Hay otros mundos pero están en este.
En el lado invisible, justo en el borde de la carretera, conviven los tacones de aguja, la ropa interior al descubierto, las fogatas improvisadas… Allí, sus habitantes repiten día tras día y noche tras noche;
«Dinero. Completo. Cariño. ¿Quieres?».
Más tarde en soledad compartida las sustituyen por:
«Frío. Calor. Agotamiento. Dolor».
Cuando por fin acaba la jornada, en silencio susurran:
«Cambiar de vida. Salir. Escapar»
En el lado opuesto, refugiados en lo socialmente establecido, muchos disfrutan del derecho a gritar:
«Democracia. Igualdad. Derechos laborales. Feminismo»
Entonces sucedió lo inevitable. Las gentes invisibles, atraídas por el discurso decidieron dar un paso al frente. Unirse a las proclamas. Entendían que podrían formar parte del grupo y como tal serían admitidas.
—¿Qué mejor forma de hacerlo que acudir unidas? —propuso alguien. Envalentonadas por la fuerza que les transmitía aquella arenga lejana que como cantos de sirena les seducía, marcharon hacia adelante.
Al verlas llegar tan decididas, multitud de máscaras comenzaron a caer. Mientras estuvieron en el otro lado, dispersas, a nadie le importó, pero ahora se planteaba un problema: ¿Cómo transformar un negocio alegal que todos consideran ilegal, en legal? Ante esta pregunta una poderosa mujer tuvo que dar la cara. Lo hizo, seguramente tras ver un partido de fútbol y exclamó:
—Me han colado un gol pero tranquilos, voy a anularlo. He llamado a mis mejores porteros para que lo solucionen.
Y es que OTRAS ha saltado al campo deportivo de la cara visible y vienen dispuestas a luchar.
Ante los acontecimientos el resto nos preguntamos ¿Quién son OTRAS? Y ellas responden:
—Un sindicato. Legal, aunque les pese a algunos. Es la organización de trabajadoras sexuales.
OTRAS ha gritado tan fuerte que TODOS las hemos oído. Llevan entre nosotros desde siempre. Invisibles pero presentes.
Forman parte de la historia como la profesión más antigua del mundo. Dicen que acompañaron a Jesucristo e incluso una de ellas, María Magdalena llegó a ser santa. Otras entretuvieron, amaron y aconsejaron a reyes como Madame Pompadour. Alguna sirvió como espía a su país o al contrario según se vea, era una tal Mata-Hari.
Pero en realidad estas fueron solo la punta del iceberg. El grueso de la mayoría fijo su lugar de trabajo en el lado invisible presas del mercadeo, de proxenetas sin escrúpulos, de eternas deudas pendientes de pagar bajo coacción, de palizas, de miedo. Vagando entre faros de coches. Estigmatizadas. Rechazadas.
Aunque no en todos los países es así. Los hay que sacaron a estas personas de la calle y las reconocieron públicamente (al fin y al cabo ya había quien les llamaba mujeres públicas). Les regularon sus derechos y sus obligaciones. Visibilizaron su oficio. Entonces ¿por qué aquí no?
En nuestro país a los «políticamente correctos de cualquier color» se les llena la boca diciendo que es un tema delicado, complejo, que deben reflexionar… palabras y más palabras. No hacen nada. «¡Menuda patata caliente o más bien hirviendo les han colado!»
Ellas se han sindicado en OTRAS. Albergan la esperanza de conseguir el amparo del que gozan los clubs de alterne, cuya licencia les otorga una pátina de negocio cabal. Aunque me pregunto, ante una inspección de trabajo en estos locales ¿los contratos de sus empleadas definen pulcramente la tarea a desempeñar? Pero bueno eso es otro tema del que podríamos hablar largo y tendido…
Por último no quisiera olvidarme de APROSEX, (Asociación de Profesionales del Sexo), matriz desde donde al parecer surge OTRAS. Esta asociación pretende la normalización del trabajo del sexo -según reza en su web- y para ello ofrecen cursos con nociones básicas sobre el ejercicio del oficio a fin de profesionalizarlo. El coste de los mismos oscila entre 50 y 90€. Teniendo en cuenta que las estadísticas arrojan datos del tipo «más del 85% de las prostitutas quisieran cambiar de vida«, ¿por qué no se plantean ayudar a estas mujeres de otra manera? ¿Han pensado en revisar el temario y ofertar formación en otros menesteres como peluquería o cocina por ejemplo? Quizás así podrían salir de las calles como reclama ese porcentaje tan alto.
Lo fundamental es acabar con la explotación sexual en cualquiera de sus formas. Legalizar es reconocer, por lo tanto mayor control sanitario, jurídico y laboral. Toda aquella que desee ejercer el oficio, que lo haga bajo el paraguas de los derechos de los trabajadores, pero a ese porcentaje que anhela otra vida ofrézcanles recursos y salidas alternativas.
Que nadie olvide que Pretty Woman tan solo es una película.