Israel es y ha sido democrática desde su independencia en 1948 (incluso internamente antes, mientras fue gobernada por Mandato de los británicos durante 30 años desde el final de la Primera Guerra Mundial). Tiene un sistema parlamentario en el que están representados todos los sectores de la sociedad, algunos tan peculiares desde la perspectiva europea como los árabes israelíes (que constituyen una minoría muy abultada, que llega al 20% de la población) o los partidos ultraortodoxos, que reúnen en torno a un 15% del censo y que representan a sectores muy apegados a la religión, pero mucho menos al nacionalismo (que los judíos israelíes denominan sionismo), llegando a rechazar mayoritariamente su incorporación a las filas de un ejército en el que, por ejemplo, las mujeres forman parte incluso de unidades de combate desde sus inicios.
«la opinión política está mucho más fragmentada y las grandes líneas divisorias no pasan por los enfoques socio-económicos, sino por algo aparentemente tan subjetivo como la “fe” en la posibilidad de llegar a un acuerdo de paz auténtico con los palestinos»
Con estas premisas demográficas, se podría pensar que el resto de la población (judíos no ortodoxos y defensores de la legitimidad nacional) se agruparan en torno a una representación política bipartidista, similar a las derechas e izquierdas de medio mundo, o a las más sutiles dentro de los EE.UU. entre demócratas y republicanos. Por el contrario, y a pesar de su juventud como estado, la opinión política está mucho más fragmentada y las grandes líneas divisorias no pasan por los enfoques socio-económicos, sino por algo aparentemente tan subjetivo como la “fe” en la posibilidad de llegar a un acuerdo de paz auténtico con los palestinos, árabes que viven en los territorios en disputa (ya que no han sido anexados a Israel sino que continúan desde 1967 a la espera de una negociación definitiva para convertirse en un estado independiente, el primero que tendrían en su historia). Su rechazo sistemático a negociar la co-existencia de un estado árabe junto a uno judío (tal como recomendaban las Naciones Unidas en su Resolución 181 de Partición del Mandato Británico en noviembre de 1947, aprobado por la Asamblea General) se ha reiterado en muchas ocasiones desde entonces (por ejemplo, en los llamados “tres no” de la Resolución de la Liga Árabe en Jartum en 1967, y al final de las negociaciones mediadas por EE.UU. en varias ocasiones), lo que ha dejado al llamado “campamento de la paz” (los partidos políticos más propicios a concesiones unilaterales y diálogo, generalmente identificados con la izquierda) en una situación de desaliento que ha ido espantando a su electorado. Por ejemplo, si el laborismo gobernó ininterrumpidamente desde 1948 hasta 1977, hoy día su representatividad ha quedado mermada a menos de una décima parte de lo que fue, y no porque precisamente alguien tomara el relevo de sus posturas.
Derechización: el fracaso del diálogo
Los reiterados fracasos diplomáticos entre las partes de la llamada “solución de dos estados” ha permitido el avance y afianzamiento no sólo del partido conservador hegemónico (el Likud, liderado hace más de un decenio por Netanyahu), sino el florecimiento de nuevos partidos a su derecha, con posturas cada vez más extremas, que llegan a abogar por la anexión de los territorios en disputa, aunque ello supondría poner en peligro muy real la composición demográfica y, por ende, la realidad política, haciendo que Israel perdiera su carácter de hogar y refugio de los judíos del mundo, o bien, sacrificara los valores democráticos sobre los cuales se asienta y no otorgara los mismos derechos a los habitantes palestinos anexados. Eso sí sería el tan cacareado “apartheid” que muchas organizaciones de izquierda internacional acusan a Israel injustificadamente de implementar ahora.
«Hasta ahora, y batiendo ya el récord de jefatura de gobierno del mismísimo fundador del estado, David Ben Gurión, Benjamín Netanyahu se ha presentado como “Mr. Security”, el único capaz de defender a la ciudadanía»
Ante este panorama tan complejo y viviendo en un área tan inestable como siempre fue (ahora más que nunca) Oriente Medio, lo que más interesa al electorado israelí es la cuestión de la seguridad: amenazados y atacados prácticamente a diario desde áreas como la Franja de Gaza (de la que Israel retiró hasta su último hombre en 2007 de forma unilateral), la frontera norte con Líbano (donde el grupo terrorista Hezbolá acumula más misiles que toda la Unión Europea junta) y Siria (donde, a río revuelto, Irán ha ido acercando a su Guardia Revolucionaria y milicias chiitas), incluso desde los propios territorios tutelados de Cisjordania (por medio de ataques terroristas). ¿Es posible acabar con esta situación? Hasta ahora, y batiendo ya el récord de jefatura de gobierno del mismísimo fundador del estado, David Ben Gurión, Benjamín Netanyahu se ha presentado como “Mr. Security”, el único capaz de defender a la ciudadanía en tales circunstancias.
Ingobernabilidad
El 9 de abril pasado hubo elecciones generales en Israel y a ella acudió, por primera vez, un frente común de antiguos jefes del ejército como baluartes de la seguridad y alternativa a un Netanyahu salpicado por graves acusaciones de corrupción. Sin embargo, esta coalición, liderada por Benny Gantz bajo el nombre Kajol Laban (azul y blanco, como los colores de la bandera) sólo consiguió empatar con el partido gobernante, aunque resultó incapaz de recabar el resto de apoyos necesarios para formar una coalición mayoritaria de gobierno. A diferencia de otros países, en Israel el Presidente (jefe de estado) puede encargar la formación de gobierno no al partido más votado, sino al parlamentario capaz de reunir a la mitad más uno de escaños (61 de 120). De modo que la misión recayó nuevamente en Netanyahu, que hubiera recompuesto su compleja coalición (de seis partidos) hasta entonces, si no fuera por la decisión de Israel Beiteinu, formación liderada por Avigdor Lieberman quien, harto del incumplimiento de las promesas (entre ellas, la obligatoriedad de servicio militar para los ultraortodoxos estudiantes en escuelas rabínicas), no aceptó incorporarse. Ello dejó al candidato a Primer Ministro al borde mismo de ser reelegido, pero sin superar los 60 escaños. Antes que el Presidente invitara a otro (como es preceptivo) a intentar formar coalición de gobierno, Netanyahu disolvió la Knesset (el Parlamento) y convocó nuevas elecciones, que se acaban de celebrar este último 17 de septiembre.
Finalmente, ese martes (las elecciones israelíes suelen celebrarse en días de semana para no violar los preceptos religiosos y tradicionales del descanso sabático) se llevaron a cabo los nuevos comicios. Como suele pesar tantas veces con Israel, las previsiones de la mayoría de analistas (que auguraban una baja participación) fallaron, ya que en esta ocasión el porcentaje de votantes fue superior incluso al de la convocatoria de abril. Aunque a la hora de escribir estas líneas no se conocen las cifras definitivas oficiales, el resultado está claro: ninguno de los dos grandes partidos (empatados o con leves diferencias) está en condiciones por sí mismo de formar una coalición, dada la postura del citado Lieberman, que se ha convertido en el fiel de la balanza, pero que no está interesado en sumarse a ninguna coalición excluyente que no sea un gobierno de Unidad Nacional.
«Ninguno de los dos grandes partidos está en condiciones por sí mismo de formar una coalición, dada la postura de Lieberman, que se ha convertido en el fiel de la balanza, pero que no está interesado en sumarse a ninguna coalición excluyente que no sea un GObierno de unidad nacional«
Este concepto, tan extraño para la ciudadanía española que ve impotente cómo en los últimos cuatro años los partidos no son capaces de formar una simple coalición de gobierno, ya ha sido implementada en 1984 en Israel y con resultados sorprendentes. Liberados de las presiones de los intereses y el chantaje de pequeñas formaciones, los dos partidos mayoritarios de entonces, casi empatados como ahora, formaron una coalición aparentemente contra natura de laboristas y conservadores (Avodá y Likud), incluyendo una rotación de jefes de gobierno cada dos años. Así gobernaron Shimon Peres e Itzhak Shamir, y volvieron a hacerlo, con algunas variantes en cuanto a la presencia de otras formaciones pequeñas, hasta 1991. Entre otras medidas tomadas en esta etapa de “super-mayoría” destaca el cambio radical del modelo económico que ha llevado a Israel a pasar de ser un país exportador agrícola a posicionarse en los primeros puestos mundiales de tecnología y emprendimiento.
En 1991, recordarán los españoles, Madrid acogió la Conferencia de Paz de Medio Oriente que desembocaría dos años después en los llamados Acuerdos de Oslo, con una hoja de ruta para convertir los territorios en disputa en un Estado Palestino tras un período como Autoridad Nacional (lo que España denominaríamos, una Autonomía) y la firma de un acuerdo de paz definitivo. Pese a los intentos de distintas Administraciones estadounidenses, todo el proceso ha ido desbarrando por una ola de ataques terroristas, las precondiciones de la dirigencia palestina para cualquier intento de diálogo y otros factores, que no es ésta la ocasión de detallar, pero que han determinado la posición política mayoritaria de la población judía expresada en las urnas.
¿Quién ganó?
Alguien dijo de esta última ronda de elecciones que no se sabe quién ganó, pero sí quién perdió, aludiendo a Netanyahu, cuyo poder de representatividad (directa y a través de sus aliados de coalición) se ha visto muy mermada, pero no lo suficiente como para consagrar a Gantz como candidato viable a formar un gobierno. Conociendo la particular mecánica retórica política israelí (que estos días coincide sorprendentemente con la española), lo más probable es que los partidos se dediquen a “marear la perdiz” un par de meses, aunque el Presidente hará todo lo que esté en su mano por evitar una tercera convocatoria, ya para febrero de 2020.
«El principal escollo a la salida lógica y natural a esta crisis mediante un gobierno de Unidad Nacional es Netanyahu, quien en cuestión de días está llamado a declarar en los tres casos de corrupción en los que aparece implicado»
El principal escollo a la salida lógica y natural a esta crisis mediante un gobierno de Unidad Nacional es Netanyahu, quien en cuestión de días está llamado a declarar en los tres casos de corrupción en los que aparece implicado. Por ello, una alternancia entre los líderes de los dos partidos mayoritarios cada dos años implicaría para Gantz rompiera el “cordón sanitario” que impuso ya en la primera ronda electoral para evitar formar coalición si Netanyahu, personalmente, no daba paso al costado en favor de otro candidato de su partido. Pero Gantz, aún habiendo sido un militar acostumbrado a mandar y organizar, no tiene la “cintura política” de Netanyahu, el mejor “dribleador” de la historia gubernamental del país, capaz (como ya ha demostrado en varias ocasiones) de atraer a sus más fieros oponentes a su terreno y allí desarmarlos.
En resumen: esta segunda visita a las urnas en cuestión de meses (la primera experiencia de este tipo en la historia del país) más que despejar dudas, ha generado más incertidumbres que nunca. ¿Cuáles serían sus consecuencias? Como en cualquier país, las parálisis en su cúpula conllevan el retraso en las reformas necesarias, pero también el “efecto belga” que propició en ese país una andadura sin gobierno y muy positiva según la mayoría de los ciudadanos durante un largo tiempo. Israel, no obstante, vive en unas condiciones y entorno que no puede permitirse ciertos “lujos” al alcance de la mayoría de naciones del mundo, ya que se encuentra directamente amenazada de eliminación por otro estado (explícitamente, la República Islámica de Irán), diariamente sometida a ataques terroristas de variada intensidad y con unos apoyos internacionales limitados (especialmente de Europa). Eso sí, pese a todo, goza de una economía saneada y pujante, y es puntera en temas de defensa en las llamadas “guerras de cuarta generación”, especialmente la ciberseguridad.
Por lo tanto, aunque durante un tiempo los políticos actúen “de cara a la galería” para satisfacer las presiones internas de sus propias formaciones, lo bueno de los “callejones sin salida” es que siempre tienen una (con el inconveniente de ser única y exigir sacrificios ideológicos y concesiones de poder). El estado de los judíos no es capaz de alejarse de las grandes bazas que le han llevado como identidad a sobrevivir (más allá de la religión) durante milenios: la exigencia moral de discrepar y discutir, y la obligación de apoyarse el uno en el otro.