La pandemia del covid-19 y la formación de Gobierno han sido los dos puntos claves de la vida social española en los últimos meses. Ambas situaciones han convergido en la gestión política de la pandemia por parte del gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos que Pedro Sánchez dirige como si estuviera jugando al escondite. Sin embargo, la verdadera piedra de toque de la primavera ha sido la reclusión (que no confinamiento, porque eso es lo de Napoleón en Santa Elena) y la polarización política que ha surgido de la misma. En una situación nueva de desocupación de gran parte de la población (y lo que te rondaré, morena) el mundo de los ciudadanos españoles se ha reducido en estos tres meses mientras dejaban de tener cosas que hacer más allá de hacer pan o bizcochos.

2020 está siendo un año cargado de noticias desastrosas para todos aquellos que creemos en la vida tranquila ordenada y de progreso económico y social que nos ha traído hasta aquí. Me aproveché de la reforma laboral de Rajoy para poder ganarme la vida igual que de las medidas de Zapatero para con lo social me permiten vivir en una España más plural. Esa es la España en la que crecí y en la que vivía antes de que las radicalidades se hicieran con el control de los partidos y los medios de comunicación tradicionales convirtieran sus telepronters en argumentarios mal redactados de las diferentes fuerzas políticas. La cuestión es que muchos parecen revolcarse como cerdos en el lodo en el “cuanto peor mejor” para dar rienda suelta a la bilis guerracivilista que llevan dentro como la serpiente lleva el veneno. ¿La culpa es de los políticos? Quizá. Sin embargo a todos nos han dado una educación e internet nos abre la puerta a todo el conocimiento del mundo. ¿Vamos a seguir dando una impresión tan lamentable? La de unas ovejas guiadas ya no por un pastor sino en una encrucijada entre el perro pastor y los lobos.

Hace solo unos días han saltado por los aires los cimientos de la convivencia en los Estados Unidos con el asesinato de George Floyd, un hombre afroamericano, a manos de un policía que le aplastó el cuello con la rodilla hasta que le dejó sin poder respirar. El mundo se ha estremecido y, en Estados Unidos, Trump se ha tenido que refugiar en el búnker la Casa Blanca mientras las calles eran tomadas, los supermercados asaltados por los manifestantes enfurecidos y Anonymous filtraba información confidencial. Todo bajo el paraguas de un Covid-19 que en España ha significado, además de la muerte de 40.000 personas, la ruptura de la convivencia política y, también, el desvelamiento de buena parte de la izquierda ciudadana que se ha destapado como una auténtica groupie del poder y del Gobierno. Solo se protesta contra el enemigo político y la autocrítica con lo votado brilla por su ausencia. La realidad norteamericana que se siente tan cerca (y, afortunadamente, tan lejos) en el todavía mundo globalizado en el que vivimos ha destapado la hipocresía de buena parte de la población.

Lo que hace unas pocas semanas era una auténtica atrocidad por parte de los manifestantes de las cacerolas que comenzaron un ruidoso movimiento en Nuñez de Balboa en contra del Gobierno y de las estrictas restricciones de la libertad de movimiento, reunión y trabajo en las que hemos vivido dos meses (que se dice pronto) de encierro forzado, ahora es un reivindicación absolutamente pertinente del pueblo norteamericano. ¿No seguimos en un estado de emergencia mundial debido al coronavirus? ¿Era todo por los niveles de renta o por las banderas de España en las que se envolvían los manifestantes? ¿Era la salud una excusa para el odio?

Los vigilantes de las ventanas se regocijaban con las actuaciones de la policía (un eufemismo que aglutina comentarios comedidos por parte de los agentes por el bien común y abusos policiales de primer orden) cuando los que las ordenaban eran de su color político, y ahora los policías vuelven a ser el demonio cuando es Trump el que les permite ejercer la brutalidad amparados en el absurdo monopolio de la violencia. ¿No eran necesarias las medidas de confinamiento supervisadas por agentes armados y con potestad para sancionar cuando “la sociedad” (que no es otra cosa que un montón de individuos) requería ser tutelada?

Por suerte, hay quienes siempre hemos tenido claro que la libertad de manifestación y la necesidad de que el autoritarismo y el abuso policial esté perseguido y penado son dos claves de una vida plena en democracia. Con el tiempo, la facilidad que tienen muchos para dormirse por las noches después de haber cambiado de principios varias veces al día según quien ejerza o deje de ejercer ciertas actitudes ha terminado por parecerme despreciable. Durante mucho tiempo han estado escondidos detrás de sus máscaras. Imagino que, cuando se meten en la cama, la siguen llevando puesta.