A lo largo de la Historia, los vacíos de poder han alumbrado movimientos políticos y sociales dirigidos por hábiles líderes que explotan su deseo de venganza revestido de virtud, fascinados por ideas revolucionarias simplistas y con un marcado sesgo milenarista. Hay una sociedad corrupta, nos dicen, y es deber de los puros destruirla y exterminar a los impíos en una guerra sin cuartel para construir, desde sus cenizas, un paraíso de estructuras que cumplan con la función de modelar un tipo de hombre acorde con las virtudes y los valores que esa conciencia social nueva y más avanzada pretende imponer. La violencia es necesaria para transitar a este particular progreso en el que el sentido de la vida, según la correspondiente ideología que lo impregna, pasa por anular o tergiversar la conciencia individual. Todas las ideologías totalitarias aspiran a apoderarse del hombre entero, incluida su conciencia y su alma. Por eso no hay nada más peligroso que un creyente verdadero, ya sea de una religión secular, con su mito del hombre nuevo, o aquellos que se autoproclaman soldados de Dios en la tierra. En ambos casos, el tipo de hombre convencido de haber nacido para llevar a cabo una misión. Como diría Ortega y Gasset, el tipo de hombre al que no interesan los principios de la civilización.

«No importa el pasado ni las razones para unirse a la causa. No preguntan. Los infieles merecen la muerte – física o social – según los inquisidores de la moral, que exigen vidas a cambio de lealtad»

No importa el pasado ni las razones para unirse a la causa. No preguntan. Los infieles merecen la muerte – física o social – según los inquisidores de la moral, que exigen vidas a cambio de lealtad. Por eso el grupo siempre se asegura de hacer partícipes a todos sus miembros de los crímenes, desmanes o incentivos colectivos, de modo que se sientan responsables de este juego de alianzas en el que cualquiera es prescindible. En el nombre de un dios que no es misericordioso ni grande, los salafistas yihadistas leen el Corán sin que él llegue a ellos. Aman la muerte como nosotros amamos la vida. Dios perdona nuestros pecados, repetían hasta la saciedad esos salvajes criminales del llamado Estado Islámico dedicados a matar con impunidad y a cometer las aberraciones más inimaginables a chute de captagón – anfetamina y cafeína -, quizá en un íntimo deseo de que el miedo que infunden en el corazón de sus enemigos no se transforme en debilidad ante la incertidumbre del espejismo de un paraíso repleto de tantas vírgenes manoseadas. Pero estas falsas promesas de una sociedad mejor que termina convertida en un infierno en la tierra también se da en el seno de las democracias, donde los guerreros del terror en busca de una regeneración apocalíptica de un mundo corrompido y de un hombre impuro son sustituidos por un capitalismo más moralizante que, bajo un ropaje altruista, cambia el paradigma marxista del control de los medios de producción por el del control de la demanda con el fin de inducirnos a consumir de forma más correcta. De manera más sutil, la brutalidad de la propaganda y la eficacia legislativa pone ahora el acento en los descarriados que discrepan de ese nuevo evangelio social que forma contra los prejuicios existentes. El ecoprogresismo y demás ideologías posmodernas alternativas que pretenden el cambio de actitudes se imponen mediante un neolenguaje que distorsiona la realidad y una sumisión ideológica que levanta muros. Determinados planteamientos de construcción de la sociedad siguen en marcha, a pesar del coronavirus, como la percepción invisible de privilegios y de oprobios impuestos como canon. Corrupción, extorsión y control de la sociedad a través de la identificación y categorización del enemigo objeto de persecución y/o aniquilación, la invasión vertical de lo bárbaro se manifiesta con rostro amable en esta cultura de la cancelación puesta en marcha por generaciones sin memoria, débiles, inmaduras, vengativas e infantiles en Occidente; por los fanáticos que interpretan de forma revolucionaria el islam y que creen que están salvando a su nación de la oscuridad de Occidente; o por los mesías de esta nueva política de autoritarios competitivos que utilizan los procesos electorales para imponer de forma gradual una elaboración ideológica inmune a las críticas y que termina generando monstruos.

«La opresión estructural, la violencia arbitraria, la delación para reconstruir el mundo a partir de la manipulación de las emociones, comienza con una mutación inconsciente de los valores individuales para acomodarlos a los sociales»

Judíos, enfermos, discapacitados o disidentes para el nazismo; contrarrevolucionarios, burgueses, intelectuales para el comunismo; laicos, impíos, árabes impuros, liberales y paganos para el islamismo salafista; sistema de control, sometimiento y vigilancia en los modelos modernos de justicia social emanados del resentimiento. La opresión estructural, la violencia arbitraria, la delación para reconstruir el mundo a partir de la manipulación de las emociones, comienza con una mutación inconsciente de los valores individuales para acomodarlos a los sociales. Y, como señala Rafael Potti, cuando un humano se siente Dios, pierde la conciencia de la realidad y se aferra desesperadamente a una vida que se le acaba y a un poder que no es suyo, (Moisés, en busca del dios único, página 92)