Si eres socialdemócrata, apuesto a que tu amigo liberal-conservador se habrá encargado ya de recordarte lo anticuado de tus ideas: ¿qué sentido tiene seguir siéndolo, si lo que defendéis ha sido incorporado y a fin de cuentas estamos todos de acuerdo? Se refiere, claro, a lo esencial de nuestro estado del bienestar: sus pensiones, su sanidad y educación públicas, su seguro de desempleo. Lo cierto es que la pulla que te ha lanzado le honra doblemente: de un lado, reconoce, con disimulo, un mérito retrospectivo a tu familia política. Del otro, da fe de su propia naturaleza: alguien alejado de la caricatura grotesca –cuernos, olor a azufre- con que se le viene dibujando, que tú aceptas para los suyos a pesar de que él es tu amigo. ¿Se palpa ahí una especie de asimetría? Tú no estás por la labor de admitirlo.

«En algo tienes razón: que la socialdemocracia haya muerto de éxito puede ser, como mucho, una verdad parcial»

En algo tienes razón: que la socialdemocracia haya muerto de éxito puede ser, como mucho, una verdad parcial. ¿Qué pensiones, qué sanidad, qué educación, qué seguro de desempleo? Ya lo sé: nada estará nunca garantizado, tampoco libre de rebajas y erosiones. Y lo que ayer no era perceptible es hoy otra necesidad urgente que pide ser atendida. Hay discrepancia con él. Bien: focaliza ahí. Asegúrate a la vez, día a día, de que las propuestas de los tuyos contribuyen a lograr tus objetivos: ¿qué economía, qué Estado? Y ahora, por favor, no frunzas ahora el ceño ante lo que voy a decirte: deberías tomar a tu amigo liberal-conservador como lo que realmente es, un sólido rival político al que podrás oponerte dando lo mejor que tengas. Y lo mejor solo puede ser una cosa: las mejores ideas, discutidas siempre, siempre puestas al día, siempre a prueba de realidad. Por otro lado, no cometas el error de bajar la guardia en otras cuestiones igualmente importantes. A eso voy en esta carta: ¿qué enseñanza sacas de lo que nos está pasando? ¿Sientes una especie de malestar del que no identificas su origen? Sería buena señal. Te brindo dos reflexiones de urgencia, que quizá no te gusten demasiado. ¿Aceptarías alguna mínima verdad en ellas?

La polarización es una desgracia para todos; no querer verlo, el peor de los síntomas. De aquí no vamos a salir más unidos, sino aún más enfrentados. Ésta es la verdad –ten la entereza de mirarla a los ojos-, porque cuando un país emprende el camino de la disgregación nada, ninguna calamidad, ayuda a recoserlo. Es exactamente al contrario: cualquier cosa que nos golpea agranda la brecha inicial. La Cataluña ensimismada del procés nos lo enseñó en los atentados de La Rambla y sigue haciéndolo hoy: en plena epidemia y con miles de muertos, mucha gente que abrazó las consignas de sus líderes se ha quedado en el camino. Es ya poco más que un reservorio de rabia, paranoia y frustración. Inercia poderosa que se podría revertir con verdadera política y muchísimo tiempo por delante: no invocándola, llevándola a cabo. Pero los socios que tu partido eligió para gobernar son los príncipes de la infausta política de la disgregación durante la última década. Tu mismo partido no se ha resistido a separar. La derecha, por su parte, no escapa muchas veces a la misma trampa. Pero tú has leído a Gramsci: no es la derecha la que tiene la hegemonía de las ideas y de la opinión en España. La derecha va a remolque, da bandazos. Comunica mal. Sin embargo, y a fuerza de ser invocada, hoy existe una extrema derecha muy hábil en el juego subterráneo, y va a tomar la palabra a vuestro socio de gobierno, va a aplicarse a fondo a politizar el dolor. Endosará los muertos, uno a uno, a la desafortunada gestión del 8-M para poder agitar el fantasma de una responsabilidad no ya política, sino siniestramente criminal. Una perspectiva terrible para la convivencia, porque la munición de su propaganda tendrá una base material con que inflamar las peores emociones incomparablemente más fuerte que cualquier recurso retórico de laboratorio, como ha sido el revival de franquismo puesto en escena por la izquierda en bloque. Empieza ya a negarte a ese juego no aceptando un argumento de ataque simétrico: la solución no puede pasar por criminalizar en el pasado a otros como culpables de lo que nos está ocurriendo ahora.

La tentación autoritaria es la estación término en el camino de la autoindulgencia. Es corolario casi inevitable en el ejercicio del poder cuando la polarización va demasiado lejos. Nadie está libre de caer en la trampa de mimetizarse con esa pulsión, y para huir de ella no veo mejor forma que desviarse cuanto antes de la ruta. Empieza a ser tan exigente contigo como lo estás siendo con los demás. Eso implica lo más difícil de todo: hacerlo con tus líderes. No son detalles menores –y si no lo ves, tu problema ya es bien real- el trato impropio a la prensa, el afán de hurtar imágenes de verdadero interés público so pretexto de preservar no sé qué ánimo, no sé qué sensibilidad de la gente. Tampoco la exhibición de detalles de soberbia o de indiferencia desde el atril, en un momento de desconcierto y de angustia para tantos. La verdad de todo poder emerge en el automatismo de los pequeños gestos: estar alerta ante ellos es la vacuna contra cualquier culto, por moderado que sea, a la personalidad. Pedir que rememos juntos para salir de esta pesadilla no puede equivaler nunca a suspender la crítica política o periodística hecha con fundamento. La doble vara de medir es siempre un lastre para el pensamiento y para cualquier ética que descanse en la justicia que deseas. La verdad es más importante que el poder.

«La verdad de todo poder emerge en el automatismo de los pequeños gestos: estar alerta ante ellos es la vacuna contra cualquier culto, por moderado que sea, a la personalidad»

¿Estás de acuerdo con esta última frase? Yo soy mayor que tú y ésta es la forma en que siempre había entendido la socialdemocracia. Me inquieta que las dos reflexiones que te he hecho te parezcan temas menores. Me preocupa que tu amigo liberal-conservador esté más de acuerdo en ellas que tú mismo. Me preocupa que estés cerca de esa mentalidad que inspira el título de este artículo: la que cree esperarlo todo, pero ni siquiera se protege de su propia arbitrariedad.