¡GUAU! ¡GUAY! Esa es Greta Thunberg terminando de surcar el Oceáno Atlantico en La Vagabonde, el catamarán de una familia de youtubers. Del mismo modo que los colonos lo surcaron en la dirección contraria hace 500 o 400 años ahora la joven Greta viaja firme y alimentando su determinación a cada milla que recorre. A su llegada a Lisboa la gente se alborota con su presencia. Le entregan un reloj de arena verde que ella sostiene con la cautela del escéptico (¿estará hecho de plástico?) en lo que es una finísima metáfora acerca del breve tiempo que el planeta tiene para salvarse de nosotros, los humanos. ¡GRETA! La adolescente sueca que con tan solo 15 años dejó de ir los viernes a la escuela y, de repente (JA), empezó a recibir atención de los medios de comunicación de los medios de producción de los mediosubnormales que se adhieren o rechazan sin pensarlo dos veces (a) la última causa en llegar a sus oídos y que, por tanto, se configuran como los cazadores de tendencias más concienzudos de cualquier disciplina actual, una versión aún más politizada de esos especímenes de clase media baja (como usted y yo) que superponen añaden e integran combinaciones de los últimos diseños de las últimas prendas de las falsificaciones de las últimas marcas de moda en un esfuerzo inútil para convertirse en algo más que -Yung Beef dixit- espantapájaros vestidos de Kanye West. Es esta misma falsedad la que enarbolan los activistas que se congregaban hace años por el deterioro de las pensiones, el Brexit o el empoderamiento femenino, como si de Carmen Lomana ante las tiendas de Prada, Givenchy o Loewe se tratase, acumulando manifestaciones y empresas imposibles u obvias a sus espaldas en un delirio cuasi adolescente que, en cambio, conecta perfectamente con una ¡GRETA! cuyos padres ya están entrenando a su hermana pequeña para que se convierta en la ¡GRETA! del feminismo.

Dos causas tan necesarias y tan nobles como el feminismo y la lucha contra el cambio climático que se vuelven grises e inquietantes viendo el circo que hay montado a su alrededor, que han entrado en el juego de las campañas mediáticas de bajo nivel y altos vuelos en cuanto a repercusión -líderes, SÍ, emotivos y emocionales- y que tienen una intención polarizante, como las religiones en su primeras fases. Mientras que el feminismo cree en una suerte de politeísmo donde las activistas se erigen como representantes de cada uno de los temas a tratar, el cambio climático se ha pasado al monoteísmo de raíces cristianas para hacer de GRETA la mesías de los icebergs. Unas actitudes pre-republicanas, pre-Revolución Francesa y pre-modernas.

Se acerca la Navidad y con ella una liturgia cristiana que nos lleva acompañando durante muchísimos siglos: Cristo nace, todo el mundo corre a verlo, le llevan ofrendas, los reyes magos de oriente le llevan oroinciensoymirra….¡GRETA! (Oh, gracias), o sus padres, han estudiado al dedillo el Manual de Movimientos Fervorosos y de Adoración, que tan bien han aplicado líderes de sectas, políticos y, en definitiva, mesías de todo tipo a lo largo de la historia. El retiro de cuarenta días en el desierto de Jesucristo de acuerdo a la tradición cristiana en el que se enfrentó a la tentación y la venció para salir de esa experiencia renovado y poder empezar a predicar la palabra de Dios, su padre, al mundo, se parece demasiado a los veintiún días que Greta Thunberg ha tenido que pasar en el catamarán, alejada de las tentaciones de la contaminación, viajando de la manera más ecológica posible gracias a los recursos que se le ofrecen por ser ¡ah! la mesías que tanto necesitábamos. Del mismo modo, la adoración que ha recibido ¡GRETA! al llegar a la península, nos lleva directamente a la del Jesús niño que se representa en obras teatrales en muchos de los colegios de España en estas fechas, con el odio consecuente de los Pilatos de turno que quieren acabar con ella a toda costa sin tener ningún argumento más allá del odio.

Es interesante cómo desde los medios y en la calle confundimos constantemente a los agitadores con los constructores de movimientos. Greta no es más que una de esas agitadoras, un títere útil: menor de edad, mujer, trastornos mentales, blanca, agradable, desagradable. Quienes están construyendo el mensaje no aparecerán en ningún informativo ni los rodearán miles de periodistas. Son los que intentaron aupar a Íñigo Errejón como líder verde español y fracasaron y salieron indemnes.

El trilladísimo argumento según el cual tenemos que perdonarle a ¡GRETA! y a quien sea que salta a la palestra con actitud bienintencionada todas sus contradicciones y absurdeces, blandido por aquellos gurús del mensaje que creen que por estar “del lado correcto de la historia” (lamentable expresión) tienen inmunidad y se convierten en intelectuales y personajes de referencia en el debate público y que solo quieren micrófonos donde expresar sus ideas para que todos las aplaudamos. En el caso de Greta Thunberg ella está expiada de todo esto al ser menor de edad (el viernes escuchaba a los de Mongolia decir algo parecido a “Es una chica de dieciséis años ¡no una niña!”) (Perdona, ¡GRETA!) (Solo cierto tipo de persona inclasificable ¿inmadura? ¿ridícula? ¿tragicómica? ¿brillante? puede mirar desde la edad adulta a su adolescencia o a las de los demás con adulación ideológica).

El mayor problema y volvemos a la religión y a convertir la política y los movimientos sociales en un asunto de fe y no de razón y quizá la mayor muestra de que los ciudadanos solo estamos preparados a medias para asumir una concepción madura de la política basada en argumentos e ideas y exposiciones y debate parlamentario, y es que  preferimos a todas luces seguir adulando y postrándonos ante falsos ídolos que tan pronto como aparecieron desaparecerán ¡¡¡¡quizá malogrados!!! para pasar a la irrelevancia de la que ¡¡¡¡¡quizá!!!! nunca debieron salir.