Desde hace días, con motivo del Mobile World Congress Barcelona 2019, circula por algunos diarios digitales, elegidos con obvia intención, un anuncio en el que la Generalitat nos presenta las bondades de Cataluña como centro de investigación tecnológica. Una voz en off da la bienvenida a los pioneros, a los soñadores, a los que siempre van un paso por delante, a las revolucionarias. Se invita a Cataluña, a vuestra casa, a los revolucionarios digitales. En algo menos de treinta segundos, entre la voz narrativa y el eslogan final –éste ya en inglés: Catalonia, land of digital revolutionaries-, hay tres impactos verbales y escritos con la palabra revolucionaris. En cuanto al protagonismo en el plano por género durante la narrativa del anuncio, aparecen cinco jóvenes mujeres investigadoras y tres hombres. Otros elementos que se pueden reseñar: se transmite la idea de la utilidad social de la investigación –vemos a un joven negro que consigue caminar por una cinta gracias a una sofisticada prótesis-, dos de las investigadoras son latinoamericanas. En cuanto a la realización del spot, un formato limpio con recursos ya estandarizados en la propaganda política, pero de eficacia obvia: un violín rítmico y épico en comedido crescendo, un encuadre frontal, en lento travelling de avance con leve contrapicado de los jóvenes investigadores, todos ellos con los ojos plantados en el objetivo, algunos con los brazos cruzados mostrando determinación y resistencia, una semiótica de la imagen que podríamos remontar a los planos con que Eisenstein filmó a los obreros soviéticos, en el protagonismo coral que el mítico cineasta les diera en “La huelga” (1925). La propaganda del nacionalismo catalán no es muy original, pero sí aplicada y voluntariosa en su trabajo de martilleo diario sobre las conciencias de los catalanes y, últimamente, de personas de otros orígenes. Su éxito relativo durante los últimos años estriba en esa cualidad: no decía Goebbels tonterías cuando sostenía que la clave del éxito en la propaganda está en percutir con un número limitado de ideas, presentadas desde perspectivas complementarias.

«La propaganda del nacionalismo catalán no es muy original, pero sí aplicada y voluntariosa en su trabajo de martilleo diario sobre las conciencias de los catalanes y, últimamente, de personas de otros orígenes»

Los ejemplos recientísimos abundan: en el video Make a move, de la Assemblea Nacional Catalana, se diseña una puesta en escena con trabajada ambientación de interiores: sucesivamente, con un foco que apunta a los más jóvenes, nos hallamos en la estancia de dos mujeres durante la reivindicación sufragista, en la de un indio víctima de la colonización británica, junto a una mujer negra en el cénit de las protestas contra el apartheid sudafricano, en el San Francisco contracultural de los 60, en el Berlín que se libera del muro. En cada ejemplo, la persona que vemos toma conciencia de lo que acontece fuera y decide implicarse. El recorrido de momentos estelares en la lucha por los derechos civiles concluye con la joven que asiste por televisión a la actuación policial del 1 de octubre de 2017 para, acto seguido, atarse la estelada al cuello ante el espejo y prepararse para pasar, ella también, a la Historia con mayúsculas. En otra pieza, mucho más convencional y sin tanto despliegue de producción, Ómnium Cultural fusila el célebre J’accuse de Zola y lo recicla, mediante la apelación a cámara de secesionistas pata negra con actitud indignada, en el Jo acuso a un Estado que es presentado como el cúmulo de todas las desgracias democráticas que uno pueda concebir. En un momento dado, uno de los damnificados por España se califica a sí y a sus compañeros de movimiento, como disidentes.

La Generalitat, transformada en una enorme agencia de agitprop, da un paso más en su deriva hacia la degradación del catalanismo y del propio principio de autogobierno como instrumento para llevarlo a la práctica. La propaganda lo impregna todo, y los actos comunicativos del Govern de Torra se dividen en dos tipos distinguibles: propaganda directa y propaganda -más o menos- subliminal que aprovecha, día sí y día también, que el Pisuerga pasa por Valladolid. Cualquier evento o coyuntura, toda necesidad de comunicación, es colocada de manera automática bajo el paraguas del nuevo encuadre revolucionario, una visión que sustituye al pretendidamente optimista espíritu de fiesta democrática, el mismo que abocó a los fieles al fiasco del 1-O con una sonrisa en los labios y les llevó a descubrir estupefactos que el Estado existía. Ahora se vira hacia un resistencialismo de clase media inoculado en el receptor mediante un masaje continuo de su ego ligeramente distinto al practicado ayer: hoy se halaga sin desmayo su abnegación en la búsqueda de la auténtica democracia, su condición rebelde y decidida en la apuesta por recuperar unos derechos civiles que se proclaman secuestrados. La actitud airada borra el residuo de esas sonrisas, que son vistas ahora como estériles por quienes se imaginaban a sí mismos exhibiéndolas como prueba del nueve de su pureza civil, y dejan emerger sin cortapisas la arrogancia política y la agria superioridad moral siempre latente en la turbia psicología de este experimento de ingeniería social.

«La Generalitat, transformada en una enorme agencia de agitprop, da un paso más en su deriva hacia la degradación del catalanismo y del propio principio de autogobierno como instrumento para llevarlo a la práctica»

La resaca del procés pasa su factura al poder nacionalista: lanzado, para su objetivo de ruptura, a sumar entre un votante muy distinto al de su perfil habitual, no dudó en entregarse a un populismo que ya no podrá abandonar, y que hoy vira hacia la retórica sesentaiochesca, que es la única a la que puede agarrarse para prolongar su tiempo en el poder. Pero lo gravoso de la factura no es esa sumisión necesaria a un discurso sin contacto con la realidad. Lo peor es que ese discurso, so pena de caer en una incoherencia inaceptable a ojos de la excitada clientela política, obliga en adelante a la absoluta parálisis de la Generalitat como gobierno. Obliga a la continua puesta en escena de una actitud refractaria a la colaboración con cualquier Gobierno de España, como quedó patente en el -solo en apariencia- irracional episodio de la negativa a apoyar los presupuestos, de beneficios más que evidentes para Cataluña. El nacionalismo ha caído, sin remedio, en la dinámica perversa del cuanto peor, mejor.

El encuadre revolucionario es la huida hacia adelante al que la élite secesionista se ha visto abocada, un frame comunicativo que, aunque acabará desgastándose o colisionando con la realidad de los hechos, funciona todavía como una aguja hipodérmica en ciertos sectores de población, por distintos motivos, y sobre todo por su combinación con un medio ambiente nacionalista omnipresente en Cataluña. Por ello, se debe insistir en la necesidad de un relato de oposición desde el constitucionalismo, que no podrá llevarse a cabo con eficacia si no es desde el convencimiento y el consenso de los partidos que hoy, en vísperas de elecciones, se denigran entre sí usando como arma sus respectivas posiciones ante el problema separatista. Un encuadre de oposición es necesario para derrotar a la mentira, un marco que exhiba la legitimidad de quien se sabe combatiendo esa falsedad. Y ese marco no puede ser otro que la insistencia en la idea de que los españoles, como ciudadanos de una democracia avanzada, no pueden permanecer ajenos al desenmascaramiento del secesionismo como régimen cuyo único objetivo es mantenerse a sí mismo, un régimen que hoy inventa, para narcotizar y secuestrar las conciencias de sus ciudadanos, la ficción de que Cataluña se halla en plena revolución de las conciencias hacia una idea superior de democracia.