Planteaba el otro día en Instagram, en una encuesta a nivel usuario, la siguiente pregunta: “¿Os ganáis la vida haciendo lo que os gusta?”

Esta (la encuesta) viene precedida de un cúmulo de punzantes cuestiones e incógnitas que llevan atravesándome meses en lo personal. Y es normal, me muevo en una vertiente laboral de tono descendente, no se me ocurre otra forma de denominarla, pues hago cosas que no me gustan para vivir y ocupo mi tiempo libre, de manera no remunerada, haciendo lo que sí.

Me contestaba un amigo a la encuesta diciendo que él llevaba también todo el día con una duda en mente: “¿Es un medio a lo que os dedicáis para llegar a lo que realmente os satisface y hace felices?”. Yo le respondí diciendo que casi todo lo que hacemos es un medio para conseguir otra cosa. Y, la mayoría de las veces, ni siquiera lo sabemos. El mismo hecho de trabajar debería considerarse siempre un medio, nunca una respuesta. Ya que se trabaja para ganar dinero, sea en algo que te apasiona o en algo que aborreces. Sin la necesidad del dinero, el trabajo, seguramente, desaparecería. Al menos dentro de lo acotado por el sistema. Las funciones denominadas “trabajo” se moverían entre la agricultura y la ganadería para así conseguir alimento. Si a supervivencia nos limitamos. Pero esto es otro tema, no me gustaría desviarme. Aunque sí un último apunte a este respecto: la etimología de la palabra trabajar versa así: «Del latín tripaliare. Torturar. Derivado del latín tardío tripalium, instrumento de tortura compuesto de tres maderos».

Asumido pues, lo dicho anteriormente, voy a los resultados de esa encuesta y me encuentro con que el 55 por ciento de las personas ha respondido “No”.

Antes de desarrollarlo, hay que aclarar que esto no es una proclama, ni siquiera una rabieta absurda de niño indignado con la sociedad. No. Es una opinión al respecto de la situación de la mayoría de los jóvenes de este país, que, difícilmente, han reflexionado las bases en las cuales se asienta la necesidad del trabajo y, por ello, la necesidad social de tener como ideal un puesto ya que, de lo contrario, se haría insufrible la idea de desarrollarse profesionalmente.

Estos ideales vienen inculcados desde la formación primaria. Reforzada por la pirámide de Maslow y su autorrealización, donde suele colocarse la vida laboral, pues es el alcance del ideal (la mayoría de las veces avenido desde el entorno) la consecución de la meta.

Así, a esas personas que contestan negativamente, las invitaría a pensar acerca de si aquello que desean es de verdad una meta en sí misma, si no posee un doble rasero que esconde otra realidad.

No dudo de la fuerza ligada al dedicarse a lo que a uno apasiona. Con ello desaparece lo horrible del sobrevivir o, trabajar para vivir, al menos a lo que a existencialismo comprende. Repito: no lo dudo, sin embargo, lo que trato de desentrañar es si este no es, en sí mismo, una excusa para hacer más llevadero el suplicio que es trabajar.

Después de mucho hablar con amigos, conocidos y compañeros de empresa la cuestión es la misma: el no trabajar. Pero cuidado: no trabajar sin renunciar a las comodidades que ofrece permanecer en el engranaje social/sistema/ciudad/Polis/Wonderland/Oz, ya que todos queremos seguir yendo a tomar una cerveza al bar de la plaza o quedar para ir al cine. Es esta la clave que no podemos quebrantar, la que nos retiene dentro de la maquinaria. La misma que ejerce el condicionamiento positivo con el alcohol (la resaca o intoxicación etílica se soporta por la superación a efectos positivos de este al de los negativos. Así de fácil). Estamos dentro porque nos gusta lo que se nos ofrece.

Entendiéndonos a nosotros como parte de lo que facilita a otros el acceso a sus placeres, a sus recompensas, quizá superemos de manera más real el tormento de la jornada laboral, sin necesidad de encumbrar un puesto o rango, ya que, bajo este enfoque, todos son parte de un servicio social que acomoda.

El sueldo mínimo, las jornadas intensivas y la falta de sueño es otra cosa, quizá otro día.