Desde la Revolución de los Tejanos en 2006, multitudinarias manifestaciones protestan por fraude tras cada elección presidencial en Bielorrusia. No es que los comicios anteriores hubiesen sido demasiado limpios, pero aquel año el país era un polvorín. Las protestas ya habían empezado en septiembre de 2005, cuando se dio carpetazo a la investigación del caso de Viktar Hanchar. En 1999 este líder opositor desapareció sin dejar rastro. Hasta hoy nada se sabe, aunque se cree que fue secuestrado y luego asesinado por la policía secreta o por paramilitares leales al Presidente Lukashenko. Así que cuando el 19 de marzo se anunciaron los resultados electorales, 10.000 personas tomaron la Plaza de Octubre en Minsk y acamparon en ella. Sí, los bielorrusos inauguraron el movimiento de los indignados mucho antes que cualquier otro país europeo.

El gobierno dejó pasar unos días, para que el frío y el cansancio redujeran el número de manifestantes. Cuando el 24 de marzo sólo quedan unas doscientas personas, la prensa fue desalojada del lugar y los concetrados brutalmente dispersados por la policía antidisturbios. Este espectáculo se ha repetido en cada reelección presidencia, en 2010, en 2015 y en 2020.

«Lo que sí recogen las leyes bielorrusas es el trabajo forzado. También es el último país de Europa que mantiene activa la pena de muerte»

Siempre termina igual: centenares de detenidos. Los candidatos opositores a la presencia suelen estar entre ellos, junto a reputados activistas pro DDHH. La tortura es frecuente, si bien, esta no se reconoce por el gobierno. Lo que sí recogen las leyes bielorrusas es el trabajo forzado. También es el último país de Europa que mantiene activa la pena de muerte –Rusia no ejecuta a nadie desde hace 10 años.

La justicia penal bielorrusa está a prueba de colapso. En pocos días, incluso horas, puede sentenciar a cientos de manifestantes. Si se sigue el patrón de años anteriores, veremos que la mayoría de penas no son especialmente altas, entre una quincena y un par de meses en prisión y trabajos forzados. A continuación, habrá un grupo reducido con penas más severas, en torno a un año o dos. Los líderes y cabecillas visibles de las manifestaciones recibirán penas mucho más ejemplares, de hasta quince años de cárcel con trabajos forzados.

En cuanto a los líderes políticos, según su importancia y popularidad, pueden ir a la cárcel o pasar un tiempo en arresto domiciliario. A los rivales más destacados del Presidente, los que le suponen una amenaza real, no es raro que se les condene a penas de 5 años o un poco más. Esa cifra está perversamente calculada: por una parte se asegura que estén en la cárcel en las siguientes elecciones, para que no vuelvan a presentarse; además, se evita o se quita protagonismo a su condición de mártir, pues nunca padecen las penas más elevadas entre los condenados. Por el mismo motivo, no es inusual que Lukashenko les indulte.

No pensemos que la represión empieza después de la campaña. El clima de amenazas y agresividad contra los candidatos no conoce límites. Bien lo sabe Andréi Sánnikov, candidato más popular de la oposición en diciembre de 2010. Tres meses antes de los comicios, a principios de septiembre, su secretaria de prensa apareció ahorcada.

«No pensemos que la represión empieza después de la campaña. El clima de amenazas y agresividad contra los candidatos no conoce límites»

La historia de los bielorrusos nunca ha sido fácil. Como grupo étnico-lingüístico, este pueblo eslavo sufrió la represión bajo el zarismo que intentó “rusificar” a las distintas minorías del Imperio, en especial a las de Europa.

En marzo de 1918, Lenin autorizó la firma de un armisticio con Alemania en la ciudad bielorrusa de Brest-Litovsk. Rusia abandonaba así la Primera Guerra Mundial. Entre otras previsiones, el Káiser exigió la creación de una serie de Estados a modo de separador entre la nueva Unión Soviética y los Imperios Centrales. Entre ellos, Polonia, Estonia, Letonia, Lituania, Ucrania y Bielorrusia.

Si Alemania no hubiera sido derrotada en noviembre de ese mismo año, estos países se hubiesen convertido en satélites bajo su influencia. Sin embargo, con el desmoronamiento de los Imperios Centrales, Lenin no dudó en tratar de recuperar los territorios independizados. Los países bálticos y Polonia resistieron, menos suerte tuvieron Ucrania y Bielorrusia. El órgano parlamentario constituyente de la República Nacional Bielorrusa, la Rada, marchó al exilio.

Nunca sabremos cómo hubiese sido esa Bielorrusia brevemente independiente, pero hay que reconocerle que quiso integrar a todos los grupos étnicos. A diferencia de los otros países, cuyo nacionalismo reprodujo la opresión rusa contra sus minorías, la Rada otorgó 15 asientos a los líderes de las comunidades no bielorrusas, polacos, rusos y judíos. El nuevo Estado no aspiraba a tomarse la revancha contra los rusos, ni a abrazar el fuerte antisemitismo que imperaba en la Europa del este.

En los primeros años, la Rada se quedó en Europa, pero tras la Segunda Guerra Mundial cruzó el Atlántico. A día de hoy se encuentra en Nueva York y la preside la filóloga y pintora, Ivonka Survilla.

Los bielorrusos sufrieron con particular dureza las purgas stalinistas. No obstante, tras la Segunda Guerra Mundial, pese a ser parte de la URSS, Stalin insistió en que Bielorrusia y Ucrania entraran en la ONU como países con voto propio. De ese modo ganaba dos votos más para el bloque soviético. Con el fin de la Guerra Fría, Bielorrusia y Ucrania se escindieron de Rusia en unos términos mucho más amistosos que otros países, firmando el Tratado de Belavezha (1991) que daba lugar a una confederación de Estados independientes.

«En 1994 el país convocó sus primeras elecciones, en las que resultó vencedor en segunda vuelta, Aleksandr Lukashenko»

En 1994 el país convocó sus primeras elecciones, en las que resultó vencedor en segunda vuelta, Aleksandr Lukashenko. Este antiguo militar, que había servido en el ejército de fronteras soviético, supo capitalizar el haber sido el único diputado del Consejo Supremo bielorruso en votar contra la disolución de la URSS y su papel en el comité parlamentario de anti-corrupción. Los primero le granjeó las simpatías de la minoría rusa y los comunistas, lo que aseguró su 45% de votos inicial en la primera vuelta. Su fama de hombre duro contra la corrupción, la garantizó la victoria por un 80% en la segunda vuelta.

No son pocos los historiadores y expertos que acusan a Lukashenko se haberse servido del malestar contra la corrupción para sus propios fines políticos. Desde el comité parlamentario acusó de corrupción a Satanislav Shuskevich, Presidente del Soviet Bielorruso y Jefe de Estado Provisional, así como a su Primer Ministro, Vyacheslav Kebich. Pese a que los cargos nunca se probaron, Shushkevich acabó dimitiendo, con lo que desapareció de escena un comunista reformista, igual que Lukashenko, pero mucho más conocido y popular que él, en otras palabras, un previsible vencedor de las presidenciales.

Una vez en el poder, Lukashenko mantuvo como símbolos oficiales el escudo y enseñas propios de la era soviética. Toda una declaración de principios. Sólo cambio la bandera roja. Sin embargo, la gente se identificaba con la bandera roja y blanca y el estandarte del caballero blanco, símbolos bielorrusos tradicionales. Si bien introdujo cierta liberalización, en la práctica se preservan las líneas maestras de la economía soviética, incluyendo que los parados sean obligados a trabajar forzosamente, por lo general, en el sector agrícola y sin paga.

«A nivel internacional, ha practicado el aislacionismo. Es el único país de Europa que no reconoce la jurisdicción del Tribunal Europeo de DDHH»

A nivel internacional, ha practicado el aislacionismo. Es el único país de Europa que no reconoce la jurisdicción del Tribunal Europeo de DDHH. Incluso ha cedido a Rusia la representación de su país en muchos países y organismos internacionales. Tras un cuarto de siglo en el poder, su dependencia económica de Moscú es absoluta. Esto no le impide, de vez en cuando, agitar el nacionalismo quejándose de que Rusia no siempre trata con justicia a la pobre Bielorrusia. Puro teatro.

Sin lugar a dudas, merece el calificativo de gobernante autoritario y dictador. El parlamento es poco más que una escenografía donde se ejecutan sus órdenes y se reúne el mínimo tiempo posible, a lo largo de sus legislaturas. Se rumorea que le sucederá en el poder su hijo menor, su favorito, que de niño se paseaba en público con uniforme y pistola en mano.

¿Habría perdido unas elecciones limpias? Hum… desde luego no las habría ganado por el 80% en primera vuelta, como viene haciendo después de 1994. Es verdad que Lukashenko sigue siendo popular en muchas capas de la población. Ahora bien, mientras que en 2010 y 2015 no es fácil aventurar un pronóstico, en esta ocasión parece bastante seguro que hubiese sido derrotado, al menos en la segunda vuelta.

«¿Habría perdido unas elecciones limpias? Hum… desde luego no las habría ganado por el 80% en primera vuelta, como viene haciendo después de 1994»

Sviatlana Tsikhanouskaya habría sido la previsible vencedora. Esposa del youtuber y activista, Siarhei Tsikhanouski, se involucró en política cuando su marido fue arrestado el 29 de mayo, previsiblemente para vetar su participación en las elecciones. Sin apenas experiencia, esta profesora e intérprete de inglés logró agrupar a casi toda la oposición en una plataforma con una única promesa: ella no quiere ser presidenta, si ganaba, dimitiría para supervisar la convocatoria de unas elecciones libres. Ojalá algún día ella u otra persona pueda hacerlo.