Siempre que abordo una nueva muestra de Francisco Uceda entro en un universo que intuyo, pero que sin embargo sé que desde la primera pisada que materialice en la sala de exposición hasta el último exhalo que expire después de sobrevivir al mero acto de vivir, sé que su muestra no me va a dejar impasible. Quizás, es por ello, por lo que el material del dolor que me asiste, el que me hace arrastrar entre los hombros sus obras, siempre acabe entre los bordes de mis mandíbulas, masticando su temor entre cada una de sus intervenciones, mordiendo entre las sienes la tempestad que arremete cada uno de sus trazos, contra cada una de las pulsiones que en el artista lo lleva hacia la verticalidad.
«Fulgores vanos» se presenta como un diálogo intertextual, interdisciplinar e intergeneracional que propone un análisis de la historia, más allá de la versión oficial, que centra sus esfuerzos en poner en duda parte de la memoria que hemos heredado y que el sistema ha establecido como parte del relato de nuestra estructuración como sujeto. Una puesta en escena de la duda, que arremete contra los patrones impuestos e invita al observador a la perplejidad, al derecho inalienable de la duda, de poner en tela de juicio la realidad que nos rodea.
A través del retrato como género artístico o expresión consustancial, un género que siempre ha estado muy ligado al encargo, a la plasmación de la realidad dirigida y condicionada, Francisco Uceda reafirma su proceso de búsqueda sintiéndose atraído por personas o personajes de la historia que, de una forma u otra, han escrito nuestros designios. Francisco Uceda parte de la idea de que el retrato es un fiel reflejo de cada época, de la riqueza, del poder, de la guerra. Es consciente que es un vestigio o acaso una descripción del pasado de todas aquellas personas que conjuntamente han formado a las diferentes sociedades de cada momento. Quizás, es por ello, que Uceda transciende el acto cognitivo del presente, reescribiendo desde la reflexión el discurso que se contrapone entre la memoria y el presente; entre el pasado y el futuro.
Ninguna de las más altas estancias de las personalidades que han coronado el mundo a lo largo de la historia permanecen impasibles a la carga plástica y crítica que Uceda presenta como un acto, emancipador de los prejuicios y libertario, donde el público podrá decidir con qué parte de la historia se queda, con qué parte de la realidad que hoy en día nos acomete implacable decide que forma parte de su construcción como ser humano.
Símbolo de la condición social, Francisco Uceda afronta el retrato también como un espejo. En un primer momento, tomando como referencia su capacidad de reflexión, de la propia imagen que inspira sus obras; y por otra parte, por su capacidad de refracción, donde nos acercar a los personajes más ilustres de la acontecimientos históricos más relevantes y que, por un momento, dejan de estar mitificados para hacerles probar el barro de historia, con sus miserias y sus fracasos, con sus contradicciones y sus derrotas, como parte de un ejercicio de honestidad -la que el público pueda hallar en ella, si es así como estima oportuno, al comparar pasado y presente- y como una crítica al orden impuesto.
Así, Francisco Uceda nos adentra en el relato donde los personajes históricos más relevantes cobran vida a través del predominio del color, la fragmentación de las formas, lo onírico en el surrealismo que nos presenta o en la propia psicología en la que los personajes son sometidos al embaste de la historia. Uceda nos seduce con miel en los labios y adentra en la psicodelia de autores como Lucien Freud, Francis Bacon o Justin Mortimer. Una lectura acertada, desde mi punto de vista, donde el autor da una vuelta más de tuerca, si cabe, a un género que ha encontrado una nueva forma de abordar la realidad.
Una muestra que nos invita a degustar la belleza a través de lo matérico y de lo metafísico, estableciendo el equilibrio justo y necesario en ese trance emocional que supone el arte para el ser humano: redención y catarsis; alma y cuerpo en conjunción, caos, abismo.