La semana pasada muchos camioneros españoles echaron el freno de mano. Como se sabe, se produjeron varios incidentes violentos, seguidos de una negociación poco fructuosa. Finalmente se volvió a la normalidad, sin que las cosas hayan mejorado mucho para los transportistas. Eso sí, en prestigio, salen peor parados los sindicatos de clase.

Por aquello de anticiparme a la descalificación fácil, sí, en este texto se critica a los sindicatos. Eso no quita que quien escribe está afiliado a uno. Precisamente, por eso, me parece importante ser exigente con su funcionamiento.

“La semana pasada muchos camioneros españoles echaron el freno de mano”

Hace años que el sindicalismo en España atraviesa una profunda crisis de credibilidad. Sus últimos gestos no ayudan a mejorarla. Sin ir más lejos, durante la huelga del transporte, limitaron su participación pública a discutir si el parón era o no una auténtica huelga.

Entenderéis que, como aprendiz de académico, disfruto y no poco de los debates conceptuales y semánticos, pero cada cosa tiene su espacio. En política y vida social, aferrarse a los tecnicismos a menudo muestra cobardía.

“los sindicatos limitaron su participación pública a discutir si el parón era o no una auténtica huelga”

Sí, una huelga la hacen los trabajadores por cuenta ajena contra sus jefes. Los autónomos son trabajadores por cuenta propia, luego no hacen huelgas sino ceses o interrupciones de su actividad profesional. Bien, de acuerdo, no es una huelga. ¿Y? ¿Tampoco es de justicia social atender a sus reivindicaciones? Los problemas del pequeño empresario no son tan diferentes de los del trabajador y esta es una realidad que el sindicalismo tendría que empezar a asumir si no quiero morir de obsolescencia. Luego ya habría otros cambios que vendría bien, como la definición de sindicato mayoritario o la figura del liberado sindical.

Siempre que pregunto a mis alumnos de FP, cómo creen que un sindicato llega a ser mayoritario, me contestan: Supongo que por número de afiliados ¿no? ¡Una pena que la ley de libertad sindical no sea tan lógica!

“Los problemas del pequeño empresario no son tan diferentes de los del trabajador”

Cada cuatro años, se convocan elecciones en las empresas de más de 50 trabajadores, para elegir a sus representantes. Pese a que teóricamente cualquiera se puede presentar, en la práctica suele elegirse a quien está apoyado por un gran sindicato, gracias a los medios que tiene para la campaña. Esto significa que la mayoría de los electos -en unas elecciones con baja participación- militen en Comisiones Obreras, Unión General de Trabajadores o sindicatos con asentamiento en el sector. Así se decide si un sindicato es mayoritario, según cuántos representantes le están afiliados, no cuántos trabajadores.

De hecho, los sindicatos se niegan a facilitar su número de afiliados, pese a las subvenciones públicas que reciben. Alegan el miedo a represalias del patrón, pero eso no explica que no se facilite ni siquiera una cifra total de socios.

“decide si un sindicato es mayoritario, cuántos representantes le están afiliados, no cuántos trabajadores”

Por la misma lógica habría que revisar lo de los liberados sindicales. Cada representante de los trabajadores dispone de unas horas semanales para dedicar a sus tareas de revisión del estado de los derechos de los trabajadores. La empresa le debe pagar esas horas como si trabajara. Sin embargo, los sindicatos pueden acumularlas por empresas o sectores en uno o varios representantes. Así surgen los libertados que trabajan sólo para el sindicato, aunque mantienen su contrato en la empresa donde acumulan antigüedad. ¿Y por qué no se quejan las empresas? Porque a diferencia del representante que le dedica unas horas a la semana a los derechos de sus compañeros, al liberado no le paga la empresa, sino que está a sueldo del propio sindicato.

No hace falta decir que, en las directivas de los sindicatos, hay muchos favoritismos en esto de elegir quién será liberado y quien no. Es más, no es inusual que el liberado sindical se jubile sin volver nunca a su trabajo.

“no pensemos que sólo las asociaciones de trabajadores están desprestigiadas”

Todas estas cuestiones, así como una revisión de los planteamientos ideológicos profundos deberían revisarse. Aunque no pensemos que sólo las asociaciones de trabajadores están desprestigiadas. Muchas patronales, los sindicatos de los empresarios, no gozan en sus sectores de mejor prensa que los sindicatos entre los obreros.

Esto se ha visto en el parón de camioneros. Las patronales más representativas del sector se opusieron rotundamente al parón. Sin embargo, una pequeña asociación logró convocar a un gran número de transportistas que se sintieron más representados por ella que por sus teóricos representantes oficiales ante el gobierno. Por eso, su capacidad de convocatoria ha resultado tan abrumadora.

Esta situación es un problema clásico de la representación política. En Derecho se conocen tres clases de representantes: contractuales, tutelares y políticos.

“una pequeña asociación logró convocar a un gran número de transportistas”

Los primeros derivan de un acuerdo expreso para unas funciones variables. Quizás el mejor ejemplo sea un abogado en el juicio para con su cliente, pero hay muchos más. De hecho, de una manera algo distinta, cada trabajador “representa” a su empresa cuando actúa. La representación tutelar es la que se asigna a una persona que no puede tomar decisiones por sí misma sea por enfermedad o edad.

Mientras que el representante contractual recibe órdenes -más o menos concretas- de su representado y el tutelar debe ante todo velar por el bienestar de la persona a su cargo, encontrándose ambos sujetos a control judicial, la representación política no está sujeta a estos límites. Una vez elegido, el representante político es libre de actuar según su voluntad.

“la representación política deriva de una afirmación legal que encomienda un determinado poder a una o varias personas”

Como bien explicó Carré De Malberg, jurista francés de la tercera república, la representación política deriva de una afirmación legal que encomienda un determinado poder a una o varias personas. Por tanto, es más una fuente de legitimidad que un condicionante de conducta. Durante sus mandatos los representantes políticos sólo ejercen su propia voluntad, no la de sus representados, aunque necesitarán la confianza de estos en las próximas elecciones.

Para que este sistema de tenga éxito, da igual si es en el parlamento, en elecciones sindicales, municipales, patronales o en las primarias de un partido, son fundamentales tres cosas: a) la más importante es que el representante demuestre su utilidad para los representados; b) que tenga presentes los cambios de sensibilidad entre la mayoría de sus representados, sino le verán como un dictador temporal; y c) que el cargo no implique derechos o prerrogativas que se perciban como privilegios injustos.