Un breve repaso para entrar en antecedentes: En la Región de Murcia, Comunidad Autónoma con un Gobierno de coalición de PP y Ciudadanos con Vox apoyando desde fuera, igual que en Madrid o Andalucía, se ha aprobado en el Parlamento Autonómico la propuesta del llamado “Pin Parental”, que no es otra cosa (los nombres más modernos suelen tener detrás las ideas más simples) que una medida que busca que los padres tengan que aceptar o rechazar las actividades extracurriculares que sus hijos reciben en la escuela. A saber: obras de teatro, charlas sobre sexualidad, reciclaje, seguridad vial, etc.
En este caso concreto el “Pin Parental” ha saltado a la palestra por una supuesta proliferación de charlas de educación sexual que, de acuerdo con Vox y el resto de partidos del espectro diestro del entorno político nacional y murciano, sirven para trasladarle a los más pequeños una serie de ideas propias de la “doctrina progre” que atacan la inocencia natural de los niños con charlas acerca de temas como la masturbación o las diferentes opciones e inclinaciones sexuales.
Como lleva unos días advirtiendo el periodista Enric Juliana, parece que la guerra cultural va a ser uno de los pilares sobre los que se construya el nuevo momentum político actual con el gobierno nacional formado por PSOE y Podemos y una derecha en estado de shock y herida en lo moral por haber perdido un poder que parece pertenecerles de forma natural. En este caso, la promoción en Murcia de este “Pin Parental” se convierte en una de las primeras ofensivas de la derecha contra el recién formado Gobierno y las políticas progresistas o “progres» (la denominación va al gusto del consumidor) que puedan venir desde ahí.
Y es que parece mentira que lo más cercano que tenemos los españoles al conservadurismo político haya caído, al lanzar y apoyar este tipo de propuestas, en lo que precisamente este conservadurismo debería centrarse en rechazar: la deriva, ya pos-posmoderna, del pensamiento social y político impulsado por el neoliberalismo para hacerse con la hegemonía ideológica de Occidente.
El “Pin Parental” es, en clave de las derechas, lo mismo que las políticas identitarias provenientes de los Estudios Culturales promovidos desde las Universidades norteamericanas desde el último tercio del siglo XX. Esto no es otra cosa que aún más neoliberalización de la sociedad. El “Pin Parental” es un intento pobre de ganar la guerra cultural por parte de la derecha utilizando las armas del enemigo.
Desde los medios de comunicación, think tanks y colectivos sociales en los últimos años se ha promulgado la idea de que cada uno de nosotros, ciudadanos, somos seres individuales con infinidad de particularidades que nos hacen (ojo con el infantilismo) “especiales” y, por lo tanto, incapaces de pertenecer a un colectivo (de esto, entre otras cosas, escribe Daniel Bernabé en ‘La Trampa de la Diversidad’) y mucho menos de identificarnos con instituciones que sustentan al individuo y que hacen que tenga un apoyo fuera de la competencia social, económica y cultural que promulga el libremercado, como la Familia (por decir algo tradicionalmente de derechas) o la Clase Social (por hacer lo propio con las izquierdas). Ahora la nueva extrema derecha y quienes le compran el discurso se suman con sus propios mantras a la moda de las identidades y las diferencias. A partir de ahora, y si esta iniciativa cuaja en el imaginario colectivo, ya desde la escuela, los niños y niñas podrían no tener una base conjunta a nivel de contenidos o a nivel cultural y serán, cada uno de ellos, esos “copos de nieve” únicos y especiales de los que hablaba Brad Pitt en ‘El Club de la Lucha’. Especiales, claro está, sin hacer nada para demostrarlo, por el mero hecho de ser, creando así una generación -o varias- de hombres y mujeres incapaces de pensar en el grupo, en la tribu, y, por lo tanto, incapaces de acercarse y de ver lugares comunes con quien difiera con ellos demasiado en cuanto a forma de pensar, origen y una larga serie de etcéteras que significarán un lamentable enconamiento de las diferencias sociales que, en el peor de los casos, creará una generación de sociópatas viviendo en pisos-célula para una sola persona.
En esos pisos unipersonales (no se rían, miren cómo vive la gente en Japón o en ciertas zonas de Nueva York), y debido a la personalización de la experiencia que promueven las redes sociales gracias a la cual acabamos recibiendo información y actualizaciones de aquellos que piensan como nosotros en un ciclo infernal de retroalimentación del ego y de nuestras convicciones políticas y morales. Ligaremos -ya lo hacen- haciendo scroll en una pantalla de móvil cada vez más grande y deslizando para marcar sí o no en base a unas fotos con filtros que desfiguran nuestra verdadera cara mientras pedimos comida a domicilio a trabajadores explotados que se mueven por la ciudad, eso sí, en bicicleta, para no contaminar. En el caso de que uno de esos experimentos salga bien y te acuestes con alguien y tengas un hijo, como trabajamos de ocho de la mañana a siete de la tarde, cuando consigues salir de tu cubículo del co-working de tu start-up, llegas al colegio a recoger a tu hijo de una actividad extraescolar que pagas a modo de canguro y, así, los únicos 45 minutos que tienes para pensar a lo largo del día, los pasas configurando tu Pin Parental para regular lo que tu hijo ve o no en el colegio, porque tú ya no tienes tiempo para educarle ni para contarle tu versión de la sexualidad, el onanismo o el contenedor amarillo, así que firmas NO en esa charla sobre la homosexualidad que tanto te perturba. Y como Dios. A seguir haciendo scroll por Netflix.
Volviendo al presente, dejando atrás el Apocalipsis que se nos viene (si es que no está aquí ya), y al Pin Parental, se (me) hace dolorosísimo ver como ya todos los partidos del espectro político español tienen una concepción negativa del Estado liberal -y Social y de Derecho- que nos trajo la Ilustración, así como de las certezas y valores que sirven para construir una sociedad de ciudadanos que compartan alguna premisa básica acerca de algo. Certezas que, en el día de mañana -o de hoy- les hagan sentirse parte de un proyecto común que, en este caso, el de las derechas que están con el Pin Parental, deben asumir por otro lado por la inviolable unidad nacional, único mantra inviolable de la modernidad moribunda que tantas alegrías nos dio y que tan mal estamos tratando.