Verbos como catear, en tiempos de barra libre del aprobado como los que vivimos, empiezan a tener un aroma a naftalina, se encuentran oxidados en la vieja estantería de los vocablos que ya no sirven para casi nada. Suspender en primaria y secundaria es un hecho ya tan romo e inconsecuente que verbos drásticos como el de catear (seguro que no por casualidad tan cerca de cate, guantazo que recibe la persona que suspende) desaparecen de nuestro idioma. De un tiempo a esta parte, los sucesivos ministerios de educación están mucho más pendientes del alumno que suspende que del que aprueba, y así nos va. Si ya hubo y hay una persecución contra ese septiembre que era antaño una figura de terror, de verano hundido entre libros como purgatorio del curso perdido, ahora nuestros políticos pretenden quitar el fracaso colectivo en educación eliminando el suspenso, que es como evitar incendios dejando de plantar árboles.

«… ahora nuestros políticos pretenden quitar el fracaso colectivo en educación eliminando el suspenso, que es como evitar incendios dejando de plantar árboles.»

Todo el mundo habla de un nuevo sistema educativo, y uno llega a pensar que la clase política juega con lo escolar como un trilero que oculta la bolita bajo la cáscara de nuez. Ahora te escondo la filosofía y te enseño la ética. Ahora ves el latín, y ya no lo ves. Pero cualquiera que tiene hijos o se dedica a la enseñanza sabe la realidad que se esconde detrás de todas esas palabras grandilocuentes con las que se viste nuestro sistema educativo: que los niños saben mucho menos, tienen unas lagunas en geografía e historia vergonzosas, que se manejan en un español justito, con un desprecio a la ortografía escandaloso. Nuestra preocupación, de una vez por todas, no debería ser solamente si tienen un B1 o un B2 de inglés, sino si alcanzan el C2 del español que es, aunque a veces no lo parezca, su lengua materna e idioma común a más de quinientos millones de personas.

El éxito indiscutible y claro de los colegios durante la pandemia desde el punto de vista de la seguridad y la salud, que es lícito celebrar y que ha demostrado que tenemos un profesorado capaz y responsable, no puede ocultarnos esa otra verdad, y es que no están funcionando para su misión primera: el aprendizaje y la formación de la persona. La nueva política ha cambiado el prohibido prohibir de mayo del 68 por el prohibido suspender, pero es que deberíamos darnos cuenta de que para conseguir cualquier cosa en la vida, el fracaso es un primer paso necesario. Con el recuerdo de las Olimpiadas pandémicas en nuestra memoria, alguien debería preguntar a nuestros campeones con cuántas derrotas se cuece un buen triunfo. Catear, suspender, fracasar, o como quieran llamarlo no tiene por qué ser negativo si sirve para hacerte más fuerte, más competitivo, mejor.

«No hay que aprender de memoria porque todo está en internet. Pues resulta que eso es una falacia y una insensatez»

Para que la fiesta no pare, en el preámbulo a la nueva ley de universidades se desprecia la memoria, anteponiendo esa expresión manida y ya vacía del “aprendizaje autónomo”, apoyándose, cómo no, en el Grial del siglo XXI: la tecnología. No hay que aprender de memoria porque todo está en internet. Pues resulta que eso es una falacia y una insensatez. Estoy convencido de que hay millones de páginas sobre física cuántica o cirugía en internet, pero si yo no tengo una formación real al respecto… ¿me sirve de algo? ¿Le sirve de algo a usted, lector, que en internet haya mucho material accesible sobre ingeniería? ¿Eso le habilita para diseñar mañana un puente? Naturalmente que no. Dejemos de vender el humo que esconde el fracaso colectivo, y digamos de una vez que para que el mundo digital sea una ayuda intelectual, tiene que encontrarse al otro lado del teclado un cerebro formado, estructurado, culto, solvente. Solamente encuentra quien sabe buscar y para eso, de momento, no hay más ayuda que la de una formación sólida que solamente puedes conseguir con el esfuerzo y la dedicación.