Temerosos de contraer el virus, confusos ante la deriva institucional, preocupados por el futuro, angustiados ante la posibilidad de perder el trabajo y con el duopolio televisivo en su salón. Así transcurre para los españoles este otoño gris. Ya no se preguntan quién les robó el mes de abril, sino si existió alguna vez. Dicen que Nietzche lloraba mientras leía la novela de Dostoievski Humillados y ofendidos. Sus personajes son zarandeados por la fortuna y condenados a la desdicha. Sin embargo, la mayoría de ellos manifestaban una altura moral que, aunque no les permitiera eludir un destino cruel, los humanizaba. Los españoles fueron encerrados durante varios meses en sus casas y, posteriormente, se les dijo que el virus había sido vencido. La realidad discrepa una vez más del marketing político y la situación se torna tan procelosa como peligrosa con un legislativo cerrado y un poder judicial bajo amenaza de asalto.

«La realidad discrepa una vez más del marketing político y la situación se torna tan procelosa como peligrosa con un legislativo cerrado y un poder judicial bajo amenaza de asalto»

Hay miembros del Gobierno de España que realmente se han creído la encarnación del superhombre (übermensch) nietzchiano. Si somos fieles al sentido que otorga al concepto el prefijo germánico über, han pensado que están por encima de las normas, sus obligaciones constitucionales y la democracia. Han presentado un estado de alarma, cuyas sospechas de inconstitucional son algo más que evidentes, que somete al legislativo a un periodo de silencio. Es el mismo Ejecutivo que propuso una reforma de la elección de los vocales del Consejo General del Poder Judicial que fue considerada de forma casi unánime como una erosión grave de la separación de poderes. Situarse sobre las instituciones que conforman nuestro Estado de Derecho y eludir sus controles, implica que al mismo tiempo se haya destapado un hedor creciente de impunidad. Un tufo que precede siempre a la descomposición de un régimen.

Las fiestas a las que acuden los políticos y ciertos empresarios o la presidenta autonómica que se va de bares a las 2 de la madrugada sin consecuencias, son indicios de una doble vara de medir que termina por necrosar hasta el sistema más virtuoso. Mientras tanto, los ciudadanos ven sus negocios cerrados, o incluso vandalizados por hordas de delincuentes callejeros, y a sus parientes aislados. España sigue sin tener una investigación independiente de la gestión de la pandemia y se rechazan todas las querellas contra la acción del gobierno. Al fin y al cabo, ¿de quién depende la fiscalía?

«La erosión de las instituciones corre paralela a la pérdida de vidas. Ambas son letales para nuestro futuro como sociedad y para la propia viabilidad del Estado»

La erosión de las instituciones corre paralela a la pérdida de vidas. Ambas son letales para nuestro futuro como sociedad y para la propia viabilidad del Estado. Nuestros ancianos mueren silenciados en residencias, mientras las UCI se colapsan. Los que se fueron en agosto tan ricamente de vacaciones nos dicen que la cosa va a peor. Los ancianos, verdaderos guardianes de nuestra memoria, parecen sobrarles a los que inundan los medios de comunicación con mensajes que combinan el terror y el infantilismo con la adhesión acrítica al poder. Las colas del hambre no interesan. Es propaganda facha, fake news o desinformación. Este Gobierno aspira a crear un Big Brother, pero sin edredoning, lo que lo hace escasamente divertido además de potencialmente censor. Mucho Biden o Trump y algo de Emérito, como actualidad nacional, para compensar.

Si al Gobierno parece no importarle la erosión de las instituciones, qué les voy a decir de sus socios preferentes. Es evidente que todos los Estados constitucionales tienen problemas o disfunciones graves. Pero es insólito que un país deba afrontar una erosión sistemática e interna, financiada con sus propios presupuestos. Los socios separatistas están encantados. No solo reciben prebendas, mientras hablan con desprecio del gen español desde la tribuna que les brinda su opresor. También se afanan en que España termine por ser el país que ellos anhelan y con esa finalidad les sirve cualquier cosa que degrade los pesos y contrapesos del Estado constitucional. Su discurso encuentra apoyos o comprensión en otras instancias de la administración, junto con una dejación de funciones sistemática por la administración central que incluye la protección de la lengua común. Incluso, reflexiones que recomiendan una mayor centrifugación del Estado gozan de gran predicamento. Un Estado sometido continuamente a una suerte de carcoma institucional es difícilmente viable a largo plazo. La crisis socioeconómica derivada de la sanitaria se interpretará como una nueva oportunidad de ruptura. No hay mascarillas en las residencias de ancianos, ni servilletas en las escuelas, pero se avanza en la NASA separata para lograr la imprescindible República digital, que es lo verdaderamente trascendente.

Ante esta situación, solo nos quedan la inmensa mayoría de españoles que, como los personajes de Dostoievski, siempre han mostrado más altura de miras que sus gobernantes. España no es un país de súbditos aun. Ni siquiera las constantes y caras cortinas de humo programadas por los numerosos y bien pagados asesores de Sánchez impedirán que muchos conciudadanos oteen con un sano escepticismo el paisaje después de la batalla; una experiencia que les concilie con una realidad y un futuro tan áspero como predecible.  Tocará actuar.