El anuncio, el pasado lunes, de que la ejecutiva de Ciudadanos había acordado unánimemente no pactar ni con Sánchez ni con el PSOE, sea cual sea el resultado de las elecciones de abril, provocó de inmediato reacciones de perplejidad y decepción. Analistas que verían esa entente como la solución de gobierno más deseable se preguntan por qué, ahora que los sondeos apuntan a una aritmética realizable, la fuerza naranja rompe la baraja. ¿No está C’s, como partido liberal y progresista, y a pesar de la línea seguida en Andalucía, más cerca de la socialdemocracia que de la derecha radical y populista de Vox? ¿Por qué se aborta un posible acuerdo de centro-izquierda que no pudo ser hace tres años y podría ser hoy? Es cierto que con esta declaración solemne, C’s parece sellar el tabique que se ha ido levantando entre ambos partidos desde la llegada de Sánchez al poder, pero quizá solo estemos ante un trampantojo que oculta el salto de los centristas a niveles de excelencia en el terreno de la estrategia, el mismo en el que los socialistas brillaron hace un año.
La paradoja podría formularse así: tal y como los sondeos perfilan la distribución de escaños a dos meses vista, la forma en que C’s hace posible un acuerdo de gobierno con los socialistas, como segunda opción, es, precisamente, negándolo de antemano. O dicho de otra forma: con la declaración del lunes, el partido que casi con seguridad será tercera fuerza en escaños el 28 de abril maximiza su voto y sus posibilidades para esa jornada y con ello se hace imprescindible en cualquiera de las dos fotografías que parecen más probables para el Congreso que se conformará entonces. Jugada ganadora porque es capaz de activar, simultáneamente, dos escenarios opuestos.
«Los dos resultados que podemos esperar para el 28 de abril son, o la suma de escaños suficiente del bloque de centro-derecha conformado por C’s, PP y Vox o, alternativamente, su fracaso al no obtener esos 176 diputados que permitan acuerdos de investidura y/o de gobierno»
Los dos resultados que podemos esperar para el 28 de abril son, o la suma de escaños suficiente del bloque de centro-derecha conformado por C’s, PP y Vox o, alternativamente, su fracaso al no obtener esos 176 diputados que permitan acuerdos de investidura y/o de gobierno. No parece factible para el centro-derecha –por la incómoda presencia de Vox- incorporar ningún socio minoritario en este último supuesto que, lógicamente, implicará que sea el PSOE quien pueda mirar hacia su izquierda para intentar reeditar la mayoría que le facilitó la moción de censura. Pero solamente a su izquierda, porque si atendemos a lo declarado por C’s, los socialistas no podrán negociar a su derecha con el partido naranja en el caso –altamente probable- de que el PSOE, no habiendo logrado la derecha los 176 escaños, tenga la posibilidad de conformar mayoría tanto con UP y nacionalistas, por un lado, como con C’s, por el otro. Hasta aquí, una vez más, la literalidad de las palabras porque, al bajar al detalle, el trampantojo se va mostrando como lo que es y su perspectiva ilusoria queda a la vista.
«A estas alturas, tras haber navegado en una dirección muy concreta durante un año y medio, hubiera sido contraproducente corregir la deriva con un golpe de timón demasiado brusco»
C’s ha hecho, con tino, de la necesidad virtud, y su inteligente jugada es hacernos pasar por virtud lo que no es más que necesidad. A estas alturas, tras haber navegado en una dirección muy concreta durante un año y medio, hubiera sido contraproducente corregir la deriva con un golpe de timón demasiado brusco. El clímax de la crisis catalana activó el eje nacional como hegemónico para la política española, y C’s recogió los frutos de su trayectoria de oposición al nacionalismo catalán. Las sorpresas del camino que vinieron después –moción de censura del PSOE, viraje del PP, irrupción de Vox- no solo estropearon su momento dulce de hace solo un año, sino que hicieron inevitable seguir apostando en la puja patriótica, ahora con nuevos y correosos rivales, y con la obligatoria diana en la figura y el Gobierno de Sánchez. La pared entre C’s y PSOE como divisoria del sistema de partidos ganaba altura a toda prisa, y el desafortunado episodio del relator -poca cosa en sí mismo- se usaba como clímax y catarsis de un relato de traición, humillaciones al Estado y negociaciones bajo la mesa que los tres partidos del centro-derecha han ido tejiendo con la mirada en el retrovisor, cada uno atento a los otros dos. Un relato que cuenta con el sustrato favorable de una ciudadanía indignada ante la arrogancia y la falta de rectificación del nacionalismo catalán durante este año de política de desinflamación por parte del Gobierno. Con tales mimbres, ha sido fácil desviar el foco moral hacia la cuestión de la dependencia personal de Sánchez del nacionalismo, la idea de cambalache y la voluntad de permanecer a toda costa en el poder. Habrá que decir, una vez más, que la voluntad de poder es, en sí misma, no solo legítima, sino condición imprescindible para el ejercicio de la política, y, por tanto, pura retórica electoral –también legítima- el pretender que es una dolencia que afecta al desalmado del partido contiguo, pero no al mío, ni tampoco a mí. El ministro Borrell, que lleva a cabo una política exterior de defensa de la imagen de España a años luz de la que siquiera imaginó el gobierno anterior, puso el dedo en la llaga: sería intolerable que el actual Gobierno cediera a las exigencias de los 21 puntos de Torra, pero ¿acaso se ha dado tal cesión? ¿Puede alguien creer que un partido constitucionalista se someterá algún día a semejante chantaje?
«Lo esencial es el camino seguido y sus efectos: C’s ha detectado, entre votantes y simpatizantes, alto rechazo a la figura de Sánchez»
Lo esencial es el camino seguido y sus efectos: C’s ha detectado, entre votantes y simpatizantes, alto rechazo a la figura de Sánchez. ¿Tendría, así, alguna lógica que los líderes naranjas dejaran la puerta abierta al acuerdo, en función de una hipotética aritmética electoral? El haberlo hecho significaría, sin duda, su debilitamiento inmediato para competir dentro del perímetro en que ahora se fajan, ese espacio de la derecha –o mejor, el eje nacional o identitario, que se funde con la idea de derecha, una vez que C’s se ve arrastrado a la pelea con PP y Vox-. Hay incertidumbre sobre el desempeño final de Vox: algún sondeo lo ve peligrosamente cerca de C’s en número de escaños y, aunque la apuesta sea conseguir la hegemonía dentro del bloque -y que éste obtenga los 176 asientos-, el mal mayor a evitar es un resultado por detrás de Vox. La paradoja, que no puede haber sido ignorada por la ejecutiva de C’s, es no ya que con su deslizamiento reforzará los números del PSOE, sino que la jugada es funcional al permitir maximizar a cada uno de los dos partidos dentro de su espacio, lo que interesa a C’s para tener dos opciones abiertas. Es posible que el balance final del voto en el centro decante la mayoría hacia el centro-derecha o hacia el PSOE como fuerza capaz de pactar a ambos lados: ¿hay más votantes de centro más alérgicos a Vox que al nacionalismo o al revés? Una vez que no se lograra la mayoría deseada del bloque PP-C’s-Vox, la segunda opción debería ser realizable. Las palabras del lunes de C’s, por un lado, les hacen plenamente competitivos en su bloque; por el otro, actualizan la opción de sumar mayoría alternativa con los socialistas.
El resultado se decantará en el límite. C’s desea reproducir el modelo andaluz, si es posible liderándolo ahora. Pero si se dibuja el segundo escenario, el de un PSOE con mayorías alternativas a sus dos lados, ¿podría C’s resistir la presión de lanzar, con obvia irresponsabilidad, a los socialistas de nuevo en brazos de quienes son definidos como un peligro para el país? ¿Soportaría el desgaste de abocarnos a nuevas elecciones? ¿Tendría la legitimidad y la fuerza de pedir la cabeza de Sánchez como precio para el acuerdo, más cuando el buen resultado socialista se presentará como un logro personal de su líder? Sin duda, asistiríamos a la puesta en escena de un acercamiento progresivo, de incluso meses, y a un acuerdo inevitable de antemano. Ese juego, el del ajedrecista capaz de prever un buen número de las siguientes combinaciones, ha permanecido extrañamente velado para algunos, pero difícilmente para la ejecutiva de C’s. Parece que el nacionalismo catalán, pase lo que pase en abril, va a tener tiempo de arrepentirse por haber propiciado estas elecciones.