Hay una carretera blanca, polvorienta. Senda estrecha recubierta con piedras pequeñitas, firme irregular, rodadas aquí y allá. Algunas muy estrechas, otras no. También, claro, huellas de pies. Recuerdos de lo que fue rumoreando jadeos de arriero y mula. Y allí, justo al lado, el agua que se mece con suavidad, pincelada líquida en mitad del páramo. Allí, justo al lado, el Canal. Y ellos.

Los ciclistas.

Castilla en Canal

El rey bueno fue Fernando VI. Sí, sí. Los que vivan en Madrid les hablarán fervorosamente de Carlos III, porque les dejó la capital bastante coqueta, y porque siempre tuvo una prensa cojonuda. Pero la realidad es que este Carlos se aprovechó, sobre todo, de los réditos de modernización que inició su medio hermano Fernando. Él fue quien empezó a mover el cotarro, vaya. El bueno, háganme caso.

(Del peor rey de España ya hablamos otro día, que eso exige artículo propio).

Una de las cosas que más preocuparon a este Fernando VI (que reinó trece añitos, entre 1746 y 1759) fue la modernización de las infraestructuras en la monarquía hispana. La verdad es que cuando él ascendió al trono (sucediendo a un padre, Felipe V, que a última hora andaba auténticamente chiflado) el tema de las carreteras andaba muy malito al sur de los Pirineos. Existían caminos reales, vías más o menos importantes, pero, hablando así en general, resultaba bastante complicado encontrar sendas dignas de tal nombre. Vamos, que en la mayoría de los sitios apenas podían cruzarse dos carros. Y eso donde transitaban carros, porque muchos eran veredas de herradura, que no son otra cosa que camberas donde solo se puede avanzar montado en burro…pero ni hablar de arrastrar un vehículo en condiciones.

Así que este Fernando VI, de la mano de su coleguita el Marqués de Ensenada, se dispuso a ponerse al día con el tema de las comunicaciones. Dos grandes proyectos, ambos muy relacionados entre sí. El primero fue la creación de un soberbio Camino Real que comunicase Santander y Cádiz a través de Madrid. Una autopista a la altura de las mejores de Europa en su época, que aun hoy se aprovecha en muchos de sus tramos (¿les suena el Alto del León, en Guadarrama?) y que supuso toda una revolución para las poblaciones por las que pasaba.

El segundo fue aun más ambicioso. La idea era nada menos que comunicar Reinosa, en Cantabria, con Segovia a través de una serie de canales navegables que convirtiesen la árida Castilla en un fértil Flandes, con granos y lanas flotando mansamente aquí y allá. Bueno, igual no tanto, pero el esquema general resultaba bastante parecido.

(Por cierto, hay una novela deliciosa de Javier Fernández de Castro que adelanta esa ocurrencia un par de siglos, con Carlos V de protagonista y la intención de hacer remontar la Cordillera Cantábrica por una de las zonas más agrestes de la misma. La obra se titula “Tiempo de Beleño” y es hoy una rareza casi inencontrable…pero no ha perdido un ápice de su lisérgico encanto).

A este proyecto se le llamó Canal de Castilla. Se empezó a construir en 1753, pero como aquí nos tomamos las cosas con calma no se inauguró hasta 1849, de la mano de Isabel II. En medio reinaron hasta los Bonaparte, imaginen… No terminó de concluirse (en septentrión no pasaba de Alar del Rey, por el sur llegaba solo hasta Valladolid), pero aun así fue una obra mastodóntica, un milagro de la ingeniería civil que fabricó todo un nuevo río en mitad de Tierra de Campos. Más de 200 kilómetros de longitud, una anchura de hasta 20 metros en algunos lugares y profundidades de unos dos metros.

Y, alrededor, las sirgas.

Las sirgas son caminos de tierra que bordean el Canal. Espacios arbolados, donde se escucha el borboteo del agua. Milagro de frescor en mitad de un sol que a veces torna despiadado. Kilómetros y kilómetros acariciando una obra centenaria, recorriendo puentes, esclusas, besando restos medievales, cruzando pequeñas villas de calles adoquinadas, incluso rodando por el foso de un castillo.

Un salto atrás en el tiempo.

El Gran Premio Canal de Castilla.

Hace unos años un grupo de chalados pensó que aquella obra tan particular merecía bastante la pena. Que tenían una joya al alcance de la mano y apenas la disfrutaban. Que, oye, podíamos hacer algo para esto tan desconocido asomase la cabeza, ¿no? Se me ocurre, vaya. Igual luego no sale, pero es que mira…es muy chulo. Y las típicas cuitas. Esto en Europa estaría más apreciado. Vendría gente a verlo de todo el país. Saldría en la tele…en la tele. Y eso.

Así que, a ver…cómo podríamos dar a conocer esto. Porque no es fácil. Buena parte del encanto del lugar es que por las sirgas no pasan coches. Y menos mal, oye, porque de lo contrario… Pero eso…caminos sin coches, sin asfaltar pero con el firme en un estado bastante regular. Terreno llano. Fácil comunicación por carreteras cómodas entre una sirga y la siguiente. Sí. La respuesta caía por su propio peso.

¿Por qué no hacemos una prueba en bicicleta?

La primera edición llegó en el año 2009. En aquel momento la idea era ir creciendo poco a poco y terminar metiendo a los profesionales por esos andurriales. Aquel sueño, al menos por ahora, debe esperar. Muchas trabas, mucho dinero. Imposible. Por el momento.

Así que se lanzaron a hacer una marcha cicloturista. Una que ha ido cambiando de condiciones, de kilometraje, de recorrido. Al menos un poco. Llegó a tener 235 kilómetros de longitud y más de 90 por sirgas. Una prueba para titanes, por más que la mayoría del recorrido sea llano y las carreteras resulten muy cómodas entre tramo sin asfalto y tramo sin asfalto. La “Roubaix castellana”, la llamaron algunos…

Hoy la cosa es un poco más modesta en distancia, pero resulta aun más pintoresca. Y es que el Gran Premio Canal de Castilla se ha convertido en una marcha retro, al uso de las que se vienen realizando por Europa desde hace años. Igual les suena L´Eroica, por ejemplo, que se corre en Toscana desde el año 1997, reuniendo a más de 5000 participantes cada año para rodar sobre las strade bianche en tierra de los Medici. Es un movimiento al alza, que mezcla deporte y cultura…con un poco de pintoresquismo, claro.

Porque en el Gran Premio Canal de Castilla solo se puede correr con bicicletas retro, clásicas, anteriores a 1987. Esa fecha, por otra parte, nos hace sentirnos viejos a muchos, pero no es motivo de esta pieza discutir sobre nuestras edades. Pero eso, que los cicloturistas llevan sus viejos cacharros, y van ataviados con sus viejos ropajes. De esa guisa pedalean 67 o 96 kilómetros (dependiendo de si optan por la salida corta o la larga) con 17 o 30 por caminos sin asfaltar donde disfrutar del pasado…y esquivar algunos baches.

Solo que en realidad todo es mucho más. Porque ese fin de semana (este año el Gran Premio Canal de Castilla se celebra el 21 de octubre) toda la villa de Medina de Rioseco (sede de tan particular evento) se viste de ciclista. Pero de ciclista culto, un poquito snob, con un aire literario e histórico que gusta luego reflejar en las fotos. Un pelín hipster si quieren, vaya. Hay mercadillos ciclistas, donde puedes encontrar desde frenos de época hasta los guantes más particulares. Hay presentaciones de libros, hay un homenaje a Federico Martín Bahamontes (el primer español que ganó el Tour de Francia, y uno de los deportistas más megalómanos y geniales de todos los tiempos), hay visitas guiadas al Canal, un concurso fotográfico, exhibiciones de bicis que eran viejas cuando Bahamontes fue joven, un avituallamiento donde el jamón y el queso sustituyen a geles y barritas de muesli. También bares, claro. Y vinos. Y maillots tan chulos que podrías llevarlos como si fuesen camisetas. Très chic.

Será, ya les digo, el fin de semana del 21 de octubre. En Medina de Rioseco. Oportunidad ideal para conocer una de las obras más impresionantes, y olvidadas, que dibujan la meseta castellana. Y hasta un momento ideal para sacar a pasear esa bici del abuelo que tenemos criando telarañas y que es tan bonita…

 

Más información en http://www.gpcanaldecastilla.es/

 

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Marcos Pereda (Torrelavega, 1981) es escritor profesor. O al revés. Ha publicado "Arriva Italia" (Popum Books, 2015) y "Periquismo. Crónica de una pasión" (Punto de vista, 2017). También asoma la cabeza por medios de comunicación, de los mainstream y de los raros. A veces le han dado algún premio, pero tiene mala memoria para esas cosas. Le gustan el café y las tildes diacríticas.