“Amor, amor… Oh tú que de los ojos haces manar deseo llevando un placer dulce al corazón de aquellos contra quienes batallas, no vengas nunca a mi unido a la desgracia, ni sin medida”
Hipólito . Eurípides
Estas palabras que Eurípides pone en boca de Hipólito referidas a como el sentimiento amoroso en ocasiones desborda la naturaleza humana, pueden extrapolarse también a las relaciones que se establecen entre los pintores y sus modelos.
El enamoramiento comienza en los ojos del pintor, que debe de mirar horas y horas a su modelo para retratarla y para después poder transfigurarla y convertirla en una obra de arte.
Estas relaciones amorosas, como dice Eurípides, pueden llevar al artista a sentir el placer mas dulce, pero si se experimentan sin medida también pueden hacerle muy desgraciado.
Y movida por estos pensamientos durante una estancia en Florencia recorrí sus iglesias buscando no solo disfrutar de las numerosas obras de arte que encierran en su interior, sino pensando en conocer algo más de las historias que rodearon su creación, para poder acercarme un poco más como podía ser la vida del artista al pintarlas.
Y fueron en dos Iglesias florentinas, la del Carmen y la de Todos los Santos, donde detrás de los cuadros encontré dos historias de amor totalmente diferentes, y en cierta medida complementarias la una de la otra, entre dos pintores y las modelos que posaron para ellos.
Entre el pintor y la modelo que posa para el establecen lazos muy íntimos, porque el artista debe de estar mucho tiempo observando el cuerpo y el rostro de la persona que esta pintando, para después, al plasmar su aspecto en el lienzo, llenar sus trazos con sus propios sentimientos, puramente humanos o espirituales.
Así la modelo para un pintor puede convertirse en su musa perfecta, en su amante, su compañera y en la madre de sus hijos, o ser solamente una idea de perfección y belleza, de la que artista puede enamorarse perdidamente, sin que la modelo llegue a percibirlo y sin que medie ninguna unión física entre ellos.
Y admirando las obras de Filippo Lippi y Sandro Botticelli e investigando en la historia de su creación, se pueden llegar a conocer las relaciones tan dispares e interesantes que ambos establecieron con sus modelos.
Y para poder describirlas de la manera mas fiel posible seguiré textualmente la descripción que hace Vasari de ambos pintores en su libro “Las vidas de los más excelentes pintores y arquitectos,” obra escrita en lengua toscana, que tuvo mucho éxito ya en vida del autor.
Y aunque los testimonios de Vasari son algo subjetivos, quizás porque él, también pintor, nunca llegó a tener tanto reconocimiento como Lippi o Botticelli, son realmente los que más pueden acercarnos a los hechos, ya que son las primeras biografías que se conocen de estos dos pintores florentinos.
La infancia de Filippo Lippi fue desgraciada, su madre murió al darle a luz y su padre que era carnicero, falleció cuando el tenia ocho años, y el pequeño fue recogido en el convento del Carmen en Florencia, profesando monje a los 16 años.
En relación a la infancia de Filippo Lippi, Vasari escribe así:
“El muchacho era diestro e ingenioso en las labores manuales, pero bruto y poco capacitado para el estudio de las letras. Disfrutaba garabateando entre los papeles por lo que el prior le dio todo tipo de facilidades para que aprendiese a pintar”
Para saber como comenzó la relación de Filippo Lippi con su modelo tendremos que trasladarnos a la iglesia del Carmen en Florencia y fijarnos en una de sus capillas laterales, donde encontraremos el cuadro de la Virgen del Cíngulo. Es en esta obra cuando por primera vez Lippi pinta a la que se convertirá durante mucho tiempo en su modelo favorita, la novicia Lucrecia Butti, hija de un comerciante florentino, que profesó en el convento junto con su hermana Spinetta. Vasari nos relata como ocurrió este episodio en su libro:
“Las monjas del convento del que Lippi era capellán, le encargaron una tabla para el altar de la iglesia, en el monasterio vio a la hija de Francisco Butti, Lucrecia, que era una novicia de bellísimo aspecto y gracia y pidió a las monjas que fuese su modelo para la tabla. Finalmente Lucrecia huyó con el del convento y quedose embarazada dando a luz un niño que sería como el padre, pintor excelente y famoso.”
El sentimiento que produjo Lucrecia en Filippo fue algo totalmente trasgresor para la época, de modo que podría incluirse en ese amor sin medida del que nos habla Eurípides, que finalmente hace desgraciado al amante.
Lippi, que era el capellán del convento cayó perdidamente enamorado de la novicia, que era su modelo, y huyó con ella convirtiéndola en su amante que además acabo siendo la madre de su hijo.
Lucrecia fue pintada durante muchos años por Filippo Lippi, por ello estudiando cronológicamente la obra del pintor podemos ver los cambios que el tiempo imprime en su rostro. En este caso el sentimiento amoroso entre el pintor y su modelo, era desmedido, y como ya nos advertía Eurípides, podríamos esperar que su final fuera desgraciado.
Y la otra historia, la del amor con medida que puede pervivir más allá del tiempo, la encontré en la iglesia de Todos los Santos de Florencia, buscando la tumba de Botticelli, una simple lápida en el suelo que está colocada a los pies de otra mucho mas rica y llena de figuras renacentistas, la de la que fue su modelo, la aristócrata Simonetta Vespucci.
Pero también para poder abordar esta historia, veamos lo que nos dice Vasari de la infancia y vida de de Sandro Botticelli:
“Era hijo del ciudadano florentino Mariano Filipepi y aunque aprendía con gusto todo lo que quería , siempre estaba inquieto y su padre descontento con su extravagante cerebro lo puso a trabajar en casa de un orfebre amigo suyo llamado Botticello”
Por lo tanto de aquí le viene a Sandro el sobrenombre de Botticelli, y Vasari continua describiéndonos así el carácter del pintor:
“Sandro era una persona despierta e inclinada al dibujo por lo que su padre se lo encomendó a Fray Filippo del Cármine ( Filippo Lippi), que le tomó mucho cariño y le enseñó como a nadie.
Podemos saber así, las relaciones que se establecieron entre estos dos grandes artistas, que fueron discípulo uno del otro, y pertenecían a la misma escuela pictórica. Pero nos adentramos de lleno en la historia de Botticelli con su modelo, cuando Vasari nos dice:
“Botticelli pintó para la familia Vespucci su capilla en la iglesia de Ognisanti “
Porque en esta capilla se encontraron por primera vez un joven pintor y una adolescente bellísima, y fue donde por primera vez Sandro contempló el rostro de Simonetta, que marcaría ya para siempre su obra.
Simonetta que había nacido en Génova en el seno de una rica familia de ricos comerciantes, contrajo matrimonio a los diez y seis años con Marco Vespucci y se trasladó a vivir a Florencia. Murió de tuberculosis a los veintitrés años.
Su extraordinaria belleza y su prematura muerte hizo que alrededor de ella se crease toda una leyenda, que desde luego era merecida, porque Lorenzo de Medici nos la describe así:
“Su rostro era extremadamente claro, pero no pálido, su porte serio, sin ser severo, paseando o bailando se movía con elegancia, solo hablaba cuando era conveniente y su opinión era siempre acertada”
De estas palabras podemos deducir que Simonetta no solo era una joven muy hermosa, sino también elegante y extremadamente culta. Esto hizo que se convirtiese en todo un referente del arquetipo de la belleza femenina posando para muchos otros pintores renancentistas, pero para Botticelli la admiración por Simonetta fue mucho mas allá del tiempo y condicionó su obra. El sentimiento amoroso que embargó a Sandro Botticelli fue inmenso, pero algo que paso totalmente desapercibido para su modelo. Sandro y Simonetta pertenecían a estratos sociales muy diferentes y hubiera sido impensable cualquier relación entre ellos, por ello Botticelli guardo siempre sus sentimientos solo para el, expresándolos únicamente a través de su obra.
Toda Florencia sin embargo conoció el romance entre Simonetta y Juliano de Medici, una relación que iba contra las normas, porque ella era una mujer casada y él pertenecía a la familia mas influyente de la ciudad, quizás todo esto, y que ambos amantes murieran muy jóvenes, creó un mito alrededor de ellos. Botticelli en su obra Venus y Marte, representa a ambos como estos personajes míticos.
La admiración de Sandro por Simonetta traspasó las fronteras del tiempo, de manera que ella siguió sirviéndole de modelo mucho mas allá de su muerte.
Así mirar la obra de Botticelli es encontrar a Simonetta una y mil veces, como Minerva, como la Virgen, como Venus, pintada muchos años después de su muerte.
Sandro que ya no podía mirar el rostro de su modelo para pintarla, pintaba una y otra vez la imagen que guardaba de ella en su mente, un recuerdo lleno de amor y admiración haciendo de ella una presencia constante y casi sobrenatural. Este tipo de amor según Eurípides estaría en su medida y nos puede acercar a los sentimientos del propio Hipólito, cuando huía espantado del amor desmedido que había inspirado en Fedra, su madrastra.
Pero para saber mas de como fue la existencia de Botticelli, deberemos de nuevo volver al libro de Vasari que nos lo explica así:
“Sandro era una persona muy agradable y agraciada y siempre había mucha diversión y entretenimiento en su taller, donde continuamente tenía muchos jóvenes aprendices que solían hacerse mutuamente, muchos retos y bromas”.
Por las palabras de Vasari podemos pensar que a Botticelli a pesar de que era de carácter abierto, y físicamente atractivo, no se le conoció ninguna amante durante toda su vida.
El final de su existencia, Vasari nos lo describe así:
“En su ancianidad abandonó su trabajo derrochando el dinero que había ganado durante su estancia en Roma por vivir azarosamente como siempre había hecho. Al final viejo y desvalido se arrastraba con dos muletas y como no podía hacer nada mas murió enfermo y decrépito a los setenta y ocho años y fue sepultado siguiendo su deseo en la iglesia de Ognisanti en Florencia“
Y aunque Botticelli no creo ningún vínculo aparente en vida con su modelo, estableció con ella uno aún mas perecedero que ha trascendido mas allá del tiempo y del espacio.
No pudo estar a su lado cuando ella vivía, pero lo estuvo a través de su obra, y ahora lo está ya para siempre, porque su espíritu reposa eternamente a los pies de la sepultura de la que siempre fue su modelo.
Porque este tipo de amor, es según Eurípides, el mas verdadero, y por ello pervive para siempre.