La gran polémica de los Sanfermines de este año es que ya no muere nadie. Ni siquiera
una mísera cornada. Nada. Res.
Los que vamos alguna vez a Pamplona la segunda semana de julio lo hacemos por dos grandes motivos: los toros y la fiesta, que no son de ningún modo excluyentes, como
bien saben los que leen a Hemingway y mi amigo Álvaro Rebollo.
En el encierro del jueves, después de que los cuatro primeros se saldaran con tiempos récord por lo breves y con los corredores indignados porque no le podían seguir el ritmo a los animales y ‘coger toro’ se organizó una sentada a modo de protesta: “Estos no son nuestros encierros, ahora las calles tienen antideslizante y los toros llegan en perfectas condiciones a la plaza”.
El mismo jueves el encierro fue diferente, menos perfecto. Con solo cambiar dos de los cabestros entrenados para llevar a la manada a buen puerto se notó que el caos estaba
más cerca. Un gesto de cara a la galería. Una irresponsabilidad.
Que los encierros sean largos y emocionantes solo favorece a los corredores a los que un
toro no les pisotea -en el mejor de los casos- o les empitona -si tienen mala suerte- y a los
que los vemos café en mano en casa. Ni los ganaderos quieren perder un toro por accidente ni fama en el ruedo. Las malas noticias solo le vienen bien a los que no tienen nada que perder.
Viendo el encierro de esa mañana me acordé del larguísimo proceso de no negociación
en el que están metidos el Presidente del Gobierno en funciones con Podemos. Pedro
Sánchez que si fue una vez corredor ya no se acuerda (el amor al dinero y al poder es
mayor que el amor a los toros, o a lo que sea, casi siempre) mira para sí como los
ganaderos en Sanfermines. Iglesias quiere hacer el papel de corredor indignado: “las negociaciones ya no son como antes”. Nadie quiere poner en riesgo su imagen, la
cuestión está en si son conscientes de lo que hay después del espejo.
Sánchez e Iglesias están tan pendientes de lo que pueden y pudieron ser que se olvidan de lo que realmente levanta los encierros, la fiesta y el país. Por mucho que la gente proteste no se puede repetir un encierro; si acaso se hace mejor mañana. Podrían aplicarse el cuento nuestros políticos. Sobre todo porque parece que no pueden ver el toro corriendo animal hacia ellos.