La religión teísta ya no ejerce tanto poder sobre los hombres y las mujeres como antaño, al menos en nuestro primer mundo. Precisamente por eso, muchos de estos hombres y mujeres necesitan una estructura religiosa para sobrevivir, demandan el dogma y la fe para sentir que tienen el control de la situación, del mundo, de sí mismos. Los siglos XIX y XX fueron testigos de los partos de múltiples religiones laicas, estructuras de pensamiento que sustituían a las religiones clásicas para seguir ejerciendo la misma función que éstas.

Lo ocurrido con la charla sobre trabajo sexual en la Universidad de A Coruña es un buen ejemplo de ello. Es un ejemplo prototípico de pensamiento religioso de toda la vida llevado a un supuesto marco teórico de progreso, que no es tal. Vaya por delante que no tengo una posición definida sobre el fondo de la cuestión, más allá de mi condena firme y explícita de la trata y la explotación sexual. No he estudiado suficiente el tema como para poder argumentar una posición más o menos rotunda al respecto de la abolición o de la despenalización. Pero, por lo visto, lo primero que causó el cisma fue el término de “trabajo sexual”. El término llevó a los guardianes y guardianas de las esencias a acusar de herejía a la Universidad de A Coruña (lo que pasa siempre con las religiones).

Pero vayamos por partes. El Informe GRETA (Grupo de Expertos contra la Trata de Seres Humanos del Consejo de Europa) ya dejó claro que “trata de seres humanos y prostitución no es lo mismo” y que “hay que enfocar la lucha contra la trata desde los derechos humanos de las víctimas”. Por otra parte, ONU Mujeres se pronunció al respecto afirmando que “considerar que son una y la misma cosa el trabajo sexual consensuado y la trata sexual lleva a respuestas inadecuadas que no logran ayudar a los trabajadores y las trabajadoras sexuales y a las víctimas de trata en la consecución de sus derechos”, entre otras cuestiones. Asimismo, Amnistía Internacional también tiene una postura favorable a la despenalización del trabajo sexual, igual que Human Rights Watch o la Asociación Pro Derechos Humanos de España. Por tanto, estaría bien puntualizar que el término “trabajo sexual” no surge de un malvado lobby proxeneta, sino que surge del ámbito de los Derechos Humanos para, precisamente, separarlo de la trata y poder establecer protocolos más efectivos y contundentes para perseguir a proxenetas y erradicar la trata de personas con fines de explotación sexual.

Pero esto parece no importarle a los y las que predican el pánico moral. Las personas que pretender cercenar el debate sobre el trabajo sexual o sobre cualquier otra cuestión oportuna y pertinente usan siempre la misma manida estrategia: señalar al favorable al debate como el enemigo. Lo señalan y le hacen ver, por la fuerza, que no es un buen ciudadano, que no es una buena persona, que es, prácticamente, un ser a extinguir. Y, como todas las buenas religiones – laicas o teístas- se nutren del pánico moral para ejercer su violencia sobre el pensamiento y las libertades de los demás. Intentan que te sientas contaminado, sucio, porque te parece oportuno debatir, en este caso, sobre trabajo sexual.

Y sí, las Universidades son, o deberían ser, un espacio seguro, a prueba de religiones. Por eso las Universidades que ceden al chantaje, como la Universidad de A Coruña, se convierten en traidoras al progreso, y a su propia esencia: el librepensamiento. Por eso reivindico lo oportuno del debate sobre trabajo sexual, como indican Amnistía Internacional o Naciones Unidas, y aborrezco esta suerte de religión laica que pretende penetrar, como la peste, en nuestro sistema de libertades. Me declaro ateo de estos dogmas de fe, de estas estructuras caducas y opresoras. Soy ateo de esta religión defendida por sectores de sociedad abonados al pánico, al pudor, al recato, a la violencia, a la represión, al totalitarismo y a la podredumbre intelectual. Sectores enemigos del progreso y de la libertad. Sectores abonados a la siembra y recogida el pánico moral, del que se alimentan y al que cuidan hasta el extremo.