Esta última semana se están produciendo una serie de noticias, que consideradas cada una de ellas, por sí misma, bastaría para comprender el título que encabeza este artículo, pero que juntas, configuran la terrible realidad en la que nos encontramos las mujeres en España, pese a todos los avances en derechos, pese a las leyes que tratan de protegernos, asegurarnos la igualdad de trato en todos los ámbitos de la sociedad, reconocernos como una parte necesaria y útil de la comunidad.
Desde el 8 de noviembre, las mujeres trabajamos gratis. La brecha salarial hace que las mujeres, al cobrar un 14.9% menos que los hombres (según datos de Eurostat), ya hallamos cubierto el cupo de este año y nos toque currar de balde hasta el 2018. Esta discriminación sufrida durante nuestra vida laboral no termina al alcanzar la tan ansiada jubilación, sino que hace que, durante esta, se perpetúe el agravio, ya que al haber cotizado mucho menos, por los menores salarios, las pensiones sufren una merma considerable que hace que muchas de nosotras nos encontremos, a la vejez, viviendo bajo el umbral de la pobreza.
Un padre degüella a su hija de dos años en Alzira. Lo hizo cuando su todavía mujer, que tenía intención de abandonarlo, se dirigía a la Comisaría a denunciarle por malos tratos. En los dos últimos años y según Save the children, consecuencia de la violencia de género, han sido asesinados 7 menores al mismo tiempo que asesinaban a sus madres y, al menos, 70 críos se han quedado huérfanos de madre al ser asesinadas éstas por sus parejas (muchos de ellos, sus propios padres). Las mujeres españolas estamos sufriendo un repunte de la violencia machista absolutamente intolerable y que exige que desde el gobierno y las instituciones públicas se implementen medidas ya.
Juicio a “la manada” en Pamplona. El juez que juzga el caso de los 5 jóvenes andaluces que, según denuncia la víctima, violaron a una joven de 18 años en los pasados San Fermines, admite como prueba de la defensa, el informe de un detective privado sobre la vida de la joven después de la brutal agresión. Pretende la defensa demostrar que, para haberla violado 5 malas bestias, la chica estaba muy bien porque escribía en redes sociales y salía a tomarse algo con sus amigas. Se ve que, si te violan, lo que tienes que hacer es tirarte por el viaducto, encerrarte en un sanatorio deprimida o mesarte los cabellos y arrancarte la piel de la cara con las uñas. Si no es suficientemente duro sufrir una agresión de este tipo, además hay que volver a ser agredida por el sistema judicial.
De modo que, trabajando lo mismo cobramos mucho menos que los hombres durante nuestra vida laboral, lo que nos convertirá en jubiladas de segunda, debemos tener mucho cuidado por si el hombre con el que elegimos compartir nuestra vida y tener hijos se convierte en un asesino el día que decidimos cambiar de rumbo y seguir sin él y no podemos evitar que nos violen si no es arriesgando nuestra vida resistiéndonos aunque sea frente a cinco armarios roperos porque todo lo demás se entenderá como que tuvimos sexo consentido.
Acostumbro a ser muy mala feminista, es decir, que creo que con ser socialista ya defiendo la igualdad entre hombres y mujeres y no estoy muy implicada en asociaciones de mujeres o causas netamente feministas, algo que me suelen reprochar mis compañeras veteranas en la lucha por romper tantas barreras, tantos prejuicios, tantos techos de cristal que el machismo lleva poniéndonos a las mujeres desde que hay constancia de la existencia humana. Hoy entiendo que quizás ellas tienen razón y no está todo hecho, como yo creía, sino que nos queda mucho por hacer, desgraciadamente, cada día más.
En los últimos tiempos creo que estoy empezando a comprender la magnitud de lo complejo que resulta en España (y probablemente en el mundo entero) ser mujer y no morir en el intento.