“El mundo de las palabras fue para él un motivo de ansiedad constante”, escribe Wayne Koestenbaum en la biografía de Andy Warhol. Por ello no sorprende que la cita más famosa que se atribuye al pope del pop no fuera, de hecho, suya. Warhol nunca dijo ni escribió “En el futuro todo el mundo será famoso durante 15 minutos”. De hecho, la frase la escribió el marchante sueco Pontus Hultén, entonces director del Museo de Arte Moderno de Estocolmo, para el programa de una exposición warholiana en 1968. Entrecomillada, se le adjudicó a Warhol, que jamás negó ser su padre.

Treinta años después, Internet acabó con la supremacía mundial de los grandes medios de comunicación. Al desaparecer el público cautivo, la fama se desmenuzó en cientos de miles de “mini-famas” más o menos efímeras, más o menos locales, más o menos merecidas. O nada merecidas. Y ahí reaparece el hechizo de la frase espuria de Warhol, que nació cuando Hultén instó al redactor del folleto museístico: “Pon que es suya. Lo podía haber dicho perfectamente”.

«El macarrismo sobreactuado que practica Pedro Sánchez está haciendo del PSOE un partido muy pequeño, casi una miniatura de coleccionista»

El maleficio warholiano lo encarna medio siglo después el presidente socialista Pedro Sánchez, aferrado a sus 15 minutos de fama como un tigre con una pelota mordisqueada entre las fauces. Bajo su mando renquea un partido socialista muerto viviente, cuyos homólogos europeos finiquitaron o implosionaron hace años. Ambos, Sánchez y su PSOE, imponen a España sus quince agónicos minutos de protagonismo, como un fotograma que amarillea por los bordes antes de arder y quedarse atascado en la pantalla.

Si España fuese un país europeo de este siglo, la izquierda nacional sería un proyecto socialdemócrata respetado en todo Occidente y ejemplarizante para América Latina. El macarrismo sobreactuado que practica Pedro Sánchez está haciendo del PSOE un partido muy pequeño, casi una miniatura de coleccionista. Donde debiera estar esa izquierda contemporánea modélica, propia de una democracia joven y rozagante, en España hay un espacio disponible (que el inútil partido Ciudadanos ni supo ni quiso ocupar).

La historia de Occidente nos demuestra que las democracias clásicas han sobrevivido, en buena parte, porque sus gentes van actualizando de manera consensuada los contratos sociales que son sus constituciones. Esto no puede suceder sin una retroalimentación en tiempo real sobre los éxitos y los fracasos del país, mediante un diálogo nacional respetuoso y fructífero, con el bien común como único objetivo. Una democracia merecedora del nombre supone unas instituciones fuertes, una separación de poderes con una mecánica propia, unos medios de comunicación libres, una sociedad civil activa, unos binomios patronales-laborales empáticos.

Nada de esto aplica en España, porque cada vez que llega la izquierda al poder, el país se embarranca en un simulacro salvapatrias de revolución de hojalata, puño en alto y sin proyecto político alguno. Solo una población voluble como la española es capaz de tragarse todavía la sambumbia de esta izquierda apolillada y pasé, como paga religiosamente por ver el cine francés creyendo que aún es la Nouvelle Vague.

Podría alegarse aquí que el hundimiento de la izquierda es un proceso global. Y que la vieja socialdemocracia europea vivió sus mejores tiempos antes de hacer realidad sus sueños. Y que sufrimos las secuelas del Crash de 2008, la peor crisis económica desde la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, mientras Occidente se resquebraja por las flaquezas identitarias y culturalas.

Pero ¿alguien imagina al izquierdista Biden poniendo en duda que Estados Unidos sea una nación, bramando todos los días que el Partido Republicano es un peligro nacional y apoyando públicamente la independencia de California? Cuarenta y ocho horas antes de las elecciones generales, tal vez no haya en todo el planeta un gobernante que personifique la decadencia de la izquierda occidental como lo hace nuestro Pedro Sánchez.

«En su insoportable levedad del ser, Pedro Sánchez es esa polilla que revolotea en torno a la lámpara, dándose golpetazos ciegos contra la pantalla»

En su insoportable levedad del ser, Pedro Sánchez es esa polilla que revolotea en torno a la lámpara, dándose golpetazos ciegos contra la pantalla. Es presidente porque como decía John Adams, nadie sabe asesinarse a sí misma como una democracia. Pronto sabremos si este deepfake sanchista sigue troleando la presidencia de España o si por fin regresa a su lugar de origen: el anonimato del diputado socialista invisible. Pase lo que pase el domingo, los 15 minutos de fama del sanchismo son ya los más largos de la historia.