La tarde del aquel jueves parecía una más, y entendimos que el lamento madrugador por la muerte de Forges cubría con demasiadas creces el cupo necrológico del día. Pero a primera hora de la tarde, “Palentino” lucía como tendencia en Twitter, y barruntamos que sólo podía ser por dos motivos: el anuncio de una nueva obra que giraría en torno al irreductible local de la madrileña calle Pez (tras inspirarse en su fisionomía Alex de la Iglesia para ambientar ‘El bar’) o por algo mucho peor que no queríamos creer. Quizás a Casto le había ocurrido algo que no le iba a permitir volver a la barra que no abandonó desde la adolescencia y durante más de 60 años. Quizás las redes sociales estaban encargándose de anunciar el adiós del tabernero más carismático de Malasaña.

 

De eso precisamente se trataba. Casto Herrezuelo (Paredes de Nava, 1938) ya no serviría más cubatas a 3 € ni pepitos de ternera a 2’5. Había muerto a los 79 años de edad el alma máter de ‘El Palentino’, un local que abrió sus puertas en 1942 y que quiso mantener la esencia y la decoración de sus inicios, por los siglos de los siglos.

Cada parroquiano habitual de ‘El Palentino’ tendrá su anécdota o relato que siempre destaca cada vez que el local y su microcosmos aparecen en la conversación. Para mí, siempre resultó una especie de parque de atracciones que se convertía en parada obligatoria cuando algún amigo de la tierra llega a Madrid para zambullirse en la tarde/noche de ocio. Quizás siempre lo hice porque allí uno encontraba el entorno más parecido con lo que nos hemos criado en la provincia de León. O tal vez para demostrar que en la capital no todo era presunto elitismo y pijerío en el corazón de sus garitos.

La última vez que intenté llevar a cabo esta práctica habitual ante la visita de paisanos, fue días antes del 22-F. Nos quedamos a la puerta. No cabía un alma en su interior. Quizás fue una premonición. Aún así, les dije señalando tras el cristal: “Esto es ‘El Palentino’ y ese de ahí es Casto. El próximo día venimos antes y nos tomamos una(s)”. Uno de los presentes volvió justo la noche anterior a la triste noticia. Le extrañó no ver a Casto tras la barra, como siempre. Y confesó que cazó al vuelo y sin quererlo una conversación en la barra, en la que se hablaba de manera algo enigmática sobre él. No quiso dar la voz de alarma, quizás porque seguramente él también se creyó que Casto siempre volvería.

De todos los homenajes que se han dedicado durante estos días en forma de texto, caben destacar los recuerdos de Andrés Calamaro: “Amistad, respeto y gratitud por el afecto y la paciencia de Los Palentinos que fueron mi bar habitual durante muchos años, además de vecinos. Limpiaron mis vómitos sin hacer ningún comentario ni amonestarme (…) El Palentino inspiró películas y hoy toca preguntarse si con Casto no termina una dinastia de bares buenos en Madrid”. El bar de Moncho Alpuente, Eva Hache, Sánchez Dragó, los Siniestro Total (“vamos a Kwai y al Berberecho y al Palentino y a lo hecho pecho”) o Manu Chao (que no encontró mejor escenario para rodar el videoclip de ‘Me llaman calle’ en 2007). El local que para muchos era un ‘1’ fijo en la quiniela juerguística.

«El Palentino» inspiró a Alex de la Iglesia para su película «El Bar»

“El Palen y diez más”. Esto es lo único que durante años he conseguido contestar ante las preguntas de debutantes en la capital sobre la alineación de la noche, en esa suerte de rueda de prensa previa a la salida de turno. Las patatas fritas con varios arreones de sal (que te obligaba a pedir un par más), los carteles con los precios que ya son célebres hasta en Nueva York, los recortes de prensa a la entrada que enumeraban las bondades del lugar y el cuaderno cuadriculado donde Casto apuntaba la cuenta. O las 30 cuentas que conseguía gestionar a la vez, sin fallo. Nadie sabe cómo.

‘El Palentino’ no tenía nada de especial, y quizás eso le hacía auténtico. Siempre quedó una entrevista pendiente con Casto. “Ven por la tarde, a las 16:00, que no está muy lleno”. Hace meses, y por pura casualidad, llegué a conocer en la barra (repleta, como casi siempre) a uno de sus hijos. También hostelero, llevaba un rato esperando a que su padre se acercara para, aunque sólo fuera, saludarle. “Aquí llevo media hora y ni un beso me ha dado”, contaba con humor. El cliente era primero. Con el bar hasta arriba, bastante tenía Casto.

Estábamos casi seguros de que sería así. Se iría con el chaleco, la camisa de cuadros y las botas puestas. Tras la barra del bar, una vida se fue. La pasión por su trabajo, que era el de satisfacer al cliente saciando sus gargantas y llenando sus estómagos.

El remate final de este artículo me sorprende con otra noticia casi igual de trágica. ‘El Palentino’ cierra hoy mismo, sin solución de continuidad, y para disgusto aún más grande de Calamaro. Ahora sí que sí, se nos ha escapado un trocito del Madrid canalla que nos parió. A partir de ahora, también brindaremos por Casto. Y por ‘El Palentino’.