“La historia de mi cuerpo no es una historia de triunfo. Esto no es una autobiografía sobre perder peso. No habrá imágenes de una versión más delgada de mi cuerpo, ni aparecerá mi esbelta figura impresa en la cubierta del libro, metida en una sola pierna de mis antiguos pantalones vaqueros de persona gorda. Este no es un libro que vaya a ofrecer motivación. Carezco de toda poderosa intuición sobre qué se necesita para superar un cuerpo y un apetito ingobernables. Mi historia no es una historia de éxito. Mi historia es, simplemente, una historia verdadera”.

Así comienza Hambre (Capitán Swing), la historia verdadera de Roxane Gay, la autora de los artículos y textos autobiográficos reunidos bajo el título Mala feminista. En aquel volumen, también publicado por la editorial Capitán Swing, Gay, además de reflexionar sobre el aborto, el racismo o la misoginia, cuestionaba la rigidez dogmática del feminismo, que, afirmaba la profesora universitaria y articulista de origen haitiano, impone un “deber ser” a partir del cual se excluye o se tacha de “no feminista” a aquellas que no siguen la norma. De hay que Gay no sólo se declarara desde el propio título como una “fama feminista”, sino que, en su entrevista con Leticia Blanco, no dudara en afirmar: “Asumo la etiqueta de mala feminista porque soy humana. Soy complicada. No pretendo ser un ejemplo (…) soy una mujer a la que le gusta el rosa, que le gusta montárselo y que baila a muerte una música que trata fatal a las mujeres”.

“La gordura, como el color de la piel, es algo que no puedes esconder, da igual que lleves ropa oscura o que te esmeres en evitar las rayas horizontales”

En cierta medida, Hambre responde a la misma lógica contestaria de Mala feminista, en cuanto su “historia verdadera” es, en gran parte, la historia de un cuerpo con el que convivir, pero que no se termina de aceptar del todo: “Al escribir sobre mi cuerpo, quizá debería estudiar esta carne, su abundancia, como si se tratada de la escena de un crimen. Debería examinar esta consecuencia corporal para determinar la causa. No quiero pensar en mi cuerpo como en lago que va horriblemente mal, algo que debería acordonado e investigado” y, efectivamente, no lo hace. Sin embargo, aquel carácter contradictorio con el que se definía en Mala feminista vuelve a aparecer en estas páginas; Gay asume su insatisfacción con su cuerpo, una insatisfacción más de una vez expresada y que ha sido motivo de crítica: “Dudo en escribir sobre cuerpos gordos, y en especial sobre el mío. Sé que hablar con franqueza sobre mi cuerpo incomoda a algunas personas. A mí también me incomoda. Me han acusado de rebosar de autodesprecio y de gordofóbica. Hay verdad en la primera acusación y rechazo en la segunda”. Gay no escribe un libro motivacional, sino un libro que busca las contradicciones propias y del sistema y lo hace a través del cuerpo, espacio narrativo en el que se entrecruza la experiencia personal con la experiencia colectiva, el discurso del yo con el relato hegemónico. “Vivo en un mundo donde el odio sin miramientos a la gente gorda se tolera con fuerza” afirma Gay, cuya mirada sobre si misma es producto de ese mundo –“soy un producto de mi entorno”-, cuya mirada se ha conformado a partir de ese odio, de ese rechazo, pero también a partir de un intento, casi siempre frustrado, de contraponer al odio la aceptación. Gay se mira desde un yo construido desde afuera, es decir, se mira desde una mirada personal resultado de la mirada promovida por el discurso social y su cuerpo se convierte, por tanto, en un espacio estriado en el que convergen en tensión las dos fuerzas, la de la individualidad y la de lo social -político. “La gordura, como el color de la piel, es algo que no puedes esconder, da igual que lleves ropa oscura o que te esmeres en evitar las rayas horizontales”, apunta Gay para a continuación poner el foco en el centro argumentativo del libro: “Hagas lo que hagas, tu cuerpo es objeto del discurso político, tanto en el ámbito familiar como con los amigos o con personas desconocidas. Tu cuerpo está sujeto a comentarios por mucho que engordes, adelgaces o te mantengas en su inaceptable peso”. Sin embargo, ese discurso político del que es objeto el cuerpo es previo a la gordura y, si bien no termina de ser explicitado por Gay, el discurso político sobre el cuerpo no tiene que ver con el peso, sino con el cuerpo mismo, con la idea de que el cuerpo es un espacio en el que intervenir, incluso con violencia. En otras palabras, hablar de discurso político sobre el cuerpo es hablar de la cosificación del cuerpo, de su conversión en “objeto para el uso”, ya sea a partir de argumentos comerciales, sociales o políticos –“Según estadísticas gubernamentales, la epidemia de obesidad cuesta entre 147.000 y 210.00 millones de dólares al año, aunque hay muy poca información clara sobre cómo se ha llegado a esa abrumadora suma”, apunta Gay subrayando como la cuestión “sanitaria” se reduce a una cuestión política-económica-. Sin embargo, ¿qué sucede cuando el uso se desarrolla fuera de los cauces de la legalidad -si habláramos de legitimidad, todo uso sería ilegítimo? O, dicho de otra manera, ¿qué sucede cuando ese uso se convierte en abuso? Esta es la pregunta que no sólo gravita a lo largo del texto, sino que está al origen de Hambre, puesto que la historia verdadera de Gray empieza con un episodio de violencia, con un episodio de abuso del cuerpo.

 

El cuerpo como forma de protección y de rebeldía

 

“A menudo escribo sobre lo que me pasó porque es más fácil que regresar a aquel día, a todo lo que me culminó en aquel día, a lo que pasó después. Es más fácil que enfrentarme a mí misma y al modo en que, a pesar de todo lo que ya sé, me siento culpable por lo ocurrido. Incluso ahora me siento culpable no solo porque ocurriera, sino por el modo en que gestioné el después, por mi silencio, por alimentación y por eso en lo que se convirtió mi cuerpo”, escribe en los primeros capítulos de Hambre Roxane Gay haciendo alusión a la violación colectiva que sufrió cuando era adolescente. Aquel hecho, como indica la propia autora, lo cambió todo y, ante todo, cambió su cuerpo, que no tardaría en coger kilos en un intento -confiesa la autora páginas después- de no resultar atractiva, en un intento de mantenerse alejada de los hombres. Su cuerpo, mancillado y herido por unos adolescentes, se convertirá en su única forma de protección, pues la palabra y, por tanto, la denuncia de los hechos tardará en llegar.

«Como ya hiciera en Mala feminista, en Hambre Roxane Gay parte de la experiencia personal para construir un relato de crítica social, cultural y política desde un feminismo crítico, pero, sobre todo, desde un feminismo que busca incorporar en sus consideraciones la cuestión racial y de clase.»

“Muchos años después de que me violaran, me digo a mí misma que lo que pasó forma parte ‘del pasado’. Esto solo es cierto en parte. Continúa conmigo en diversas formas. El pasado está escrito en mi cuerpo”, sobre el que, sin embargo, la sociedad escribirá su otro relato: el del odio o el del desprecio a la gordura. A lo largo de sus años de silencio, su cuerpo será tema central de conversación entre sus padres, preocupados por el aumento de peso de su hija, sin embargo, la transformación física comenzó mucho antes de que los quilos le cambiaran su fisionomía: la transformación comenzó cuando el cuerpo inscribió en sí mismo la violencia del ser abusado. “Me gustaba la idea de que un chico me pidiera salir, tener una cita con él, que me besara, pero en realidad no quería estar a solas con ningún chico, porque un chico podía hacerme daño”, confiesa Gay, que no sólo se esconde tras su cuerpo, sino que encuentra en Internet el espacio de protección desde donde relacionarse: “Los hombres con los que hablaba por Internet me permitía disfrutar de la idea de amor, romance, lujuria y sexo y, al mimo tiempo, mi cuerpo se mantenía seguro. Podía pretender que era delgada y sexi y segura de mí misma”. A diferencia de lo que sostienen teóricas como Camille Paglia o Virginie Despentes, para Gay fue esencia la asunción de haber sido víctima de una violación, la constatación de que, a pesar del tiempo transcurrido, sigue siendo víctima de una violencia sobre un cuerpo, el suyo, que, independientemente de los kilos, ya nunca volverá a ser lo que era, pues en el cuerpo de Gay queda, indeleble, el signo de la violencia padecida. Para Gay, la clave no está en rechazar el término de “víctima”, sino en el asumir que es posible seguir adelante y, en efecto, tras años complicados, la autora reprendió su carrera universitaria que la llevará a ejercer de profesora en pequeñas comunidades de la que bien podríamos definir como la “América profunda”, la América que vota a Trump.

Ahí, Gay padecerá el racismo de sus vecinos por ser descendiente de inmigrantes haitianos. Poco importa que haya nacido de Omaha ni que provenga de una acomodada familia de clase medio-alta, una vez más el cuerpo es la “razón” de la violencia, una vez más el cuerpo es el espacio en el que se inscribe el relato social, el relato colectivo, ese relato que obliga a una estética determinada, ese relato que hace espectáculo con el sobrepeso –“La telerrealidad no es la única obsesionada con el peso. Cualquiera que vea suficiente televisión diurna se verá sometido, sobre todo en ‘cadenas de mujeres’, a un interminable desfile de productos para perder peso y dietas alimenticias”- y, sobre todo, ese relato que convierte el cuerpo ajeno -el cuerpo de la mujer, el cuerpo de la mujer negra- en objeto de desprecio.

Como ya hiciera en Mala feminista, en Hambre Roxane Gay parte de la experiencia personal para construir un relato de crítica social, cultural y política desde un feminismo crítico, pero, sobre todo, desde un feminismo que busca incorporar en sus consideraciones la cuestión racial y de clase. En efecto, como ya se podía leer en algunos de sus ensayos, Gay se muestra extremadamente crítica hacia ese “feminismo blanco” que no ha tenido en cuenta cómo el factor racial, pero, cabría que añadir, que, en muchas ocasiones, tampoco ha tenido en cuenta el factor de clase, situando sus reivindicaciones en la clase media. El punto de partida de Hambre es el cuerpo y, si bien es cierto que la reflexión sobre la obesidad centra gran parte del libro, sería reductivo afirmar que se trata solamente de un relato de tintes autobiográficos acerca de lo que significa asumir la propia figura, cuando ésta se define por tener muchos quilos de más. Hambre es una reflexión sobre el cuerpo como espacio de convergencia y de tensión entre una individualidad que intenta afirmarse y un discurso hegemónico que lo atraviesa y lo cosifica, haciendo del “cuerpo” no sólo un “deber ser”, sino un lugar en el que ejercer la fuerza. El abuso sexual es la primera forma de violencia física que sufre Gay; tras ella, vendrá el racismo y el “odio” por la gordura, un odio que se manifiesta desde ámbitos muy diversos: políticas sanitarias subyugadas a políticas económicas; intereses estético-comerciales que dictan cuál debe ser el modelo corporal “adecuado” y, por tanto, intereses económicos de las grandes empresas -moda, estética, de medios de comunicación-. La “gordofobia” de la que se ha acusado a Gay no es otra que la “gordofobia” de una sociedad que ha asumido las políticas falsamente sanitarias y los dogmas estéticos impuestos por los intereses comerciales y los ha incorporado en un discurso, hoy imperante, en el que la “gordura” debe ser combatida e, incluso, a nivel de imagen, censurada. Sin embargo, ¿qué pasa cuando el cuerpo se convierte en una jaula? Y, sobre todo, ¿quién hace que el propio cuerpo se convierto en una jaula? ¿El yo individual o el relato colectivo? Si somos resultado de nuestro contexto, también somos víctimas de las jaulas que ese contexto crea para nosotros; “Mi cuerpo es una jaula, pero es mi jaula y hay momento en los que me enorgullezco de ella”, pero también hay momentos para la frustración: “Lloraba porque el mundo no es capaz de adaptarse a un cuerpo como el mío y porque odio enfrentarme a mis limitaciones y porque me sentí completamente sola”.

«Hambre es una reflexión sobre el cuerpo como espacio de convergencia y de tensión entre una individualidad que intenta afirmarse y un discurso hegemónico que lo atraviesa y lo cosifica»

Gay reflexiona a partir de este hecho para mostrar como la censura del cuerpo -el racismo como forma de exclusión y, por tanto, de censura hacia un colectivo determinado- se produce diariamente; aquello que puede marcar la diferencia es el concepto de legalidad: el abuso sexual es un delito, mientras que otras formas de discriminación no sólo no son objeto de denuncia, sino que forman parte del día a día de una sociedad que las ha naturalizado de tal manera que ya ni siquiera es consciente de ellas.