Los regímenes dictatoriales en general suelen basar, o intentar basar, la felicidad de su pueblo en el famoso «Panem et circenses» de los romanos. En la dictadura franquista, el pan fue escaso, y en su mayoría surgido del extraperlo, pero en el circo, amigo, ahí sí que fuimos creativos y originales; Manolete, Las Cinco Copas de Europa, El Bombero Torero o El Último Cuplé. Espectáculos autárquicos, no exportables, tan cerrados en sí mismas como la sociedad española de esos años. Vivencias color sepia, válvulas de escape a una opresiva y triste vida cotidiana. Y en esos momentos de ocio, una parte importante fueron las fiestas en las capitales de provincias. Festejos siempre ligados al santoral. San Pedro, el día de La Virgen, San Mateo. Atracciones y casetas. Tómbolas de premios imposibles, tiro con escopeta de aire comprimido al palillo o al botellín («El tiro con corcho es variable»). Y, por supuesto, el Teatro Chino de Manolita Chen.
Cuando Chen Tse-Ping aterriza en Paris desde la ciudad china de Zhejiang en 1922 para cursar sus estudios jamás podría imaginar que décadas más tarde acabaría convirtiéndose en una figura icónica de los espectáculos de variedades en la España franquista. Pero volvamos a poner el foco en nuestra querida España, ya que mientras nuestro muchacho oriental recorría Europa como lanzador de cuchillos, en 1927 nacía en Vallecas Manuela Fernández. De origen acomodado, (su padre llego a ser coparticipe de la marca de gaseosas La Revoltosa) fue una niña/artista precoz, divertida y pizpireta, por lo que sus padres fomentarían su vena artística, inscribiéndola en una academia musical, hasta que logra un puesto de trabajo fijo como corista del célebre Circo Price, en la madrileña Plaza del Rey.
Y muchos años antes de la diplomacia del ping pong llevada a cabo por Henry Nixon y su staff, Doña Manuela Fernández estrecharía lazos con la exótica y milenaria china. Por mor de su trabajo conocerá a «Chepin» (nombre adaptado al castellano de Chen Tse-Ping), del que se decía que había matado a su mujer en una velada de lanzamiento de cuchillos de poca puntería y demasiado alcohol (totalmente falso, pero que se podía esperar de un chino…) y miembro de una troupe circense que se daba a conocer con el humilde nombre de «Los hijos del Celeste Imperio», donde igual jugaban con las sombras chinescas que se colgaban del pelo a alturas inimaginables. “Cuando yo vi a ese hombre con ese cuerpo bailando los doce platillos y haciendo juegos orientales, me volví loca. Me encantaba cómo me besaba” declararía más tarde Manolita. Manuela y Chepin desposarían en 1944. Él tenía 41 años y ella, 17. A partir de ese momento el destino de Chepin y Manolita, estaría unido a la imaginería popular. «El chino» se bautiza cristiano, como era de rigor, eligiendo el muy importante nombre de Jesús.
Ya siendo marido y mujer, trabajarían juntos en un número de lanzamiento de cuchillos, espectáculo que aterrorizaba a Manuela, hasta que en 1947 dan el paso de independizarse y fundar su propia compañía, el denominado Circo Chino «Che-Kiang». Con aquella denominación continuaría hasta finales de los 50 cuando amplían negocio, con una nueva carpa móvil. Nuevo espacio, y nueva denominación; Teatro-Circo Chino el cual se haría imprescindible en cualquier evento de provincias, deambulando por todos los rincones de la geografía nacional y ofreciendo en su espectáculo una amalgama de variedades donde igual se presentaban actuaciones de cante y baile flamenco, que una parodia social o un rudimentario número de ilusionismo. Circo, música, humor y, sobre todo, picardía, con juegos de insinuaciones y dobles sentidos con mujeres semidesnudas, envueltas en plumas y lentejuelas, que bailaban alegres sin inhibiciones, lindando entre la provocación y la falsa inocencia. Porque España soñaba con el guante de Gilda, pero la realidad era Manolita, una bella y voluptuosa mujer, vestida (y desnuda) de lentejuelas, y que los hombres, noche tras noche, función tras función, llenaban su carpa aplaudiendo hasta el agotamiento.
Su popularidad empieza a ser más que notable. Pero como todo el mundo sabe el éxito tiene cien padres, y sobre todo en el país de la picaresca, con lo que inevitablemente le empiezan a surgir imitadores. El Teatro Argentino de Manuel LLorens le pisa el terreno, así como otro teatro chino, el de Antonio Encinar. Duelo a muerte en las barracas de las fiestas. Así, en 1962 coincidirán en la Línea de La Concepción los dos teatros chinos. Jesus Chepin y su mujer no habían registrado el nombre. A partir de ese encontronazo, rebautizaran su espectáculo ambulante con el nombre de Teatro Chino de Manolita Chen. Cacofonía, elegancia y exotismo. No se podía pedir más al marketing en la época de Marisol y de Belmonte, del Farias y del Soberano, de las castañuelas y del clavel reventón en la solapa. La competencia entre ambas carpas es realmente brutal, y el éxito del teatro de Manolita Chen, tremendo, llegando a dar hasta ocho funciones diarias. Y había algo más. La titánica lucha con la censura. Manolita y su espectáculo desafiaban un día sí y otro también el velo de la censura. Cuando notaban la llegada de un censor, una bombilla roja se encendía, y las alegres vedettes cubrían su anatomía hasta extremos ridículos. Pero Manolita siempre volvía. Y los Strip Tease con resonancias lésbicas se volvieron un must de su espectáculo.
Pero la Sociedad española evoluciona. El muslo ya no es tanto muslo, y los espectáculos ambulantes de variedades empiezan a languidecer. La democracia, y su falta de censura, asestará una cuchillada mortal al Teatro chino. Ya a finales de los setenta, Manolita se retira a causa de un tumor en el oído, siendo operada de urgencia mientras se encontraba actuando en Salamanca. Desde entonces, sólo aparecería esporádicamente sobre el escenario y se dedicaría a la organización del espectáculo. Pero si cinematográfico fue el origen del teatro, no menos artístico fue su final. En los 80´s un artista travestido llamado Manuel Saborido, que había tenido éxito en el Paralelo barcelonés con el nombre artístico de La Bella Elena, empieza a usar el apelativo de Manolita Chen. Este artista llegará llegando a tener problemas con la justicia debido a estar involucrado en un asunto de tráfico de drogas, creando confusión entre su identidad y la de la auténtica Manuela Fernández, Manolita Chen. En 1986, el Teatro Chino de Manolita Chen da sus últimas funciones con el espectáculo «Aluzinante», desapareciendo por completo del panorama teatral ambulante de la época.
El espectáculo del teatro chino sirvió como una autentica cantera de artistas. Allí se forjó la fina ironía de Arevalo, o la sensibilidad en las tablas de Freda Lorente. Y Estrellita Castro, Tony Leblanc, el Fary o Chiquito de la Calzada. Un referente sin duda. Pero no todo eran nombres propios. Sus números llegaban a rozar el mejor de los surrealismos, como su afamado número “La reolina del Ní”, donde se anunciaba al “enano más potente del siglo XX”, el conocido Ní, que poseía un apéndíce sexual que rozaba la elefantiasis pero “manteniendo una firmeza que desafiaba a la ley de la gravedad”. Tal era su consistencia que “el Ní lo introducía en un orificio de la mesa del prestidigitador y, ayudándose con las manitas y los piececitos daba vueltas sobre el eje carnal como un poseso”. Y cómo describiría un diario de la época “los espectadores aplaudían y gritaban, y más de cinco señoras llegaron a desmayarse, a consecuencia del calor de la sala y de la falta de aire” Pero en la casa de Manolita Chen siempre había más y se anunció que para la sesión de madrugada, el orificio de la mesa se cambiaba por el de la domadora de tigres, siendo prohibido, según dicen, por Su Eminencia el Sr. Arzobispo de la diócesis de Sevilla. Pero siempre hay envidiosos, y a la acusación de que el citado enano usaba una prótesis, respondió el susodicho dándose un pequeño corte en el glande del que brotó abundante sangre. Y según las crónicas eso fue el delirio… “El público aplaudía desaforadamente. Los jóvenes gritaban y daban vivas al Ni. A la domadora de tigres le dieron convulsiones epilépticas sobre el escenario y Manolita Chen debió salir al estrado para jurar por su santa madre que su circo no faltaría jamás en la Feria de Jerez. Y daba, sin parar, gracias a su querido público al que tanto debía” Eso era el espectáculo de Manolita Chen. Nada más que añadir.
«¡Piernas, mujeres y cómicos para todos ustedes, simpático público!». Así comenzaban las variedades del espectáculo del Teatro Chino. Pero Manolita Chen fue algo más que destape y diversión. En su versión fue una adelantada a su época. Fue una de las primeras vedettes que se operaron el pecho, y su desafío constante a la censura forjaron en ella una personalidad muy acusada, forma de ser que sin duda se reflejaba en sus espectáculos, que llego a ser descrito como “fabuloso” por el cómico británico Benny Hill. Se podría decir que la vida del Teatro Chino de Manolita Chen es un recorrido no solo por 40 años de cabaret, de humoristas y de destape, sino la semblanza de un país que, por fortuna, no volverá. La España más negra que convivió con un teatro hasta cierto punto libertario. Hay que señalar que la censura llegaba más tarde a las variedades que a otros espectáculos, y esa España orillada que tan bien reflejaron cineastas como Buñuel o Berlanga, fue más directa en las variedades, cambiando las especies por la sal gorda, pero siempre de una manera auténtica y hasta cierto punto brillante.
El eco extinguido de una forma de sentir y vivir el espectáculo, pero que todavía resuena por los solares de las afueras de los pueblos y ciudades donde como un espejismo se iba tan rápido como llegaba este inolvidable teatro de variedades… «¿Te mido la temperatura, chato?”