Siempre me han gustado las resacas post electorales.

El modo en que ganadores y perdedores se autoalaban o justifican; las declaraciones altisonantes para no contestar preguntas directas; los sesudos discursos que los diferentes portavoces hacen y las dos promesas que nunca fallan la noche bruja del recuento electoral:

  • ¡No os vamos a defraudar, cumpliremos nuestra palabra!
  • ¡Hemos entendido el mensaje y mejoraremos para volver a tener vuestra confianza!

Frases perfectamente intercambiables entre los partidos y usadas, una u otra, según dicten las urnas.

 

Luego, los días siguientes, quienes pierden votos suelen ir desgranando otras particularidades. Aparecen las luchas internas, se diseccionan mensajes, se piden dimisiones y, sobre todo, se buscan tropiezos para evitar repetirlos.

Este punto es el verdaderamente interesante y el que pone al partido perdedor en el buen camino para volver a ilusionar al electorado.

Eso es lo que esperaba estos días por parte del PSOE. Un análisis crítico para enmendar lo torcido e incluso lo retorcido. No será así. La decisión del presidente de adelantar las elecciones ha amordazado al partido y finiquitado toda deliberación. Ante la llamada a rebato, no escucharemos la menor opinión, menos una queja, por parte de nadie. El cierre de filas es total porque, ya se sabe, el que se mueve no sale en la foto (Alfonso Guerra dixit).

Lo que no deja de ser triste.

Triste que nadie, ni por un momento, pregunte por qué lugares tan rojos como Vallecas -Puente y Pueblo- ahora son azules. Por qué se ha plantado a Muñoz, el alcalde sevillano, en la orillita del Guadalquivir como si fuese un tiesto más. Que nadie cuestione la razón por la que gente de todas las edades -incluidas personas con corazón socialista desde la primera vez que votamos- haya dado la espalda a ideas e ideales que el socialismo encarnaba.

Sea cual sea el resultado de la próxima convocatoria, la pérdida de oportunidad, ahora, es irreversible. La reflexión, esa preciosa joya intelectual que nos hace mejores si se hace bien, era necesaria. Desde la cúpula, pero también desde las bases, desde la calle, desde esas Juventudes, cada vez más tuteladas, desde barrios y campos.

Porque el análisis del secretario general -aplausos de quienes esperan seguir enchufados incluidos- deja mucho que desear visto desde fuera. Mucho.

No es fácil escuchar a Pedro Sánchez, reunido con su grupo parlamentario este 31 de mayo, explicar lo bien que lo ha hecho en la legislatura y explicitar las razones para convocar elecciones generales.

«Tomé la decisión con mi conciencia, tomé la decisión pensando en mis compañeros y en mis compañeras que han trabajado en los ayuntamientos, en las diputaciones, en los cabildos, en los consells, en las autonomías; en los compañeros que se han desvivido desde los gobiernos autonómicos, desde las asambleas y parlamentos autonómicos; tomé la decisión pensando en vosotros y en vuestro trabajo. Porque ningún líder que merezca serlo puede mirar para otro lado cuando los suyos sufren un castigo tan inmerecido y tan injusto como el que se ha sufrido».

Tal vez, sólo tal vez, el líder debería haber tomado la decisión pensando en la gente, en las españolas y españoles, en los viejos socialistas, en quienes votamos y en quienes no votan. Pero no. La tomó pensando en su clase política y eso, ojalá me equivoque, no son buenos cimientos para construir la casa de todos.

En todo caso, dicho queda para la historia.