En la inmortal novela de Cortázar, un personaje dice de otro que es de esos que “arma los líos y después los mira con el mismo aire de los cachorros cuando han hecho caca y se quedan contemplándola estupefactos”. Vivimos tiempos en que los políticos observan los problemas con una distancia semejante a la del espectador somnoliento en un cine deshabitado. Advierten de dificultades, como si todo lo humano le fuera ajeno, como si no estuvieran al frente de un país. Es lo contrario de un sentimiento trágico de la vida unamuniano. Se trata de la absolutización del escaqueo, un sentimiento postadolescente que indica que nada ni nadie te responsabilizará de los problemas porque los culpables son siempre los otros. Ellos nunca estuvieron allí. Pero cobraban como si hubieran estado.
«Alguien debería contarle a Sánchez que la coerción y represión de comportamientos incívicos son atributos centrales de la ley en una democracia»
Los datos de la epidemia en España son demoledores. Tenemos una de las tasas más altas de contagios por 100.00 habitantes y siempre hemos destacado en casos de personal sanitario. Al principio, los culpables fueron los ancianos por contagiarse y morirse. ¡Qué manera de fastidiar las estadísticas! Ahora son los jóvenes, que son unos irresponsables. No solo de resignación viven los electores y, de vez en cuando, hay que ofrecerles carnaza, especialmente si cuentas con un comité de expertos fantasma o les dijiste que el covid no suponía un riesgo grave. Las frustradas compras de mascarillas y la carencia de material para los sanitarios, junto con el abandono de las residencias de mayores, ya se han convenientemente olvidado. No es que neguemos la existencia de individuos a los que la salud pública les importa un comino, pero concentrar exclusivamente en ellos la responsabilidad del desaguisado resulta un tanto excesivo. Alguien debería contarle a Sánchez que la coerción y represión de comportamientos incívicos son atributos centrales de la ley en una democracia. Desgraciadamente, hace tiempo que en España se tiende a confundir el legítimo ejercicio de la autoridad con el autoritarismo. Reprimir la botellona, la quema de contenedores o un referéndum ilegal es de fachas. Aquí están los resultados.
Tenemos un gobierno peculiar. Es un ejecutivo campeón en número de cargos de libre designación. Su principal cometido es lanzar la piedrecita sobre la rayuela, a fin de que la opinión pública vaya detrás a la pata coja. Una de las últimas ocurrencias ha sido especialmente brillante: como la gestión es objetivamente desastrosa, traslademos a las comunidades autónomas el problema. Nosotros les ayudamos, colaboramos. Más o menos, como si Madrid les pillara tan cerca como Finlandia. Dejémosles jugar a reyes de estaditos. ¿No querían competencias? Qué eficiencia. ¿Y si los tribunales nos llevan la contraria? Para eso está el estado de alarma regionalizado. Aquí sí, aquí no. Y mañana, ya veremos. Eso no se le hubiera ocurrido a ningún alto funcionario del Estado, a los que marginan en beneficio del nombramiento a dedo, como denunció la Federación Española de Asociaciones de los Cuerpos Superiores de la Administración Civil del Estado. Mientras tanto, España continúa siendo uno de los pocos países europeos sin una evaluación independiente de la gestión de la pandemia.
«Tenemos un gobierno peculiar. Su principal cometido es lanzar la piedrecita sobre la rayuela, a fin de que la opinión pública vaya detrás a la pata coja»
No seamos tan malvados. No tenemos políticos mucho peores que otros países, como Gran Bretaña o EE.UU. Junto con la imprevisión, la ineptitud, la flagrante incompetencia y negligencia convivimos con un problema estructural añadido: las taifas autonómicas. Es justamente en estos momentos en que se hace patente el naufragio de un modelo irracional y caro. Hay ámbitos donde, desde la lealtad institucional, las autonomías pueden desarrollar un buen trabajo de servicio a la ciudadanía. Sin embargo, hay competencias como educación, seguridad o sanidad que deben estar en manos de un ente que centralice, planifique, ejecute y asuma responsabilidades. Lo que nos está mostrando el covid es que las costuras del modelo estatal saltan cuando hay un problema real y general, que precisa de una intervención coordinada, ordenada y constante. Lo que no puede ser es que el gobierno central ofrezca rastreadores del ejército y una comunidad con muertos diarios por covid se niegue porque su fin único es la independencia. O que en una comunidad la seguridad se establezca en dos metros, en otra se prohíban las reuniones de seis, en otra de siete y así. Causa pavor oír a responsables (sic) autonómicos cargar a sus vecinos con bombas víricas radiactivas o analizar la forma irresponsable en que se privatizó, alegre o lucrativamente, la atención a nuestros mayores. Los recortes sanitarios perpetrados por PP, PSOE y nacionalistas les han explotado en plena pandemia. Ayer no querían a los madrileños en Valencia, mañana les tocará a los navarros o a los catalanes y puede que en un mes a los andaluces. Seamos serios: ¿comprenden los políticos que se les paga para resolver problemas, no para crearlos? Como señaló la OMS, cuando gobiernos difieren, la gente muere.
Dice Sánchez que “salimos más fuertes”. Barbara Ehrenreich en su magnífico libro sobre el pensamiento positivo nos contó que algunos de los regímenes más despiadados y autoritarios del mundo han exigido de sus súbditos un optimismo irredento y un constante buen humor. El problema de la psicología positiva es la realidad. Cuando la gente pierde a seres queridos, su trabajo o su negocio no suele tener el mismo efecto. España se encamina hacia una crisis socioeconómica profunda, como parecen alertar organismos internacionales. Al poder, solo le queda que jueguen a la rayuela un día tras otro viendo la tele.