Madrid tiene tres cosas que sí las tiene Madrid: espárragos, tagarninas, y un AVE para subir. Y es que esta ciudad, donde algunos biógrafos pleitean por decir que no nací, es la ciudad de todo aquel que junte letras y que no sea un cursi. Madrid se extiende entre arroyos inmundos y donde reluce un museo de las chacinas que le hace sombra al Prado. Por Madrid pasa la Cañada Real, que no es sino una metáfora de la vida, que también pasa desde el taxi espídico del Tito Peri (dependiendo del carácter del pasajero, cobra o no cobra carrera).

«Madrid tiene tres cosas que sí las tiene Madrid: espárragos, tagarninas, y un AVE para subir.»

Vayamos al meollo del bollo: o se escribe en Madrid, o se escribe desde la fraga gallega del ‘Bosque Animado’ de Fernández Flórez, o se calla uno y le pone velas a la Virgen de Montserrat. En Madrid toda calle invita al pecado mediterráneo, pero la latitud compartida con Nápoles no evita las insoportables horas de julio sin ventilación. Y es que Madrid recibe las hostias de la pluriEspaña. Madrid le canta las verbenas a una alcaldesa gagá y te presenta poemarios sonrojantes por la parte de Malasaña: allí, donde además del sermón hay que consumir un valdepeñas perruno y aguantar a un leonés lorquiano. Por esas calles de Malasaña veo a Tuluco Neftalí García, que vino de Ecuador a organizar recitales, a robar metáforas y a sobrevivir con un paraguas y un ramillete de libros  pomposamente autoeditados que los poetastros pagan, fijo, por ver su nombre en negro sobre blanco; sobre todo en negro, ‘neño’. Porque el Madrid literario es como una cofradía malagueña: está el que folla, está el que viste las vírgenes de azahar, está el que lleva la contabilidad, y está el que cose: que ése es otro cantar.

«O se escribe en Madrid, o se escribe desde la fraga gallega del ‘Bosque Animado’ de Fernández Flórez, o se calla uno y le pone velas a la Virgen de Montserrat.»

Yo desde aquí voy a contarles un Madrid que no conocen. Una ciudad alejada de los modernitos/modernazos que dan el coñazo con Carmena, con los lazos amarillos y hasta con Fante. Yo les voy a hablar del Madrid del Tito Miguel, de los cachopos de la Fragua, de los vinos con Enrique y Julián en su tabernáculo maravilloso y lírico del Mercado de Maravillas. Porque a Madrid hay que aprender y aprehenderle, y aquí estamos para eso de enseñar Madrid al ‘dummie-. En próximas entregas vendré a hablarles del paseo marítimo de Rosales o de la hidalguía de mis carteristas de la calle del Amparo. Y del Lele.

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Columnista de El Español, Diario Sur y El Norte de Castilla, actualmente ejerce la crítica literaria en El Mundo, donde también ha sido columnista. Ganador del premio Jerez Perchet de periodismo 2013, ha sido finalista del Premio Internacional “Manuel Alcántara”, y así mismo es asesor y responsable de los proyectos pedagógicos de la Fundación Umbral. También ha colaborado en TVE, la Cadena Ser y otros medios audiovisuales y es autor de la novela “El año de la rubia” y tutor del Máster de Crítica Literaria El Cultural-Universidad de Alcalá.