow up (1966). La imagen en cuestión, de la Catedral de Notre Dame, habría pasado como una más si no se hubiese percatado Larraín al revelarla que una pareja, al fondo y contra una pared, hacía el amor. Como un imán, su fotografía atrae momentos únicos que acaban por escapar a su control y provocan relaciones inesperadas con el mundo que le rodea. De anécdota a relato y de relato a película.
Henri Cartier Bresson tiene un encargo especial para el Queco, que se encuentra en el ojo del huracán, fotografiando con calma todo lo que sucede sin ser quizá plenamente consciente de la dirección que tomaba su vida, obligado a continuar con la inercia del que empieza a no tener tiempo más que para seguir hacia adelante.
Sicilia
El año 1959 estaba siendo intenso y culminó con un trabajo que acabaría publicado en Life en 1960, su búsqueda y retrato del capo mafioso Giuseppe Genco Russo.

Larraín viaja a Italia con el propósito de localizar y fotografiar al líder mafioso. Recorre Roma y buena parte de Sicilia, pero no consigue pistas acerca de la localización. Gracias a esto contamos con imágenes de Palermo, Calabria, Corleone y otras ciudades y pueblos sicilianos.
Quién ha estado en Sicilia, sabe que es un lugar diferente. Es una isla relativamente pequeña pero que acaba por resultar inmensa gracias a los contrastes que ofrece: el frío, oscuro y nublado volcán Etna frente a las suaves colinas doradas que se extienden hasta
donde alcanza la vista, el mar frente a la montaña que se encuentran en ciudades que crecen hacia arriba, la historia suspendida en el tiempo entre pequeños pueblos que llevan su día a día ajenos a los restos de un pasado que habla de grandeza. Es un lugar agarrado a la extraña belleza atemporal de lo antiguo.
Larraín acaba por encontrar un hilo del que tirar, que le lleva a la pequeña localidad de Caltanissetta. Se las apaña para conseguir alojamiento frente al domicilio del capo y usando un teleobjetivo, consigue algunas tomas. Estas fotos no funcionan, no es su forma de trabajar. Él hace fotorreportaje, y lo que tenía solo alcanzaba al resultado mediocre de un paparazzi. Se ve obligado a trazar un plan para aproximarse al capo y poder obtener imágenes a la altura de sus expectativas. Antes de seguir, hay que tener en cuenta quién era Giuseppe Genco Russo. Mafioso de orígenes muy humildes, consiguió adquirir poder gracias al uso de la violencia y la extorsión. Formaba parte de la vieja escuela, buscando mantener el orden a través del control de la comunidad, de dónde también nacía su autoridad y difícil captura, pues los testigos dispuestos a declarar no abundaban. Tras una etapa en la que acumuló varios cargos de extorsión y asesinato, buscó legitimar su poder accediendo a la esfera política, antes de su caída en favor de las nuevas generaciones y forma de entender el negocio, más centrado en otros elementos como el contrabando. Cuando Larraín llega, el capo no deja de ser un individuo sumamente
peligroso y protegido por sus subalternos, especialmente porque se encontraba parcialmente oculto de la justicia italiana, a la distancia segura que proveía el silencio atemorizado de su comunidad.
Buscando poder acercarse con seguridad, se hace pasar por un turista chileno interesado en las ruinas e historia que se reparten con generosidad por toda Sicilia. Su plan adquiere solidez cuando conoce al abogado del mismísimo capo, amigo de la infancia y que le introduce al día a día del círculo más cercano de Giuseppe Genco. Como siempre actúa el Queco, no dispara inmediatamente, poco a poco se va fundiendo con el entorno hasta que no es más que otro elemento que pasa desapercibido. Un día, e imaginad la tensión del momento sabiendo que el acto podría hacerte desaparecer, tras comer con la familia siciliana y cuando el capo va a tomarse una siesta tumbado en un diván con un cuadro en la pared sobre su cabeza, saca su cámara y le toma, al fin, fotos. Los guardaespaldas preguntan por qué razón hace tantas y Larraín con una explicación arriesgada pero genial en su simpleza, contesta que cómo si no iba a elegir la mejor. Tras lo que uno solo puede imaginar como un momento eterno para el joven fotógrafo, los guardaespaldas dan la razón por buena y le permiten continuar. Pero no solo eso. Giuseppe Genco Russo, me gusta imaginar que con una sonrisa, se levanta e informa que va a ponerse el traje para ser retratado como es debido. Es así como nace esta imagen:
Una foto que recorrerá las portadas y el interior como reportaje de las más importantes publicaciones del mundo. Al día siguiente abandona Caltanissetta en dirección a París, donde las miles de imágenes de Italia y las decenas del capo superan todas las expectativas de Magnum. Este trabajo asienta definitivamente a Sergio Larraín como un peso pesado del fotorreportaje.
Vuelta a casa
Esta última e intensa etapa de producción fotográfica, que le ha convertido en referencia internacional, es seguida de un tiempo de producción más calmado. Se casa a finales de 1960 y es aceptado como miembro de pleno derecho en Magnum en 1961. Esta nueva posición le permitió alejarse del exigente trabajo diario de reportaje que necesitaba la agencia, pasando a ser una especie de agente libre a su vuelta a Chile. Desde el trabajo con Pablo Neruda retratando su casa al borde del mar en Isla Negra, la Casa en la Arena en 1957, Sergio Larraín mantiene el contacto y tienen planes de colaboración, que podemos encontrar en sus trabajos más tardíos de Valparaíso.
Este momento es clave para la trayectoria final de el Queco. Un momento de pausa en el ámbito del fotorreportaje para agencias o revistas, pero de intenso trabajo personal. Este periodo de reflexión reabre viejas cuestiones a las que ya tuvo que enfrentarse en los comienzos de su juventud. Tomó la fotografía por la libertad que le daba y las posibilidades de expresión personal que ofrecía, pero en un imparable ascenso se ha visto sujeto a las exigencias que trae el éxito, al ritmo del que está casado con los proyectos de los demás. La velocidad que requiere este tipo de vida siente que empieza a mermar su capacidad de sumergirse sin prisa, de captar el detalle que consigue hacer su fotografía mágica. Las cartas que conservamos muestran como más adelante da cuenta de este hecho, y nos descubre que el paréntesis en la vida de Larraín fue aquella intensa fase de creación fotográfica, y no al revés.
Publica en 1963 su primer libro de fotografía, El rectángulo en la mano. Es un libro de fotografía, y no solo un trabajo fotográfico, porque en su interior encontramos junto a las imágenes la reflexión escrita acerca de qué entiende por el acto fotográfico, la meditación del mismo y su propósito. Se trata de la cristalización de lo que en el fondo siempre ha sabido y acaba de confirmar, que como una señal nos muestra la dirección convencida que seguirá ahora que está en lo más alto y no queda ningún sitio al que ir, salvo a casa.