En mayo, terminaba mi última columna aquí con las siguientes palabras: “nunca digas nunca jamás porque puede que a la vuelta de la esquina tengas que tragarte tus palabras con el amargo sabor de la cicuta. Es tiempo de pactos, es tiempo de hablar, de negociar, de transigir, de acordar… Son buenos tiempos para los españoles de a pie porque sus políticos tendrán que dejar a un lado sus egos y sus aspiraciones maximalistas y llegar a pactos con otros que no piensan como ellos, pero que también tienen su parte de razón. De la unión de los diferentes siempre suele salir algo mejor que las partes individuales”.

Es evidente que me dejé llevar por el espíritu de la transición al creer que Ciudadanos dejaría esa pose reaccionaria que no le permitió superar al PP y que le alejó de aquellas posiciones progresistas que le dieron la mayoría en Cataluña y que el PSOE recordaría que el haberse escorado a la izquierda no le ha dado el esperado resultado porque si bien mejoró sus resultados a costa de Podemos, no fueron suficientes por lo perdido por el centro izquierda.

«Si algo tenía claro es que no habría pacto PSOE, Podemos con el apoyo de toda la morralla independentista, nacionalista, anti española»

Si algo tenía claro es que no habría pacto PSOE, Podemos con el apoyo de toda la morralla independentista, nacionalista, anti española. Ese supuesto pacto, ya cerrado de antemano, según las fuerzas reaccionarias del país, era aún más improbable que mi ensoñación de un centro izquierda constitucional pensando en España y no en sus fobias personales. He dicho a todo el que ha querido oírme que no habría gobierno y que se repetirían las elecciones, si la única opción para el PSOE de Sánchez eran los Podemistas.

Que Pedro Sánchez no permitiría entrar en el Gobierno de España, ni a Pablo I. ni a ninguno de los suyos era y es algo lógico. Al enemigo ni agua. Teniendo en cuenta que Podemos anda en franca descomposición, que han perdido millones de votos en tan solo cuatro años y que la popularidad de sus líderes se fue a pique cuando decidieron cambiar a Vallecas y la gente, por un casoplón de lujo en la sierra madrileña, protegidos por altos muros y la Guardia Civil, no sea que sus niños tengan que juntarse con los de la plebe, nadie en su sano juicio los reflotaría con ministerios, cargos de libre disposición y presupuesto público.

Esto es algo que Rivera debería haber aprendido y puesto en práctica con Casado. Cuando en la noche de las elecciones municipales y autonómicas, todo el PP se preparaba para saltar sobre su recién elegido líder nacional por un fracaso sin precedentes en las urnas, los de Ciudadanos decidieron resucitarles regalándoles el Ayuntamiento de Madrid, varias comunidades autónomas y la idea en el imaginario del votante de que el PP seguía siendo el principal partido de la oposición, con poder territorial.

«Que Pedro Sánchez no permitiría entrar en el Gobierno de España, ni a Pablo I. ni a ninguno de los suyos era y es algo lógico. Al enemigo ni agua»

 

Ahora nos encontramos otra vez frente a las urnas con varias ideas asentadas firmemente entre el electorado:

  • Los políticos de este país no están a la altura de los desafíos que tenemos por delante: la sentencia del Procés, un posible Brexit sin acuerdo, otra recesión en ciernes, el cambio climático, la avalancha inmigratoria…
  • Los nuevos partidos no solo no han servido para cambiar las cosas sino que se han convertido en viejos partidos a una velocidad récord, por lo que primará aquello de más vale malo conocido y veremos un repunte del bipartidismo.
  • La política de bloques es lo peor que le puede pasar a España porque volveremos a ver a partidos nocivos como los nacionalistas vascos, los independentistas catalanes o los populistas de Podemos y Vox, convirtiéndose en partidos bisagras, imprescindibles para gobernar, cada uno con sus exigencias partidarias y locales, muy alejadas del interés común.
  • Lo que pide el cuerpo es no ir a votar y que se apañen ellos, pero lo que sabe la mente es que eso solo puede beneficiar a aquellos que se han comportado de manera irresponsable y que viven cómodos en la confrontación y el inmovilismo. Aún así la abstención será alta y el resultado de esa baja participación, incierto.

No parece que el resultado en octubre vaya a ser muy diferente al de mayo, lo que pierda Podemos lo ganará el PSOE, lo que pierda Vox, el PP y lo que pierda Ciudadanos, tanto el PSOE, como el PP, por lo que en términos de bloque de la derecha (o trifachito) y bloque de la izquierda (o Frente Popular) los porcentajes van a mantenerse, volviéndonos a colocar en una situación de ingobernabilidad crónica altamente perjudicial para España.

Con los mismos actores interpretando los mismos papeles, difícilmente podremos escribir un relato distinto con otro final que no sea el augurado.