Salir de la ciudad le permite a uno ver las cosas desde otro punto de vista igual que salir de casa le permite a uno dejar de mirarse el ombligo. Dos salidas necesarias que se han visto pospuestas demasiado tiempo. El coronavirus puso la gasolina y el Gobierno del Miedo encendió el mechero.
Un Gobierno del Miedo que ha pasado de legislatura en legislatura como un defecto genético, propio de democracias de segundo orden, desde que en 2011 Mariano Rajoy se hiciera con la Presidencia del Ejecutivo. Del mismo modo que Rajoy se acogió a la primera definición de la RAE de la palabra “terrorismo” en su campaña de Pedro y el Lobo contra Podemos (dominio mediante el terror), demasiado alarmista y que, por cierto, tiene su cuota parte de responsabilidad de la presencia en el actual ejecutivo del partido morado; Pedro Sánchez y sus ministros han utilizado la pandemia del Covid-19 como una herramienta para convocar al pánico y atemorizar a la población sembrando en su (nuestra) consciencia la semilla de la desesperación. Como Leonardo DiCaprio en Origen pero a escala nacional.
Y es de aquí de donde hay que intentar salir: del control mental. No hablamos de hipnosis, burundanga o sumisión sadomasoquista. Hablamos de unos poderes -desde el Ejecutivo a la prensa- que han apostado por una estrategia ruin e inmisericorde con la pluralidad de opiniones en el ruedo mediático y político y, lo que es peor, con la verdad. Ni el gobierno, ni el resto de los partidos políticos, ni la prensa de un signo o de otro pone el ojo en las -a mi modesto entender- obviedades de la gestión de la pandemia en España. A vuelapluma, como Rita Skeeter, apunto:
El mal llamado confinamiento (confinar es lo de Napoleón en Santa Elena), que en realidad (y dénme mayusculas más grandes) es una RECLUSIÓN por parte del Gobierno para la totalidad de la población, no se corresponde con las medidas que han planteado el resto de países de nuestro entorno. En Alemania no se ha pasado de fomentar el teletrabajo y de recomendar cubrirse boca y nariz; en Francia se pudo salir a hacer deporte; en Italia se saltó de la fase 2 a la fase 4 mientras, en España, que había seguido los ritmos del país transalpino -incluso a la hora de empezar tarde a tomar medidas- se decidió que ahora había que ir por libre; en el condado de Los Angeles, Estados Unidos, uno de los más restrictivos con las medidas por la pandemia, se pudo salir a pasear, incluso acompañado, desde el primer momento; un video de Copenhague se ha viralizado la última semana porque todo el mundo va sin mascarilla y no pasa nada; incluso Boris Johnson, dando bandazos entre la reclusión y el libertarismo, ha conseguido su objetivo, que la economía no se hundiera; China, por su parte, y con una estrategia de control de los indicadores de salud en lugar de con el laissez faire puso a la gente en la calle a las pocas semanas… De Taiwan o Canadá ni hablamos. A todo esto España es el segundo país ruropeo con más muertes, pero estamos hablando de un virus, es lo normal.
Lo que no es normal con un virus o con una crisis es que tu país tenga LA PEOR respuesta económica de toda Europa. Salvo si eres España, claro, que es tradición. El PIB español se ha reducido en dos trimestres en un 18’5%, dándonos el peor periodo de la historia, y hunde la tasa interanual a un 22’1%. Mientras, Italia, que parecía uno de los consuelos de tonto de los medios que, y eso también es un detalle importante, han decidido que sus periodistas de Internacional solo informen de los países que están peor que España cuando, ahora, en mitad de una pandemia mundial, lo noticiable es el bienestar, “únicamente” cae un 12’4 %, una diferencia mínima respecto a España de 70.000 millones de euros -SETENTA MIL MILLONES DE EUROS-. En Francia la economía cae un 13’8% este trimestre y su nuevo Primer Ministro, Jean Castex, se presenta como el adalid de la desescalada. Dos países, Italia y Francia, que, como todo el mundo sabe, apenas reciben turistas. De Alemania ya ni hablamos. Parece que tratar a la población como adultos tiene recompensa. 10’1% de caída, poco menos de la mitad del español. El malvado Donald Trump, atacado por todo occidente, puesto en la picota por el establishment internacional rendido a los pies de una pirotécnica de la discriminación como Ocasio Cortez, solo cae el 9’8%. Un dato que los medios progobierno de coalición ya se han encargado de desdibujar haciendo creer a los lectores menos audaces que se trataba de una caída del 32’9% (la idea a transmitir es que le había ido peor que España por tener un confinamiento menos estricto), cuando, en realidad, estaba a la mitad que nuestro país. Quizá haya tenido que ver en algo de esto la gestión liberticida y atemorizante de un Gobierno inerme ante la realidad socioeconómica del país y que se permite que la radiotelevisión pública mienta de forma evidente con las gráficas sobre el desplome del PIB para dar la impresión de que Francia está peor que nosotros. Ya han rectificado. Tarde.
El resultado es desalentador. Mal en la economía y mal en la salud. Café con leche para todos y arrimarse a la ciencia solamente cuando conviene. Que, tal y como apareció en El Español la pasada semana, el 80% de los fallecidos sean mayores de 75 años, parece no importar ni para las estadísticas ni para las medidas que se podrían tomar. Café con leche para todos. Misma reclusión para todos. Cuando decían que venía un gobierno comunista no pensaba que se referían a esto. Unos debemos salvar el país y otros deben salvar la vida. Las ayudas deben ir en ese sentido. Realista, duro y coherente. Ahora después de los datos macroeconómicos comparados, los mismos que ponían el grito en el cielo cada vez que Madrid le pedía al “Comité De Expertos Que En Realidad Nunca Existió” pasar de fase, empiezan a señalar la crudeza del “confinamiento” (hay alergia a llamarlo por su verdadero nombre). Solo hacía falta dejar de pasear por las grandes avenidas de Arganzuela y Puerta de Toledo y mirar un poco a barrios de nivel medio como Ciudad Lineal. En la calle donde me crié de cinco comercios han quedado dos. La culpa es del turismo también pero ya he señalado previamente a Francia e Italia. La misma coherencia de la que carecen tanto el Presidente del Gobierno como los suyos estallando en una retórica triunfalista con aplausos coordinados a la vuelta de Bruselas en un tipo de demostración de afecto que solamente se recuerda en los niños mimados que son caricaturizados en ficciones como Charlie y la Fábrica de Chocolate. Recuerdo que todos, excepto el humilde Charlie, pasan por un momento en el que su altivez les sale cara. Empieza a ser sospechoso que en Europa seamos rara avis, el niño tonto de la clase de los empollones que se ve forzado a repetir curso una y otra vez. Cuando uno hablaba del descalabro de la economía española en marzo porque es autónomo y veía el tejido económico desmoronarse bajo sus pies, teletrabajadores y, sobre todo, funcionarios con el puesto asegurado hablaban de lo necesario de parar cuanto más mejor, sin darse cuenta de que quizá había que plantearse bajar de marcha. Y esto es así, porque como todo en la vida, cuanto mejor, más.
En cualquier organización y el Estado lo es -que los marxistas piensen en el Corte Inglés- es mucho más fácil señalarse entre iguales que subir al piso de arriba, cruzar un enorme despacho y criticar al jefe. Por eso ha nacido una cultura del señalamiento que también debería ser criticada por medios y políticos que se extiende por España a mucha más velocidad que el virus. El ocio nocturno un día, las playas otro, los trenes también. El mundo de los robots no ha llegado todavía y, por eso, un virus muy contagioso sigue siendo capaz de matar a muchísima gente. Sobre todo a población de riesgo. Asumamos la realidad y dejemos nosotros, en compensación, de intentar matar a Dios para suplantarle. Pensemos en quienes están mejor: Alemania, Suecia, Dinamarca,… Y seamos críticos de una vez con quienes nos han traído hasta aquí en lugar de serlo entre nosotros. Si no, en el mejor de los casos, acabaremos como Randal, de La Banda del Patio: chivatos y cómplices con el poder, que siempre está más a gusto si te callas.