Desde la época sumeria, allá por el siglo XXIII a. C., el afán de dominar a propios y extraños ha formado parte sustancial de la historia. Dictadores, sátrapas, tiranos o autócratas han ido fundando imperios para mayor gloria de su persona, su linaje o sus creencias.

Vladímir Vladímirovich Putin es otro más y nada de novedoso tiene su sed de honores y poder.

Desde Ciro II el Grande hasta Adolf Hitler, hay toda una larga lista de ególatras dispuestos a dejar su nombre grabado, en la memoria de los hombres, con la sangre de los vencidos. Y, de paso, educar a sus súbditos en su cosmogonía personal y sus valores. Así, nos cuentan que actúan para traer el bien, para liberar pueblos, para evangelizar almas, para modernizar estados… o para desnazificar un país, como nos han explicado últimamente.

El que fuera director del Servicio Federal de Seguridad de la Federación de Rusia, organización sucesora del KGB, dirige hoy un imperio económico, energético y nuclear que le permite aspirar a un absolutismo en el que él sea un zar redivivo en toda su pompa y autoridad.

Hay quien dice que Yedínaya Rossíya (Rusia Unida, el partido político de Putin) inspira su ideología, como si a él le fuese aplicable la perspectiva de asignar personas a posiciones políticas concretas. Para nada. Es todo más simple. Putin solo tiene una doctrina y unos principios: primero yo, segundo yo y, por si hay dudas, en todo lo demás también yo.

Al presidente ruso lo hemos visto mostrando tanto músculos y armas como desprecio a mujeres y gais. Es un pura sangre populista que reúne en su persona las características esenciales de la macho-politics, pues no otra cosa es su forma extrema de narcisismo, la exhibición jactanciosa de su masculinidad y su discurso sexista, misógino y homófobo.

No estamos en presencia de una guerra, sino de una invasión. La de Ucrania. Pero, cuando controle ese país, ¿qué le impedirá seguir avanzando? Ya ha avisado a otros gobiernos que deben ser sumisos o, de lo contrario, sentirán su rigor. Él, cómo ser más poderoso, ha decidido dictar la política de otros estados y, si se niegan… bueno, Ucrania es un buen ejemplo de lo que puede pasar.

Pensar que Putin se detendrá motu proprio me parece ingenuo. Ha dado el primer golpe; está viendo las ondas expansivas que genera y, en función de ese análisis, decidirá dónde golpeará a continuación.

Ni politólogo, ni analista, ni experto en geopolítica u otras artes similares. Nada de eso soy y ojalá me equivoque. Ojalá la muerte y la destrucción terminen en un suspiro, ojalá no sea una agresión como tantas otras que ha conocido la humanidad. Pero me temo que la megalomanía del personaje no tiene ya freno alguno y la sangre correrá generosa. Porque la sangre del débil siempre es derramada generosamente por el fuerte.

Los imperios se construyen sobre los cuerpos de los vencidos y, hoy, siglos y siglos de historia contemplan asombrados como ese axioma sigue igual de presente que ayer

Enciendo el televisor. Las noticias, las imágenes, el dolor se extienden desde la pantalla por todo el cuarto. Más allá de los miles de adultos, nos cuentan que han muerto al menos 20 niños, que los hospitales pediátricos son zulos, que los chiquillos ucranianos se desangran

¿Cuántas vidas hará falta destruir para que Putin I vea satisfechas sus ansias de inmortalidad?