When Carolina Durante said “No tengo 30 años y ya estoy casi roto”, I really felt like that.
Así que la vida era esto. No nos preparan para nada de lo que se nos viene encima. En el patio del colegio a lo más que llegas es a jugar al fútbol o a rescate hasta que se te suben los colores por primera vez cuando te cruzas con la persona que te gusta. Ahí empiezan 10 años de tartamudeo, primeras veces, la Universidad -donde si tienes suerte aprendes a pensar- fiestas, dormir con alguien de vez en cuando, quizá un año o dos fuera, según lo que puedas permitirte y, de repente, la nada.
Ojalá fuera la selva.
Empiezas a llevarte el cacharrito de las lentillas cuando sales porque si pasas la noche fuera a la mañana siguiente ya no te rentan los ojos inyectados en sangre. Con suerte trabajas y si eres un verdadero afortunado consigues romperte los cuernos empezando en algo que te gusta.
¿Y entonces qué?
Pues que el otro día me pasaron un vídeo de un robot encestando desde media cancha sin rozar el aro por putos cálculos matemáticos. Mientras, mi amigo Miguel García está en Los Ángeles desde hace dos años trabajando 12 horas al día enseñando baloncestou (y currando de lo que sea, captando clientes y intentando tener una vida normal con su mujer).
Tienes que ser realmente duro de mollera para no preguntarte, ¿y entonces qué?
Pues lo de siempre, supongo. Quedarnos con las tres o cuatro cosas que nos acabarán diferenciando del robot Michael Jordan dentro de 10 años. Muchas de ellas malas o regulares porque los robots nos copiarán todo menos los pecados. Y disfrutar de las cosas buenas, los paseos a ningún lado cuando conoces a alguien, ver cómo tus sobrinos o tus primos pequeños crecen y se vuelven igual de gilipollas que tú a su edad, el vino de Jerez, la Feria del Libro, bailar reggaeton, el recuerdo de la comida de tu abuela, dos (con suerte) de cada cinco personas que conocemos y canciones como la de Carolina Durante que consiguen que, aunque rotos, no nos sintamos tan solos.