Actor, dramaturgo, director… Miguel de Arco es todo un profesional con una larga trayectoria y gusto por el teatro. Antes de comenzar, hay una anécdota que me gustaría compartir : Tras terminar esta entrevista, Miguel de Arco me preguntó por qué había ido a entrevistarlo. Fue una pregunta que me descolocó bastante, para qué engañaros. Soy una gran amante del teatro y de las artes, pero eso no fue lo que contesté porque realmente eso no fue lo que me llevó a colocarme delante del director de Ilusiones y preguntarle por él, las artes, las críticas o España. Me limité a ser sincera: curiosidad; respondí. Podría haberme dicho que la curiosidad mató al gato o haber hecho un juego de palabras, pero no lo hizo; sonrió, asintió y nos despedimos. Lo que me llevó a la conclusión de que, además de ser un gran director y un gran profesional, Miguel de Arco es un hombre expresivo y con unas opiniones muy fuertes acerca de temas polémicos.
Según tengo entendido en 2002 junto con Aitor Tejada fundasteis la productora teatral Kamikaze y en 2014 fuiste miembro fundador de la Academia de las Artes Escénicas de España. Además, eres actor, dramaturgo y director. Podríamos decir que el teatro ha marcado la mitad de tu vida, ¿tenías muy claro que querías dedicarte a esto desde el principio?
Sí. Vengo de una familia de clase media baja, de un barrio de Madrid, Carabanchel, donde no había ninguna facilidad para que los niños hicieran alguna actividad artística, y donde las artes no estaban contempladas como una posibilidad de futuro. Tú le decías a tus padres que querías ser actor, escritor o artista, y trataban de convencerte para que estudiaras una carrera más seria, tipo medicina o ingeniería. Al final, yo creo que la vocación se va abriendo paso como buenamente puede. En el colegio hacía teatro, mucho teatro, pero con catorce años quise entrar en un grupo de teatro semiprofesional donde estaba un amigo mío. Ahí empezó todo. A partir de ahí comenzaron a abrirse todos los caminos. Mi relación con el teatro serio comenzó a estrecharse y lo que a lo lejos veía como una posibilidad o como casi una epifanía, terminó convirtiéndose en la realidad.
¿Y de dónde surge el nombre Kamikaze?
Lo primero que hicimos Aitor y yo fueron cortometrajes. El primero se llamaba La envidia del ejército Nipón. Es como un chiste, un juego de palabras con los kamikazes, esas personas que se lanzan a hacer cosas sin pensárselo mucho.
¿Por qué dejaste de ser actor para convertirte en director?
No tengo la sensación de haber dejado nada. Es decir, para mí, las cosas se van poniendo en tu camino por sí solas. Es verdad que tengo una larga carrera como actor, la cual había diversificado mucho en principio, dado que yo empecé a escribir guiones muy pronto. Como actor, siempre he sido muy pudoroso. El actor es una parte complicada, siempre se expone de forma permanente con su cuerpo y con su voz. Había cosas que tenía que hacer para comer y para seguir adelante que no me gustaban nada y lo sufría mucho. Prefería escribir malos guiones en series que no me agradaban, pero que me protegían de alguna manera. Yo apretaba una tecla, mandaba el guión y esa era mi exposición. Cuando comencé a dirigir, la dirección se asentó en mí por su propio peso. El lugar que había encontrado era mi lugar, por lo que no echo de menos la actuación. No digo que no vuelva a actuar, nunca hay que decir nunca, pero no siento nostalgia. Me siento más completo cuando estoy dirigiendo.
En el teatro, al igual que en los cines, uno de los elementos más importantes es conseguir ese toque de realismo, de verdad. Es decir, si logras odiar a un malo o emocionarte con un beso o con una despedida es porque lo que estás viendo parece real. ¿Es difícil conseguir ese punto de realidad, de verdad en las escenas?
Lo de la verdad es muy relativo. Lo que para una persona puede resultar emocionante, lleno de realidad o de verdad, como muy bien dices, a otro le puede parecer un truño. Ahora mismo tengo en cartel Ilusiones, lo cual nos viene muy bien para hablar de esto. Hay personas que salen trastornadas porque la obra les ha supuesto un pellizco en el corazón y les ha emocionado, algo que a mí me pasó con el texto, y a otras personas no les ha gustado absolutamente nada. Siempre habrá una persona que no le guste o que no le transmita. Ni siquiera si hablamos de genios como Picasso, dirán todos que es una obra maestra. Siempre busco que la función que tengo entremanos me guste, me emocione y me interese. El filtro que uno mismo siempre tiene que seguir es la honestidad, en lo que uno cree, siente y confía.
¿Qué implica ser director de Ilusiones?
Es mi último montaje, mi última criatura. Los ensayos son una parte del proceso muy intensa, que viene precedida de otra, la preparación. Soy muy cuidadoso a la hora de preparar los ensayos. Intento que no solo sean esos 45 días antes de la función; hacemos lecturas de guión y talleres de investigación para llegar al personaje. Ahora estoy en un proceso más lejano porque, al final, son los actores quienes tienen que apoderarse de la función. Necesitan una mirada desde fuera, desde dentro la efectividad puede perderse. Intento mantener con ellos un caldo de cultivo y alguna nota para no perder el hilo. El teatro es el arte de la repetición, ninguna función es igual a la anterior y siempre hay cosas que se pueden mejorar.
¿Y cómo es el reparto?
No había tenido la suerte de trabajar con ellos, pero son cuatro actores increíbles. Poseen una preparación técnica maravillosa y no he tenido que hacer nada para manejar anímicamente lo que tenía que manejar. Además, son buenos compañeros, estupendos. Hemos reído y llorado. Es el reparto que pensé y es el reparto que tengo. Es una función complicada y ellos han sido muy valientes con las propuestas, generosos y, ante todo, muy profesionales.
Comentábamos que ninguna función es igual a la anterior, estoy de acuerdo. Son muchos los factores que influyen y el teatro es un arte que está vivo. ¿Qué sentimientos experimentas cuando día tras día el telón baja y comienzan los aplausos?
No me paro a pensar en esas cosas. La vida continúa. Lo que sí que me asombra es la rapidez con la que pasa todo. Hay días que pienso en todo lo que tengo por delante, pero cuando lo vuelvo a pensar ya ha pasado todo. Soy consecuente con el aquí y el ahora, o al menos eso intento. Así disfruto los procesos. Si te paras a pensar en lo que sucedió ayer o en lo que sucederá mañana, te pierdes lo que está sucediendo ahora. Tenemos una preparación futura por el tema de los organigramas, pero lo que anímicamente me estabiliza es que cuando salgo algo tocado de algún ensayo porque no he conseguido lo que quería, al día siguiente lo soluciono, aunque hayamos estrenado. Si una escena no me termina de convencer, de repente doy tres notas y la escena se perfila. Es el día a día. El secreto es no dar nunca nada por acabado.
Ilusiones se ha estrenado hace muy poco y está teniendo muy buenas críticas por parte del público, las revistas y los diarios. ¿Qué crees que es lo que tiene para que guste tanto?
No lo sé. He conseguido no leer ninguna crítica. He pasado un momento de vulnerabilidad en el que no me interesaba leer nada. Últimamente con las redes, y con todos mis respetos, las opiniones son malvadas. Todo el mundo opina, y no por opinar, sino por hacerse ver. Hay quien decía que las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene una. A mí lo que me emociona son las preguntas que se lanzan con Ilusiones. Toda la reflexión de la permanencia o la no permanencia del ser humano, que es lo que hacemos aquí; el ser o no ser, y todo ello desde un guión sencillo, pero que al mismo tiempo es profundo y que consigue llegar a unos niveles muy emocionantes. Sobre todo, me emociona haber sido capaz de sacar de un texto narrativo un espectáculo muy teatral. Estoy encantado. El amor es un teatro lleno, luego que vengan los críticos y que opinen lo que quieran en las redes.
Entonces, ¿qué papel tienen las críticas en los actores o en ti?
Las críticas tienen que ver con la vanidad, no con la profesión. A veces, vienen blogueros que quieren ver el espectáculo gratis para hablar de él o de mí. Eso, personalmente, no me interesa. No conozco a ningún bloguero con la suficiente influencia en las personas como la que pueden tener los críticos. Por ejemplo, si Marcos Ordóñez de El País escribe una crítica, yo lo noto en taquilla. Se ha ganado un prestigio, y he de decir, que es un tipo muy respetuoso. Decía Jordi Costa: nunca hagas una crítica que no puedas decir a la cara. Me parece una nota básica. A todos nos gustan que nos den una palmadita en la espalda y nos digan lo buenos que somos. Aunque tengas cien comentarios buenos, basta uno malo para que se te tuerza el día. Queremos que todos nos valoren bien y nos quieran, y eso no es posible en el mundo del cotilleo y de la brutalidad de las redes. Hoy en día, vivimos en un planeta en el que si aprietas cuatro teclas, cualquiera puede abrirse un blog, y nadie se pregunta si tiene referencias, de dónde viene, qué estudios ha cursado o si sabe de teatro. Yo sé lo que yo hago y lo que me cuesta hacer un trabajo. Luego puede venir alguien y de manera muy barata decirme que es una mierda. ¿Y eso modifica algo mi trabajo? No. Aunque luego no es fácil por la vanidad. El otro día leí que posiblemente Ilusiones era mi mejor trabajo y otro decía que era un texto inútil en una decepcionante dirección de Del Arco. ¿Con cuál me quedo? Con ninguno. Ni creo que sea mi mejor trabajo porque creo que ese todavía está por venir, ni en absoluto pienso que sea el peor.
¿Crees que las artes son importantes?
Las artes son básicas ahora mismo en un país que vive de espaldas a ella. Otro gallo cantaría si esta situación no se diera. Cualquier cosa que nos ayude a indagar en el ser humano y a crear espacios de encuentro reales como es el teatro, es algo básico. Las redes son espacios de profundo desencuentro. El teatro es el único que alberga la cabida de todas las demás artes: literatura, pintura, o el cine. El público, diferente cada día, se congrega para ver en vivo y en directo a una persona fingir ser otra, y tú crees o finges creer que lo es. Tú me cuentas una historia y yo trato de entender por qué actúas como actúas. Eso es el principio de la empatía.
En muchos colegios e institutos se está implantando el teatro como terapia, sobre todo en niños marginados, conflictivos o que no terminan de encajar en la sociedad. ¿Crees que el teatro a modo de terapia es una buena forma de resolución de conflictos?
Absolutamente. La materia prima del teatro son las emociones. Es la comunicación, y es mirar a los ojos a una persona fingiendo que eres otra pero, sin embargo, hablando de ti. Es un encuentro alrededor de la palabra, alrededor de un relato y eso es lo que nos distingue. Cualquier niño que haga teatro siempre será mejor niño.
¿Opinas que la cultura está bien situada en España?
No, en absoluto. Vivimos en un país que siempre ha vivido de espaldas a la cultura. Desde Franco, llevamos 40 años de democracia y han sucedido cosas estupendas, el país ha evolucionado y ha pegado un acelerón brutal, pero es un país que siempre le ha dado la espalda a la cultura con cierto resquemor y no sé muy bien la razón. Durante la época del escaparatismo y del exhibicionismo, se levantaron auténticos palacios de ópera en pueblos donde apenas había habitantes, donde el verdadero objetivo era decir: mira lo que he hecho con tu dinero y no ofrecer una posibilidad cultural. Luego, vino la crisis y tuvieron que cerrarlos porque ni siquiera podían pagar la luz. Grandes contenedores sin ningún tipo de contenido. Eso es algo que creo que define notablemente cómo este país cuida la cultura. En los debates políticos, las artes no aparecen en los discursos. Hablan de mil cosas, pero ninguno defiende la idea de prestar más atención a la educación y a la cultura, y solo la educación y la cultura pueden hacer de un ciudadano un ciudadano con criterio. Eso es lo que necesitamos para construir una sociedad mejor. Si tu no quieres o no confías en la construcción del criterio de los ciudadanos, es que no confías en que la sociedad vaya a mejor.