Este fin de semana, en el Partido Popular, se celebraban unas inéditas primarias para la elección de su líder, con un complejo sistema de dos votaciones (que no dos vueltas) en el que la militancia seleccionaba sus dos favoritos y los compromisarios al que sería el presidente o presidenta del PP.

La militancia eligió como favorita a Soraya Sáenz de Santamaría, aunque no por mucha diferencia sobre el otro aspirante que ha pasado el corte, Pablo Casado. El resto de candidatos no tardaron en alinearse con este último en una suerte de «todos contra Soraya» que puede resultar determinante para la victoria, si los compromisarios acatan lo que les piden sus elegidos.
Durante las últimas semanas, Soraya y Pablo, Pablo y Soraya, han tratado de ganarse el favor, y con ello el voto, de los más de 3.000 compromisarios que asisten al Congreso en Madrid con viajes, mítines, propuestas, comidas, cantes y bailes, algún vídeo desafortunado y muchas puyas porque es imposible batir a un compañero de partido, que se supone comparte tus mismos principios y valores si no es con ataques ad hominem, más o menos velados.
Mientras escribo esta crónica, y tras escuchar los discursos de los dos aspirantes, los compromisarios del PP están metiendo sus votos en las urnas. No tengo ni idea de por quién se decantarán, eso no lo saben ni los más expertos conocedores de la vida interna popular porque como dije en el principio, este proceso es inédito en la derecha española. Tampoco tengo un favorito, lo que el PP decida hoy no cambia mi convicción de que jamás votaré a esa formación política cuya ideología de derechas es contraria a la mía, socialdemócrata, pero si creo que el futuro de la política española será diferente en función de quién resulte hoy vencedor. Si lo hace Casado habrá vencido un discurso de anhelo de una vuelta al pasado pese a estar encarnado en el más joven de los aspirantes. Un retorno a posturas más radicalmente de derechas en defensa de su idea de España, su modelo de familia, mucho más liberal en lo económico, con bajadas de impuestos que solo favorecen a los que más tienen y pueden permitirse una Sanidad o una Educación privadas, con peor calidad en el Estado del Bienestar… En definitiva, la búsqueda de aquel PP de Aznar que podía gobernar en solitario imponiendo su visión de lo que creían que debe ser España y de cómo debíamos vivir los españoles.
Si lo hace Soraya, quizá más de centro derechas, habrá vencido el pragmatismo, la concepción de la política como arte de negociación para lograr objetivos y la asunción de que la realidad política española jamás volverá a ser la del bipartidismo y que solo a través de acuerdos, de consensos amplios, se podrán solucionar los grandes problemas de este país: financiación autonómica, reforma fiscal, cambio del modelo productivo y laboral, reforma energética, reforma educativa…
Como socialdemócrata encuentro pros y contras a ambas soluciones,:
Si gana Casado y el PP se radicaliza, muchos votantes de izquierdas comprenderán que el enemigo es fuerte y saldrán de la abstención o del voto a Ciudadanos por miedo a Podemos y eso puede ser bueno para que el PSOE recupere votos y malo porque la derecha vuelva a aglutinar el voto más rancio y se instale nuevamente en el poder para décadas.
Si gana Soraya y el PP se limpia de corrupción y presenta una clara idea de modelo de convivencia para España, pero sin radicalizar su postura, puede que recupere votos huidos al centro derecha de Ciudadanos o a la abstención pero el panorama electoral cambiará menos, lo que es malo porque seguiremos en esta inestabilidad de las minorías parlamentarias pero también puede ser una oportunidad para que los grandes partidos se pongan de acuerdo en realizar las reformas que España necesita sin imposición ideológica por parte de ninguno.
Cierro este artículo sin conocer el resultado de la votación, me parece más honesto hacerlo así y no arrimar el ascua a mi sardina una vez sabido quién liderará el PP.