Vivimos envueltos en una niebla densa que no nos permite ver nada. Nos hallamos instalados en la oscuridad más absoluta. No hay nada de luz a nuestro alrededor. Rodeados de negrura no podemos ver más allá de nuestras narices. Nos quedamos quietos esperando ver un reflejo, algo de luz, que nos pueda indicar dónde estamos. Hacia dónde ir. Qué hacer. En constante observación para ver algo. A veces, más que ver, intuimos algo de movimiento allá, más adelante. Pero nada. No se ve nada en absoluto. El horizonte es de un negro brillante, plomizo, abrumador, inabarcable. Por más que nos esforcemos no lograremos ver lo que tenemos a cinco centímetros de nuestra cara. Pero nada de eso es ningún problema.

«Vivimos envueltos en una niebla densa que no nos permite ver nada. Nos hallamos instalados en la oscuridad más absoluta. No hay nada de luz a nuestro alrededor. Rodeados de negrura no podemos ver más allá de nuestras narices.»

Este apagón no ocurrió de un día para otro. Tuvieron que hacerlo lentamente. Despacio. Fueron apagando la luz. Quitaron una bombilla de acá y después otra de más lejos. Más tarde aflojaron un faro aquí y otro de más allá y nadie dijo nada. No nos enteramos. Nos mantenían ocupados con otras cosas. Tenían que hacerlo de este modo. Mostraban un chispazo aquí y actuaban allá. Así siempre. Cuando volvíamos la vista ya estaba la mejora realizada. Es como cuando te duermen en un quirófano. No te enteras de lo que te hacen. Luego descubrirás lo necesario que fue dormirte. Si hubieses estado despierto no te podrían haber curado. Así, distrayéndonos, fueron apagando primero las luces lejanas y después las de al lado. De ese modo consiguieron que viviésemos a oscuras. Nos fuimos acostumbrando a la penumbra primero. Después a una agradable oscuridad. Y, por último, a la beatífica, refrescante y liberadora noche continua.

Al principio la oscuridad creó inseguridad. No sabíamos si había algún obstáculo ante nosotros. Si al adelantar el pie caeríamos por una sima infinita. En fin, éramos tan ingenuos. Mirábamos hacia nuestros pies en un inútil intento de ver algún obstáculo. Era un esfuerzo en vano pues no se veía nada. Pero tampoco había nada con lo que tropezar en nuestro camino. No había piedras ni bordillos que nos hiciesen rodar y caer. Se habían encargado de ello. Nuestra senda estaba barrida y pulida. Si nos manteníamos en el sendero establecido, nunca tropezaríamos. Usaron los mismos métodos de distracción. Lanzaban chispazos de luz a un lado y dirigíamos allá nuestra mirada. Mientras nuestra atención estaba en otro lugar construían unos raíles alrededor de nuestros pies. Unos raíles que nos proporcionan una maravillosa existencia sin sobresaltos. Una vida asegurada y garantizada.

«En fin, éramos tan ingenuos. Mirábamos hacia nuestros pies en un inútil intento de ver algún obstáculo. Era un esfuerzo en vano pues no se veía nada. Pero tampoco había nada con lo que tropezar en nuestro camino.»

Desde entonces vivimos sin ver. Pero no nos preocupa. Nuestra existencia es tranquila. No podemos tropezar y caer. Vivimos sin problema de ningún tipo. Vamos de aquí allá sin peligro alguno. Se encargaron de nuestra seguridad y nos la proporcionaron. Además, sin peligro de tropezar, qué más da ver. Da igual. Vas y vienes sin preocupación. Feliz y libre. Tampoco nos importa la dirección que tomemos. La luz nos la indica. Nos han prometido que lo importante ocurre hoy. Aquí. Delante de nuestros pies. Que no nos obsesionemos con nada de lo que haya más allá. Mañana ya veremos. El más allá ya lo descubriremos. Nos dirigirán hacia donde sea mejor para nosotros. Siempre ha sido así. Si vamos aquí o allá es por nuestro bien. Nuestra existencia es pausada y tranquila. El único sobresalto es cuando se ve a lo lejos un pequeño fogonazo y todos vamos hacia allá contentos, libres, sumisos, felices y dóciles.

¿Qué es lo que todo el mundo ansía? Seguridad. Tranquilidad. Una vida sosegada. Nos la han proporcionado. Tenemos una libertad total. Vivimos sin luz pero ¿de verdad alguien en su sano juicio puede pensar que la luz sea necesaria? La negritud es la mayor de las bellezas. Saber que estás haciendo algo, poniendo tu granito de arena, en el gran plan supremo. Que eres uno de los engranajes que encajan a la perfección en el gran plan que alguien muy superior a nosotros ideó hace ya tantos eones. Saber eso es la mayor satisfacción que puedas tener. Prescindimos de la luz porque no es necesaria. Si el camino está trazado de antemano ¿qué problema puede haber? Naces. Creces. Aprendes tu labor en tu camino. Evolucionas en tu senda. Enseñas a alguien que se quedará en tu puesto cuando ya no estés y te retiras para morir feliz y libre.

«¿Qué es lo que todo el mundo ansía? Seguridad. Tranquilidad. Una vida sosegada. Nos la han proporcionado. Tenemos una libertad total. Vivimos sin luz pero ¿de verdad alguien en su sano juicio puede pensar que la luz sea necesaria? La negritud es la mayor de las bellezas.»

¿Qué más puede pedir alguien para ser feliz? La facilidad de dejarte llevar y saber que cada día eres importante. Así es como eres feliz. Te levantas de tu lecho y hay una fuerza interior que te lleva a tu senda. Sabemos lo que hemos de hacer, cuándo, dónde y cómo. Es algo instintivo. Nadie nos tiene que dar órdenes. ¿Órdenes? Nosotros no recibimos órdenes, somos libres. Las luces son las que nos guían. Gracias a las luces sabemos a qué lugar debemos encaminarnos. Pero no solo eso, porque nos indican lo que tenemos que pensar; qué decir a quienes se cruzan con nosotros; qué objetos desear para poder ir a comprar; qué pareja queremos tener. Todo ello redunda en nuestra felicidad. Nuestro día a día es muy sencillo y complejo a la vez. Nos levantamos. Abrimos nuestros blanquecinos ojos y nos mesamos el cabello entrecano. Husmeamos el ambiente y, si no hay chispazos en ningún lado de la lejanía, te dejas llevar por la fuerza interior que te indica lo que hacer. Es como un pequeño viaje astral de tu lecho a tu senda y empiezas la tarea. En cambio, si ves una luz allá a lo lejos, como ocurre ahora, tienes que seguirla. Ahí están tus sentimientos. Tus aflicciones. Tus miedos. Fobias y filias. Tenemos que ir hacia la luz. Vamos alegres hacia a luz.