Atraviesan los hombres de un lado a otro los campos celestes, pero los campos ya no son los campos, sino una ventana de una biblioteca que permanece cerrada. El hombre ha perdido toda su entidad de ciudadanía y ya únicamente circula hacia el Este, porque es allí donde no se le rompen las piernas. ¿Pero existe el Este? ¿Qué es lo que existe entonces? Llegará un día en que no habrá ni primavera ni verano ni otoño ni invierno. Lo escribió Cristóbal Serra. Algunos creen que llega el fin de los tiempos cuando lo que está llegando en silencio o sin él es la Nueva Tierra y un Nuevo Tiempo. Digamos que los hechiceros públicos son los que trenzan o quieren acabar con las películas japonesas. El mundo ya es una globalidad en donde la interpretación de la materia, del cuerpo en su dinámica del apetito del placer es ajustada a los elementos que conducen a la entropía y a la circuncisión. Permanecen, en nuestras casas de mendigos de mármol, circuncidados por el Total de la Geometría. Sólo perduran los geómetras, porque son ellos los que vierten supersticiones en el fondo de los océanos, un fondo que ya nos llega hasta el telescopio de las gargantas. Nos hemos quedado sin voz. Insistimos en ello. ¿Por qué razón? Porque. Porque, si continuamos diluidos en una pirámide de abstracciones escalando de abajo hacia arriba quizá sea necesario volver a recitar la canción del Corsario. La rebeldía de Espronceda se agota y hay cien mil mujeres que necesitan trigo y un helicóptero para ascender hasta los Cielos.
La pirámide continúa como un proceso de prolongación de aquellos siglos en que las naciones se organizaban según el sabor de la carne. El monarca predice la lluvia, contempla el paisaje destruido por los cuadros que han perdido todo su color en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Los pintores se han ido a vivir a la buhardilla de Modigliani, donde Jeanne Hébuterne está a punto de suicidarse desde la ventana. La monarquía es la forma más cruel de despertar los temblorosos ríos de polilla. La Política ya no es Política, sino sólo el coleccionismo de los diálogos de Hamlet. Toda forma de perfección para verter la luz que agoniza en las cocinas debe considerarse como la única fuerza extensiva que hay en cada hombre, el cual, con sus labios abiertos, debe elegir al astronauta que quiera que llegue a Venus -pero olvidemos las canciones de Mecano-. La genética, la prehistoria, la Historia jamás sobrevivirán al Sputnik que viene desde el instante, en cada vida, en cada caballo, en todas las clases puras que deben estilizarse como un avance de cualquier mundo. Un gen no puede permitir que Carlos I continúe en los palacios como un fantasma que ha regresado del mordisco de Drácula. Por eso hoy ya no se pueden tocar los pianos. No es posible escribir un solo verso. Nos ocupa el reduccionismo y la filantropía. Una noche en un dormitorio del Mar de Irlanda no es suficiente para que Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia perduren, en su condición de puntuación matemática, en un Londres donde en este siglo todavía se llenan las calles cuando una mujer con corona sale a saludar. “Al hijo de Isabel II ya se le ha pasado el arroz, seguramente porque tiene orejillas de asno sin saber que las orejas de las asnas fueron idolatradas por los reyes del Antiguo Egipto”.
«El monarca predice la lluvia, contempla el paisaje destruido por los cuadros que han perdido todo su color en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Los pintores se han ido a vivir a la buhardilla de Modigliani, donde Jeanne Hébuterne está a punto de suicidarse desde la ventana»
Todos los caminos nos llevan siempre a Roma, con su colonización de las canciones malditas, pero salvada por una mujer, Julia, según la novela de Santiago Posteguillo, “Yo, Julia”. El valenciano ganador del último premio planeta dice: “Julia Domma es de las cien emperatrices que pudo tener Roma, la más poderosa, madre de los Césares, los Ejércitos, madre de la patria”, y añade: “Sólo una mujer puede forjar una dinastía imperial”. Situada la novela al final del cruel reinado de Cómodo en un mundo de hombres, Julia Domma sabe moverse con inteligencia y astucia, intuición y duro carácter, pero siempre enamorada, porque amar es potenciar ambos sexos, tantos sexos. ¿Pero a quién ama realmente el personaje de la novela de Santiago Posteguillo?
Vivamos desde la más absoluta de las libertades, sin propaganda, ni anuncios con mensajes como sacados de la superficialidad del pensamiento plagiado, pero que da mucha pasta a los automóviles y las entidades financieras, es decir, a estas nuevas monarquías o siempre antiguas de un mundo que es hoy y fue ayer, pero que no será mañana. Un hombre, que antes no ha entrado en todas las casas para merendar con danones y balones de fútbol, no puede seguir desde el balcón anunciando el dinero que le falta a los bancos. El hombre es el Estado, pero reconducido por una masa sagrada, que avisa, controla, ameniza, comunica y protesta contra todo lo que en su arqueología de los tiempos sigue sin llenar los mares de besos y vestidos verdes. Todo Estado debería aproximarse a la eliminación del Estado, comprendido en su representatividad que oscila entre los cuatro años y una democracia que ya no tiene azul la mirada, porque no hay amor, ni almendras, ni ensayos de Eduardo Galeano, ni la Comuna del 71, ni el principio que nunca lleva hasta su final. Todo final debe exonerar al que habita en una bicicleta con las ganas inmortales de adquirir su identidad política únicamente recogiendo rosas de los jardines. ¿Acaso eso es posible? Retenemos la interrogación, porque la vida, la vida real de los que aman a Valle-Inclán o de los que se suben a los andamios para beber licores fuertes todavía no ha empezado.
Por eso empecemos desde arriba. Abajo la genética, la herencia, la Jefatura de la Guerra, la manipulación, el siglo XV. Avancemos hacia la ética de los caramelos que chupan los niños y propongamos que no se repita “La Balsa de la Medusa” de Delacroix. La organización del mundo, frente al irracionalismo racional que nos sacude, deberá venir de donde no quiso estar Dante y reducir el heliocentrismo hasta que los barrios en donde se sumergen las fuerzas vivas de la contemporaneidad tomen a las iglesias donde yacen los reyes de la Historia. Todos los imperios caen, casi con seguridad, porque culminan falseando toda realidad con palabras escritas en las arenas de las playas. Palabras como Intolerancia, Irracionalismo, Tierra de Conejos, Etnia, Anagrama deben reducirse a mínima fonética hasta que se oculten allá donde todavía resisten las piedras de Numancia.
«Abajo la genética, la herencia, la Jefatura de la Guerra, la manipulación, el siglo XV. Avancemos hacia la ética de los caramelos que chupan los niños y propongamos que no se repita “La Balsa de la Medusa” de Delacroix»
Entre el fracaso y los trajes de novia –unos trajes que inundan mansiones y templos donde se originan los juramentos- reside una pura nostalgia que actúa como somnífero para obligar a los barrenderos de las hojas muertas de otoño y a los que todavía viven en albergues sin carné de identidad a silenciar el ruido de los pasillos por donde transitan los que organizan la alquimia del verbo. Hallemos, pues, el idioma, nuestro propio lenguaje universal que nos desate las manos y nos proteja del zéncalo que se acurruca sobre nuestra Psiquis. No es necesaria una Revolución fragante, pero sí la acción que nos aproxime al mérito de derribar todas las catedrales que son falsas, como piensa algún politiquillo conservador o ultra que con 20 años estudió EGB según se pudo comprobar cuando escupió su Fake News en la misma cara de la garganta profunda de la Gürtel -Pedro Crespo- en comisión parlamentaria. ¡Ah¡, la ignorancia de los que no saben buscar bien su trabajo. Una comisión parlamentaria sólo sirve para que al día siguiente suene la bocina de una falsa alarma en el Congreso de las Diputadas/os en San Jerónimo ante el asombro de periodistas, dos días de silencio de Pablo Iglesias y por ahí todo seguido.
Sólo hay que seguir buscando las palabras de Julia Domma, que por amor cambió el rumbo de la Historia. ¿Pero estamos seguros de que lo cambió? Insistimos. Un lenguaje –aunque no sea académico- es capaz de cambiar lo que nadie va a ser capaz de cambiar durante todos los milenios que faltan hasta que el sol desaparezca. Intuimos esa verdad como la coloración de nuestra portuguesa claridad, porque no somos cien, ni dos mil, sino todas las colas de los caballos que se mueven en las cuadras cuando se acerca el cuerpo dos y nos dice, con vocablos maravillosos, que debemos hacer caso a los carteles de propaganda, con rostros angélicos, colocados en las paredes que nos pertenecen cuando comienza la campaña electoral de una nueva Legislación. Mientras, el monarca caza mariposas disecadas y viaje en aviones privados para aterrizar en la colonia Brummel.
Construyamos un himno, gigante y esbelto, que no sea el de La Internacional, y cantémoslo cada mañana justo cuando nos levantemos de la cama y nos demos cuenta de que todavía sigue sin llover. Sólo así podremos escoger los navíos que nos inserten en nuestra auténtica condición humana. ¿Por qué hemos dejado de ser hombres? ¿Qué es lo que ha ocurrido desde que la antropología derivó hacia la economía que asesinó a Keynes? Es inútil que sólo reduzcamos nuestro pensamiento para continuar estrujando las vacas que todavía permanecen en el Valle Ischigualasto. El tiempo llega con su orín de insectos. El tiempo, sin embargo, es la única razón por la que hemos de mantener la Virtud y la Elocuencia intensas y permanentes, porque llegará el día en que ya no podamos soportar tanta duda y tanta ira, por exceso de radiografías, de falsos profetas, de esa lucha siempre misteriosa entre lo mágico y lo racional -Woody Allen lo filmó muy bien-. Quizá es importante que sepamos que no será el agua, sino el fuego el que, si no nos ponemos a trabajar con confianza entre todos los pueblos que no salen en los telediarios -o sí salen desgraciadamente-, el que acabe con la esperanza de estar vivos y despiertos y orgullosos de ser nosotros mismos. Los otros, los que vaticinan el agua, tienen la vida asegurada con una millonaria comisión en la Gran Banca. Es la Gran Recesión en la que ya estamos instalados. ¿Entonces? Regresemos, si empezamos a tocar los instrumentos del Tíbet, al Álbum Blanco de The Beatles, remasterizado por el hijo de George Martin en Abbey Road, grabando, grabando, siempre grabando, todos juntos, pero cado uno es su piscina. Y junto a ellos siempre la madre de Lennon.
Suenan las campanas. Abramos las neveras. Sigamos siendo fuertes, aunque lo disimulemos. La nueva juventud está haciendo de la creatividad muchos álbumes blancos y azules con la hora musa. Robert Graves o don Roberto creyó que la Diosa Blanca vivía entre los olivos de Deià. Pero escribió “Yo, Claudio” por ganar dinero con la prosa para dedicarse de lleno al poema, siempre el poema. Deià fue la tierra de la isla de la calma, Mallorca y el primer turista al que se le impidió llegar a Sa Dragonera. Pero, ¡ah¡, el turismo avanza con sus transatlánticos en donde antes en Andratx a un adolescente tuberculoso que escribió “Tedio” y que fue definido por Octavio Paz como “un ermitaño” lo único que le gustaba era hablar con Madame Flowers y coger hipocampos y leer, leer, siempre leer aquellos libros que venían de contrabando. Al dadaísmo se lo cargó la arrogancia de Breton, con o sin política, que eso es lo de menos, dejando empero bellos cadáveres exquisitos.
«Robert Graves o don Roberto creyó que la Diosa Blanca vivía entre los olivos de Deià. Pero escribió “Yo, Claudio” por ganar dinero con la prosa para dedicarse de lleno al poema, siempre el poema»
Nuevas colonizaciones que vienen sólo a ver el Palacio de Marivent, mientras todos los extranjeros que antes traían Rolls ahora hacen de las borracheras un último tugurio con balcón. Magaluf y un señor que apellida Cursach son los nuevos reinos de taifas de una babilonia de donde se huye de las guerras y de la aceleración de las ciudades. Sa Tramontana o el pianista polaco y aquella mujer con pantalones llamada George están al borde de un nuevo invierno en Mallorca. Antes y hoy tal vez se sigue diciendo “adiós a todo eso”. Hoy Deià y la turismofobia deben abordarse con una nueva Diosa Blanca. ¿A lo mejor saldrá de los tiempos de ayer, de tantos ayeres, una nueva Julia Domma? La monarquía es monorquidia. Y se acabó el cuento de la cárcel.
Tantos reyes felipes han quedado reducidos al Arte, El Escorial, La Almudena de Madrid y un señor al que el General Queipo de Llano llamaba, borracho de anís y de caudillismo, Paca la Culona, la cual, siempre bajo palio, tenía un cuñao muy germanófilo que pretendiendo ser rey de Gernika acabó leyendo versos de Raza. Un poema que ahora va y resulta que este jovencito y secretario general de la cosa, apañao en la robótica del conservadurismo más analfabeto de la vieja derecha española, saca de los baúles y va y lo cuelga en Twitter. La monarquía se está ganando en Twitter y no hay princesa para la mayoría de edad, porque así lo dicta una Constitución de 1978. “Yo, Julia Domma”. ¿Y todos y todas y…? ¿Qué pinta una monarquía aquí y en Noruega cuando las finanzas del terror vienen de otras monarquías financiadas por el petróleo de la guerra de Irak 2003 gracias a la alianza de los jeques de Arabia para continuar con la matanza de Texas?
Quizá debamos leer la escritura en tinta china de un hombre en el exilio que escribió el Gran Libro de la Vida. Entre Confucio y Sócrates regresa un argentino jesuita que vive en un hotel y no en el Vaticano. Los porteños es que leen mucho a San Agustín entre mate y mate. El cine y un Papa sin el anillo del pescador. ¿Dónde está Ratzinger? A lo mejor alguien lo ha escondido en una de las cajas fuertes del Banco Vaticano. Pero Al Paccino muere triste y solo en un huerto de la vieja Sicilia. La monarquía de los padrinos.
Por eso y por mucho más habrá que seguir probando suerte con el nuevo anuncio de la lotería de Navidad. Pero que la banda sonora vuelva a ser la de Amenábar. Únicamente por seguir creyendo en el beso de amor de una república lejana y más allá de las estrellas. Todas las mujeres del mundo se llaman doñas Manolitas. Me lo ha dicho el gato de mi sobrino Jandro mientras escuchaba aquella canción de Miguel Ríos. Bienvenidos. El Rey de este milenio dormirá mañana en las playas de Mojácar o no dormirá. Y, si no puede dormir, que la Reina Madre le cante las nanas de la cebolla. Que por doler me duele hasta el aliento, compañera del alma, compañera.