Dicen que me repito, dice la canción de mi admirado Loquillo. De lo claro que hablo, continúa. Se trata de la canción Línea clara de su álbum Balmoral un disco que sirvió para dar un puñetazo en la mesa de la escuálida industria musical española y decir con su poderosa voz: aquí estoy yo. Es, línea clara, una canción procedente de un poema del mismo título del que fuera más adelante su compañero de viaje, Luís Alberto de Cuenca, un tipo cercano y lleno de erudición pero que huye de la pedantería como caballero que es. Un caballero que he tenido la fortuna de conocer gracias a su sobrina predilecta. Pues bien, uno y otro, hablan de la línea clara. Una línea clara que proviene de la admiración por los cómics de Tintín. Porque línea clara es el término con que se denominaba el modo de dibujar de Georges Remi (Hergé). Un trazo limpio, firme y perfectamente delineado que ha dado lugar a una manera de ser, de pensar e, incluso, de vivir.
Porque la línea clara va más allá de un trazo limpio o de un retrato verosímil y crudo. La línea clara habla de héroes cansados con miradas turbias, como me imagino que podría ser la de D’Artagnan, el capitán Alatriste, Howard Roark o el capitán Haddock. Hombres taciturnos, de ceño fruncido y que hacen su trabajo porque deben hacerlo. Que creen que el amor es un refugio para aislarnos del mundanal y cruel ruido. Que se acodan en la barra del bar de la esquina y miran en silencio el tránsito vital de sus vecinos. La máquina tragaperras, la cafetera, la voz del camarero, el tintineo de monedas. Porque el hombre que refleja la línea clara será también alguien real. Alguien que puede embriagarse ante una obra de arte que haga que pueda dejar vagar su mente hacia universos en que sabe que le espera un cálido beso que sabe a hogar. Son héroes cansados, hastiados del día a día. Irritados ante la ignorancia que nos rodea. Disidentes del pensamiento único. Incansables buscadores de su propia libertad y terribles cancerberos de la llave que la guarda.
La línea clara es, pues, tener ideales y saberlos transmitir.
La línea clara es, pues, tener ideales y saberlos transmitir. Pero no tener miedo a escuchar a otros y que te afinen el pensamiento. Creo que es el camino por el que todos debemos transitar. Es la forma de vida correcta. A todos nos han educado de una manera determinada, en un ámbito determinado y con unas ideas y principios determinados. Pues bien, crecer intelectualmente, es no quedarse cerrado a esos principios y valores y poder hacer un mestizaje intelectual con gentes que han sido educadas en otras familias, en otros escenarios y con otras circunstancias vitales determinadas. Es muy recomendable quitarse el hábito de la pureza del pensamiento propio y dejarlo bastardear por el del resto. Porque, indefectiblemente, lo que se pierde en prejuicios siempre se gana en vida. Pienso, pues, que hay que ser una persona de principios muy firmes para que las fronteras difusas no te asusten. Ese, y no otro, es el modo de crecer en esta vida.
Normalmente, cuando uno tiene unos principios débiles, no le gusta disentir y discutir con el resto por miedo a perder su razón y que la duda haga tambalear los enclenques pilares de su pensamiento. Esto lleva a la cerrazón y a la radicalidad más absoluta. El miedo es uno de los peores consejeros. Por miedo uno no deja que el que piensa diferente se acerque a él; por miedo tampoco deja que se acerque el que efectivamente es diferente; por miedo a no tener razón se encierra uno en su habitación y tira la llave por el retrete mientras se aovilla abrazando sus rodillas y, balanceándose, al recitar sus principios. Por miedo existe la corrección política que hace que se haga caso a incultos talibanes del buen gusto y del pensamiento único y uniforme. Por miedo a pensar distinto se deja adoctrinar la gente. Por miedo a ser tú mismo eres el que quieren que seas. La línea clara, lógicamente, está en contra de todo ello. Porque la línea clara implica libertad y lo contrario a la libertad es el miedo.
Por miedo a ser tú mismo eres el que quieren que seas. La línea clara, lógicamente, está en contra de todo ello. Porque la línea clara implica libertad y lo contrario a la libertad es el miedo.
Si uno es fiel a sí mismo y no puede ser adoctrinado será señalado por el tembloroso dedo del pensamiento único. Una persona libre no será fácil de domesticar. El indómito no se dejará encerrar en los pestilentes calabozos de la chabacanería y el mal gusto. No se dejará convencer por pueriles argumentos peregrinos. No podrá ser investido con el hábito del uno más. No formará parte del rebaño. No podrá entrar en uno u otro bando. El indómito huye de etiquetas y se deja llevar por su propia conciencia. Un alma salvaje no se rinde jamás. Mientras gritan la traición que ha cometido el indómito, los asustados de ojos inyectados en sangre, pedirán su cabeza. Su libre sonrisa someterá al débil mental. Su limpia mirada asustará a los talibanes del pensamiento único. Su libertad les amedrentará. Y, al fin sonriente y libre, se alejará de ellos.
La libertad individual siempre dio miedo al que quiere tener borregos en un único rebaño. La libertad individual dio miedo a propios y extraños. Una libertad individual que, lógicamente, no menoscabe ni falte el respeto a la de los demás. Eso sí, nunca permitirá que intenten achicar su espacio y luchará por continuar teniendo su libertad. Una actitud que hará que se rebelen contra él las domesticadas mentes débiles que son incapaces de pensar por sí mismas. Porque al indómito no le gusta que le encasillen. Ni le agrada que intenten coartar su libertad. Respetará, con más o menos hilaridad, la de los demás pero seguirá su bandera y su credo. Eso, al que tiene miedo a no tener razón, le hará que el cerebro cortocircuite. No podrá comprender la actitud de un personaje así. ¿Alguien libre? Con lo bien que se vive en un rebaño. La línea clara, lógicamente, le dejará boquiabierto.
Cuando uno lea los artículos que escribimos, las poesías que brotan de los labios de sabios infinitos, las canciones de tipos auténticos y fieles a sí mismos, las opiniones de indómitos personajes que dicen lo que piensan sin temor, quizá piense que todos ellos se repiten. Se repiten porque su pensamiento, al no funcionar al dictado de nadie, siempre es el mismo. No muta con el tiempo. Puede que se añadan impresiones, formas de ver las cosas, que se mezcle, que se fusione, que se enriquezca con otras ideas afines, pero no cambiará. Habrá, porque los hay, quienes les dirán lo que tienen que hacer, y cómo, para llegar a lo más alto. A la meta. Lo que no saben esos incautos es que la meta, la única meta, es llegar a hacer las cosas a su gusto. A su manera. Llegar a hacer lo que quiere y como quiere. Nada más. Si luego gusta, mejor. Pero no se pliega a las reglas de un mercado cambiante que hoy te dice blanco y mañana negro manejado por la ley de la oferta y la demanda. El fin, pues, de la línea clara es ese: ser uno mismo y conseguir hacer lo que, y como, uno quiere.
les dirán lo que tienen que hacer, y cómo, para llegar a lo más alto. A la meta. Lo que no saben es que la meta es Llegar a hacer lo que quieres y como quieres. Nada más. Si luego gusta, mejor.
La base de todo pensamiento ha de ser la razón. Uno tiene que pensar, reflexionar, conversar mucho consigo mismo y dilucidar cuál es su camino. Conviene tener unas ideas propias lo más clara posible. Deberá saber qué quiere hacer y cómo quiere actuar. En definitiva en qué hombre se quiere convertir. Hay quién decidirá ser un cordero que forma parte de un rebaño mayor y otros, en cambio, querrán ser lobos. Pero habrá una tercera vía que será la de las águilas que volarán lejos de las fauces del lobo y de la indolente inocencia del cordero. El lobo es la voracidad comercial que nos rodea mientras que el cordero será el inocente cliente que compra compulsivamente cualquier chorrada que le pongan delante. Desde musiquillas ridículas pasando por libros de sombras o películas de vampiros panolis que dan risa, más que miedo. El águila, por su parte, se alejará de las normas del mercado. Será fiel a sus adicciones privadas, sus gustos personales y sus propios vicios. Sin que un anuncio le indique qué hacer con su vida o qué gusto tener. La línea clara le hará ver a nuestro héroe por dónde ha de transitar su vida.
Los habrá, pues, que crean que uno ha llevado distintas caretas, vestido distintos hábitos y mostrado diferentes caras, pero no. La libertad individual nos llevará a transitar cuántos caminos deseemos. No tendremos porqué adscribirnos a determinada secta ideológica. No tendremos que hacer reverencias a quienes dictan las leyes del buen gusto y el decoro impostado. No tendrán que someterse ni ser gobernados por nadie. Porque la razón nos enseña que, para ser libres, hay que alejarse del rebaño, se debe luchar por conseguir ser uno mismo. La identidad es lo más importante. La identidad y la integridad. La fe en uno mismo. El estudio vendrá a determinar la manera en que puede hacer las cosas como él quiera. A su manera. Siempre a su manera. Como cantaba el inolvidable Frank Sinatra: “I´ve lived a life that´s full; I´ve traveled each and every highway. But more, much more than this; I did it my way”em