Las nuevas designaciones de ministras y ministros de Pedro Sánchez está dando mucho que hablar. Aquí en The Citizen, ya he hablado de los “salmones” de Twitter, pero me gustaría hacer un apunte en vista de lo (mal) que se está hablando por parte de algunos sectores. Porque es que… ¡qué frágil es el machirulismo! Un consejo ministerial de 17 personas en el que más de la mitad son mujeres. Y en el que el movimiento LGTB está más presente que nunca. Bueno, de hecho, creo que es la primera vez que está presente. Al menos, de manera visible y reivindicativa.
Y ya tenemos a los machitos enfadados. Bueno, también a un sector de las feministas, pero este sector es que se enfada por todo. No hace falta más que acercarse a Twitter y Facebook para ver que ha hecho daño. Que si “por qué Consejo de Ministras si el castellano dice que el plural es ministros”, que si “las cuotas, lo que son”, que si “Maxim Huerta odia el deporte” -como si los anteriores ministros de Deportes hubieran sido crossfitteros enganchados a la paleodieta, por otro lado-… El caso es quejarse. Pues qué queréis que os diga, yo estoy encantado. Más mujeres nos hacen falta. Llevamos 40 años en los que los que han dominado las esferas ministeriales han sido los hombres. Y así nos ha ido. ¿Por qué no probar con mujeres? ¿Por qué no contar con profesionales en su ámbito y que le echen un poco menos de huevos a los asuntos de Estado? Entendiendo “menos huevos” como algo bueno. Más ovarios, menos testosterona. Que los consejos de ministros olían ya un poco a vestuario de gimnasio un viernes por la tarde. Y más LGTB visible. Todo lo que “se salga de la norma” puede ser beneficioso para el país (igual que para El País parece que va a ser ser beneficioso que su nueva directora no lleve los genitales colgando). El ministro Grande-Marlaska ha agradecido el apoyo a su marido. El Ministro de Interior. Algo histórico. Por fin un poco de aire fresco, por fin un poco de diversidad en las altas esferas del Gobierno de España. Parece que empieza a despejarse el olor a naftalina.
«Y ya tenemos a los machitos enfadados. Bueno, también a un sector de las feministas, pero este sector es que se enfada por todo. No hace falta más que acercarse a Twitter y Facebook para ver que ha hecho daño.»
Pero, sin duda, lo más criticado ha sido el nombramiento de Maxim Huerta como nuevo ministro de Cultura. Porque ha estado con Ana Rosa. Porque es una persona de la tele. Porque ha dicho en Twitter que odia el deporte. Como si en Twitter todos dijéramos la verdad… Maxim Huerta es un escritor premiado. Es un conocedor del cine y lo ha demostrado en la televisión pública haciendo grandes programas de viajes conectados con el séptimo arte. Es un gourmet y un tío que se ríe de las críticas de las revistas del corazón. Y es tuitero. E instagrammer. Y sí, fue segundo de Ana Rosa. Y también dirigió informativos, tiene una carrera prolífica de periodista y es amante del teatro y de la música. Vamos, un señor de 40 años con conocimientos de cultura. Elegido como ministro de Cultura. Llevamos muchos años en los que todo ha sido como siempre. Los ministros eran gente del partido que gobernaba y que bien podían ser de Interior que de Cultura que de Educación que de Obras Públicas. Daba un poco lo mismo, mientras fueran personas del partido y siguieran los designios del partido. Y, con el tiempo, algunos llegaban a presidente del Gobierno. Aunque luego les echaran por lo que fuera. Pedro ha apostado por gente que sabe de lo suyo para llevar carteras de temas que no les son indiferentes. Por lo menos, el nuevo presidente ha apostado por no seguir con lo mismo. Con romper un poco las normas para apostar por gente que, de primeras, sabe de lo que va a estar gestionando. Y apuesta por mujeres porque en estos ámbitos son las que considera mejores. Y apuesta por lo LGTB por lo mismo. Porque, al final, son personas experimentadas en su ámbito de actuación por encima de gente que son borreguitos del partido. Pues olé. Seré el primero en criticarles cuando la caguen (que la cagarán, porque son humanos). Pero me espero un poco a que ocurra. Porque hacía mucho tiempo que no tenía ilusión por ver qué hacía un ministro. O una ministra.
Porque parece que, por fin, hemos avanzado un poco en el tiempo. Bienvenido, Siglo XXI.