A las buenas, querido lector.
A todos nos es inevitable mirar alguna vez atrás en algún momento de nuestra vida. Sobre todo cuando consideramos que, en cualquier ámbito en el que empleemos nuestro tiempo, hemos dado un pequeño paso hacia adelante. Ahí es cuando nos asalta todo. Cuando la nostalgia se apodera de nosotros y comenzamos a pensar.
A mí me ha dado por hacerlo sobre aciertos y errores que cometí el día que publiqué mi primera novela. Eso me ha hecho plantearme algo: ¿y si comentándolos puedo ayudar a otros a que nos los cometan o, simplemente, encauzar una duda que impide el avance de un escritor novel?
Hasta podría resultar.
Así que voy a centrarme en esto.
Mi primera novela llevó por título: “La verdad os hará libres”. La época dorada de los thrillers pseudo religiosos empezaba a remitir —aunque quizá no tanto como yo pensé en esos momentos— y decidí que quería escribir yo mismo una novela. Mi primer error, aunque a la vez fue un acierto, fue lanzarme tan a lo loco a por ello. No tenía regalo para las navidades de 2009 para mis familiares, por lo que pensé que sería un buen presente algo escrito por mí. El acierto fue decidir que lo haría, el error, que quedaban dos semanas para Navidad.
Sí. La escribí en dos semanas. Y no, ni por aquel entonces era un virtuoso de las letras ni lo soy ahora que escribo esto. Pero lo hice.
Puedes imaginar dónde radica el error, pues la redacción de toda la novela era pésima. No es que me sienta humilde y quiera mostrar a un escritor cabizbajo deseoso de palmadas de ánimo, es que era pésima. Siendo algo menos crítico, sé que se salvaba la trama porque conseguía tener algo de gancho y en el fondo rompía lo típico de las novelas que llegaban por doquier a los escaparates nacionales. Pero con una redacción así, ¿qué importaba eso? Todo se perdía ahí.
Pero era para mi familia. ¿Qué más daba?
La cosa cambió cuando entendí la posibilidad de poder dedicarme en un futuro a esto. Entonces seguí cometiendo errores. Pero antes que nada comentaré algunos que también sucedieron en la trama:
Di por hecho que el trabajo policial era tal cual se nos mostraba en una serie de televisión. Pero además, en las peores series de todas. Eso significaba que mi protagonista —en un principio inspector jefe, luego lo cambié (con los años a inspector raso cuando comprendí el rol de cada uno en la realidad)— era algo muy parecido a un super héroe. Era todo un Juan Palomo capaz de analizar él mismo las pruebas encontradas en un escenario, de juntarlas todas y de llegar hasta el malo malote. No entendí que todo aquello forma parte de un equipo policial en el que interviene una infinidad de personas, cada una especialista de lo suyo.
Todo esto viene a decir que pequé de desinformación. Eso lo habría arreglado perdiendo algo de tiempo documentándome sobre lo que quería hablar. No podía dar por sentado que el lector tragaría lo que yo quisiera que tragara. Fue uno de mis mayores errores. Así que, querido escritor novel que lees esto, documéntate.
No hablaré sobre la prisa que me impuse para escribirla. Es de lógica que eso no debe ser así. Pero al mismo tiempo me lleva a darte un segundo consejo que es fundamental. No tengas miedo en releer una y mil veces lo que has escrito. Habrá repeticiones de palabras, mala puntuación, faltas ortográficas, tildes de más, de menos… habrá de todo. Incluso en una quinta revisión te llevarás sorpresas grandes. Y es que muchas veces nos ponemos a teclear y nuestros ojos son incapaces de ver un error que está ahí y que llegará a los del lector. Y él sí que los ve, créeme.
Mi siguiente error fue utilizar de lectores beta a mis familiares. ¿Que qué es un lector beta? Pues digamos que es una persona ajena a la que le pasas el trabajo, lo lee y te cuenta sus impresiones. Sobra decir que, cuanto más afecto te tenga, menos va a querer herirte ya que entiende la ilusión que le has puesto a lo que le has pasado. Si se lo pasas a tu familia, puede que haya siempre algún miembro más sincero que entienda que, por tu bien, debe decirte los fallos que ha visto a lo largo del texto —y no te hablo sólo de ortografía, sino también de credulidad en algunas escenas, de cómo son los personajes, cosas así…—. De ahí que te recomiende que pases ese texto a personas de tu confianza, pero que a la vez sean capaces de decirte la verdad. O su verdad, recordemos que su opinión es suya y habrá cosas en las que pueda tener razón o no. Lo que sí te pido es que no te cierres en banda y seas cabezón con que no quieres tocar nada. Tampoco es para que te pongas en plan sumiso a aceptar todos los latigazos y cambiarlo todo. Hay que encontrar un punto medio. Y déjame decirte, querido lector, que eso sólo se logra con el paso de los años. Pero en algún momento hay que empezar.
También, ahora que caigo, traté muy poco a los personajes. No tenían personalidad. Pongámonos en la situación de si juntáramos un grupo de conocidos tuyos. Planteándoles un mismo problema, cada uno reaccionaría de una manera diferente. Y de ahí radica en la grandeza del ser humano. En su propia diversidad. No podemos consentir que los personajes de una novela no tengan alma. Que hablen como robots y que actúen de manera mecánica. Es más, ni tú mismo haces una cosa igual dos veces porque mucho depende tu propio estado de ánimo en un determinado momento. Pues con eso igual. No di a mis protagonistas una personalidad única y eso pesó mucho. Es algo que he tratado de corregir a lo largo de los años y ya casi lo estoy consiguiendo.
Esos eran los fallos que se me ocurren ahora de la versión inicial de la novela. La que quedó guardada en un cajón y que tardó tres años en salir a la luz.
Mi siguiente error fue en 2012, justo cuando llegó la decisión de exponerme al mundo. Y es que pensé que sacándome una portada de la chistera y subiéndola a Internet ya la vendería por miles y me haría un escritor de renombre.
Antes de eso cometí un nuevo error. Busqué por Internet una lista de editoriales —no me importaba cuales—, las puse a todos en el “para:” y, hale: “me llamo Blas y esta es mi primera novela, ¿me la quieres publicar?”. Mandé tantos mails que no tardé en recibir un buen número de respuestas automáticas negativas. Y es que lo merecía, por hacer las cosas así. No pensé —ni me informé— que quizá lo más lógico era buscar una agencia literaria ya que ellos siempre tienen más posibilidades de colocar tu novela en una editorial —además de velar por tus intereses, que eso es otro tema aparte—. Pero el error más grande fue que no comprendí que las editoriales, si de verdad muestran interés, tardan. Así que en una semana me desesperé y busqué otros métodos para llegar a lectores.
No puedo calificar como lo que hice después como acierto o error. Te explico, lo hice todo de una manera tan atropellada y precipitada que me viene a la mente la palabra: “error”. Todo lo anterior al día en el que encontré la plataforma de auto publicación de Amazon lo hice mal. La novela era un desastre. Tenía esencia en el texto, pero parecía redactada por un niño pequeño, con expresiones que sólo se utilizan en la zona en la que vivo, con párrafos eternos sin una sola coma; con repetición de palabras cíclicas, con… ufff, yo que sé, de todo. Aquello no era publicable, pero lo hice. Subí la novela a Amazon. Una vez lo haces, pueden pasar dos cosas. Que pasen de ti y la novela acabe en el olvido o que alguien se interese, en mayor o menor medida, y que por lo tanto empiecen a opinar sobre ella.
Comenzó la lluvia de hostias. Perdona la expresión, pero es que fue tal cual. En Internet te puedes encontrar dos tipos de crítica negativa: la constructiva y la a mala leche. Lo malo es que descubrí demasiado pronto las del segundo tipo, el acierto vino cuando, de manera milagrosa, supe gestionar eso y empecé a desechar las que iban a hacer daño y me centré en las que me trataban de ayudar.
Tomé sus consejos. Comencé a practicar la redacción de textos, a investigar temas que me apasionaban, a dotar a mis personajes de algo de carácter, a revisar lo que escribía, busqué a lectores que fui conociendo y que empleé como betas. Ellos me ayudaron a perfilar una segunda parte que entró con otro pie en el mundo literario. Traté de aprender de mis errores iniciales y, aunque a día de hoy sigo cometiendo decenas de ellos, al menos ya no son tan graves como los que casi consiguen que a día de hoy no estuviera escribiendo estas líneas —joder, ha sonado mal, me refiero a que no me dedicaría a esto—.
No sé si en la manera en la que te lo he contado te he aclarado o no algo sobre posibles dudas que puedas tener frente al papel, pero por si acaso y como despedida crearé un párrafo-resumen con todos los consejos que se me ocurran así, de golpe.
Empecemos.
Documéntate. No tengas miedo a hacerlo. No te ciñas sólo a Internet porque si tienes dos dedos de frente entenderás que no todo lo que se publica es cierto. Sal a la calle, visita archivos, bibliotecas, lee mucho y ve mucho sobre el tema que quieras tratar. Eso sí, trata de no ser pedante a la hora de contar tus averiguaciones en el texto. No hay nada peor que un cuñao sabelotodo.
Dota a tus personajes de vida. Un método que va muy bien es crear una entrevista estándar y hacerles esas preguntas a ellos. De manera imaginaria, no me jodas ahora. Mira cómo responderían según su personalidad. Eso te hará crear conversaciones más reales entre ellos. Y, por favor, no fuerces esas conversaciones. Sobre todo imagina que deben fluir de forma natural.
Fórmate todo lo que puedas en cuanto a redacción de textos. No te digo que te empolles todo un manual de estilo a la hora de crear textos, pero al menos debes manejar el lenguaje y la construcción de frases de una manera efectiva. Yo todavía soy un desastre en eso, lo reconozco, pero trato de enmendarlo.
Da igual que tengas que revisar el texto veinte veces antes de pasarlo a alguien para que lo lea. Ese alguien me da igual que sea tu pareja. Intenta darle algo pulido, algo legible. Revisar, para mí, es la tarea más tediosa de todas las que conforman este mundo. Pero es necesaria. No tengas miedo de cargarte texto que te parezca innecesario. No peques de exceso, pero tampoco de falta. Un libro no se mide por su grosor. No cometas el error de pensar eso.
Si tienes bolsillo para pagar a un corrector, hazlo. En serio, cuanto mejor sea el resultado final menos tendrás que llorar luego. Aún así, llorarás, pero aprende de cada una de las lágrimas que derrames.
Tampoco tengas miedo de contratar servicios de portada, maquetación. Ese error también lo cometí yo. Piensa que la portada, para bien o para mal, es lo primero que entra por los ojos. Hay novelas que son, digamos, malillas pero que tienen una portada espectacular. Pues se venden como churros. Y no nos engañemos, quieres que te lean, pero sobre todo quieres vender ejemplares. No justifico lo de las grandes portadas con textos mediocres, pero no olvidemos el factor venta. Eso nunca. Yo, en mi última novela auto publicada —porque participaba en el concurso indie de Amazon y tenía que ser así—, contraté a www.filantria.com No les haría esta publicidad si no hubieran conseguido un resultado tan espectacular como el que tiene mi novela “Siete días de marzo”. Al César lo del César.
Ya tienes la novela. ¿Ahora qué haces?
No te puedo decir que una opción es mejor que la otra. Por supuesto, publicar por editorial es a lo que todos los escritores aspiramos. No digamos ahora lo contrario. Pero hacerlo cada día está más complicado. Cada vez hay más escritores y hacerse un hueco en el mercado es una tarea hercúlea. Si decides que, a pesar de lo complicado, lo quieres intentar, ¿qué debes hacer?
Creo que es primordial, hagas lo que hagas, tener un agente literario. Yo lo conseguí hace tres años y lucha por tener mis novelas en editoriales de primer nivel nacional. Y lo ha conseguido, vaya que sí, ya que ahora publico con Anaya y Ediciones B. No ha sido nada fácil, pero es que esa es su labor. Además, sé que no tendré problemas de cualquier tipo porque ella vela por mis intereses que son los suyos. Luego está el tema que muchas editoriales buscan autores a través de las agencias literarias. Solicitan un perfil en concreto, un estilo o un género. Y ellos tiran de cartera de autores para mandar a unos u otros. Así que busca en Internet agencias literarias —pero infórmate bien sobre las que te llamen la atención, que como en cualquier campo también hay lobos— y prueba con ellos. Lo primero mándales una carta de presentación. No te vendas como el puto amo porque seguramente no lo seas. Cuenta tus virtudes reales. Relata por qué les interesa tenerte, pero mantén los pies en la tierra. Si te piden manuscrito ya se lo mandas.
Si por el contrario decides probar con editorial saltándote eso, haz lo mismo. No envíes la novela. Ni hagas un envío masivo como hice yo. No, en particular y con una carta de presentación. No es imposible que encuentres una interesada, es difícil, pero poder se puede.
Imaginemos que decides optar directamente por la auto publicación. Amazon te brinda a través de su plataforma KDP una oportunidad única para vender en digital y papel tu obra en su propia web. Y eso es tan bueno como malo. Bueno porque ya estarás expuesto. Te leerán, es lo que quieres, ¿no? Lo malo es que al no tener el apoyo de una editorial detrás te limita mucho el mercado y muchos, sin razón alguna, no te consideran escritor porque dicen que todo el mundo puede publicar en Amazon.
Y eso tiene algo de cierto. Lo malo es que siempre acaban metiendo a todos en el mismo saco. Ojo, no todo el mundo lo hace así, pero te toparás con mucho desprecio y falta de interés por haber publicado en Amazon.
Pero tú, oídos sordos porque tendrás una obra que merece la pena. Eso seguro.
Otra ventaja de la auto publicación es que eres dueño y señor de tu obra. Los beneficios, por lo general, suelen ser mayores que por editorial y los pagos puntuales.
Pero lo dicho, no estarás, a no ser que ocurra el milagro en ningún escaparate. Y al fin y al cabo eso es lo que perseguimos todos.
Sopesa lo que te he contado y decide qué es lo mejor para ti. Pero recuerda que nada de eso importa si tú mismo no cuidas tu obra. Mímala. En serio.
Y poco más tengo que contarte —no es cierto, pero ya estoy escribiendo demasiado—, así que sólo me queda despedirme y decirte que me tienes para lo que necesites en mi correo electrónico: Blasruizgrau@hotmail.com o en mi Twitter, donde además te enterarás de mis últimas novedades literarias: https://twitter.com/BlasRuizGrau.
Espero que nos volvamos a ver pronto, lector. Hasta entonces, lee, escribe y, por qué no, disfruta de la vida