A raíz de la dimisión de la Ministra de Sanidad, Carmen Montón, al destaparse importantes irregularidades en la realización de un Máster al más puro estilo Cristina Cifuentes: no asistencia a clase, no tener todas las asignaturas aprobadas en el momento de presentar el TFM, cambio de notas extemporáneamente, con una guinda de plagio en el Trabajo Fin de Máster y un tufillo a trato de favor por ser vos quién sois intolerable, algunos, desde el PSOE, han querido convertir en algo ejemplar, casi épico, el hecho de dimitir, y no, señores, por ahí no vamos a pasar.
Cuando uno dimite porque su organización está tomando decisiones con las que no se siente cómodo o que no se compadecen con sus principios y valores, por ejemplo como hizo Tomás Gómez, entonces líder de los socialistas madrileño, al dimitir como Senador cuando Alfredo Pérez Rubalcaba, entonces Secretario General del PSOE decide permitir que el PP coloque a Francisco Gerardo Martínez Tristán como vocal en el Consejo General del Poder Judicial. Desde el PSM se había recusado al juez «Tristán» por la causa sobre la externalización hospitalaria que los populares de Madrid estaban llevando a cabo en esa Comunidad. En ese momento Gómez entendió que por principios, que por su defensa incansable de la Sanidad Pública madrileña, era imprescindible un gesto de renuncia como la dimisión. Aquí sí podemos apreciar la épica de la dimisión, la renuncia a un cargo, a un sueldo, al prestigio que conlleva ser Senador y a la ilusión que se le presupone a alguien que ha dedicado su vida a la representación de todos en la defensa de lo público.
Ahora bien, si uno dimite porque ha hecho trampas, ha metido la mano en la caja del dinero público (que no es que sea de nadie, es que es de todos), cuando ha tenido una conducta inmoral o éticamente reprochable, cuando no ha cumplido con las obligaciones inherentes a su cargo ¡Y LE PILLAN! aquí no hay épica alguna, aquí hay la necesidad de irse justo un minuto antes de que a uno le echen. Lo mismo vale para Cifuentes que para Montón. Ambas afirmaron no tener razones algunas para dimitir, ambas se empeñaron en contar mentiras tan hilarantes como «no sé dónde hacía el master porque iba en taxi» o «no sé donde tengo el TFM porque me he mudado mucho de casa» y ambas terminaron dimitiendo para no ser cesadas, rueda de prensa llena de excusas de mal pagador, mediante.
«… si uno dimite porque ha hecho trampas, cuando ha tenido una conducta inmoral o éticamente reprochable, cuando no ha cumplido con las obligaciones inherentes a su cargo ¡Y LE PILLAN! aquí no hay épica alguna»
Es más, ninguna de las dos fue capaz de reconocer que se habían equivocado, que habían disfrutado de un trato de favor por razón de su cargo que el resto del alumnado no tenía, que sabían que no estaba bien pero que aceptaron por comodidad, por pereza, porque otros muchos también lo hacían o por lo que fuera, pero que lo hicieron. Ninguna perdió la sonrisa impostada ante los periodistas mientras presumían de su buen hacer, de su dilatada y brillante carrera política y de lo mal que les parecía tenerse que ir cuando nada malo habían hecho. Ambas dijeron sacrificarse por el proyecto colectivo, la una por el PP y Rajoy, la otra por el PSOE y Pedro, pero las dos heroínas injustamente tratadas por la moderna vida política que no pasa ni una.
Se puede dimitir para evitarle problemas al partido o al Presidente que te ha incluido en su Consejo de Ministros, como lo hizo en su día el Ministro de Justicia, Bermejo, cuando fue pillado en una cacería con Garzón, con el juez Garzón y 500 personas más y ante el escándalo de la prensa de la derecha que veía ahí connivencia político/judicial y el recurso a un tecnicismo, carecía de licencia de caza para esa provincia en concreto (la tenía para otra), decidió que lo mejor era irse, sin excusas, sin lágrimas de cocodrilo, sin auto denominarse un mártir de la causa. Ahí quizás podamos reconocerle cierta épica, no cruzó palabra con Garzón que era lo que escandalizaba a la derecha y lo de la licencia era una nadería, simple falta administrativa, pero si quieres ser ministro de Justicia has de estar dispuesto a conducirte con estrictos cánones de legalidad o así lo sentía Bermejo.
Se puede dimitir cuando no te queda otra, como hizo Rajoy en el momento en que Pedro Sánchez le ganó la Moción de Censura que le desalojaba de la Moncloa y mandaba al Partido Popular, siendo el Grupo Parlamentario mayoritario, a los fríos bancos de la oposición. No tenía muchas más opciones porque cualquiera deja el banco azul del gobierno y se sienta a hacerle oposición al que te ha echado a empujones. Máxime cuando el nuevo piensa gobernar con tus presupuestos y con tu programa económico, es que se te queda una cara de Registrador de Santa Pola que no hay más remedio que irse. No hay épica pero tampoco deshonor en esta dimisión, con reconocimiento expreso al mérito de volverse a su puesto de trabajo en lugar de dormir el sueño de los justos en el Consejo para ex presidentes.
«No hay nada honroso en haber sido un listo, un tramposo, un chorizo o un jeta y luego dimitir si alguien lo destapa y se monta un buen escándalo en la prensa y en las redes sociales»
Termino como empecé, no hay épica en la dimisión cuando ésta se hace porque a uno le han pillado en un renuncio señores políticos de nuestros días. No hay nada honroso en haber sido un listo, un tramposo, un chorizo o un jeta y luego dimitir si alguien lo destapa y se monta un buen escándalo en la prensa y en las redes sociales. No esperen nuestro aplauso por irse compungidos, con lágrimas de cocodrilo ante los focos cuando jamás deberían haber llegado bajo ellos. Y no me vengan con que el listón de la exigencia lo han puesto muy alto, siempre debió estar así y jamás debimos dejar que tanto indocumentado, tanto iletrado, tanto golfo y tanto vividor, llegaran a lo más alto de las instituciones españolas.